Trump y Ucrania: ¿una negociación condenada al fracaso?
La cumbre no sólo no logró un alto el fuego como se pretendía, sino que la violencia se ha recrudecido

El presidente de Rusia, Vladimir Putin junto al presidente de Estados Unidos, Donald Trump en Alaska. | Zuma Press
Casi tres semanas después de la cumbre entre Estados Unidos y Rusia en Alaska, EEUU el 15 de agosto de 2025, la esperanza de conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia sigue siendo baja. La cumbre no sólo no logró un alto el fuego como se pretendía, sino que la violencia se ha recrudecido.
Aquellos que, como Trump, prometían y auguraban un final de la guerra ruso-ucraniana bajo las falsas premisas de que existía alguna combinación de compromisos territoriales o de principios que pudiera satisfacer a los beligerantes y conseguir una paz estable y duradera, no tienen en consideración las razones estructurales del conflicto; identidad, soberanía y sobre todo supervivencia del régimen.
Sin abordar estos aspectos del contencioso nos encontramos en septiembre 2025 con una guerra más enquistada que nunca. La correlación de fuerzas en los frentes y las actuales posiciones maximalistas de ambas partes indican que este proceso de paz impulsado y diseñado por el presidente Trump es muy probable que este tristemente condenado al fracaso.
La victoria, o la derrota de uno de los beligerantes o el «empate» o «congelación del contencioso» será casi seguro decidido en el campo de batalla, no en la mesa de negociación. Solo Occidente, es decir Estados Unidos y/o Europa tiene en su mano decidir si altera la realidad en el frente actual tomando alguna decisión que cambie la estructura del conflicto radicalmente, bien con una escalada a su apoyo a Kiev que apueste por una victoria militar o, por el contrario, evitando su implicación y abandonando a su aliado forzando a los ucranianos a pactar con Moscú un acuerdo que ponga en cuestión la supervivencia de Ucrania como Estado soberano en el medio o largo plazo.
Según su manual de filosofía politica The Art of the Deal y sobre todo desde la campaña electoral de 2024, Trump cree ciegamente que «todo es negociable» y que «toda guerra acaba en la mesa de negociación» y en «un acuerdo transaccional». De ahí su promesa de «resolver el conflicto en 24 horas».
Él mismo se impone dos condiciones que reducen su capacidad de maniobra: 1) De ninguna manera intervendrán «directamente» las fuerzas armadas, y 2) El acuerdo no solo no le debe costar «ni un dólar» al contribuyente americano, si no que, todo lo contrario, deberá generar «beneficios sustanciales» para su país.
Según su lógica, Trump está convencido de que el tiempo corre en contra de Ucrania y que esta se debilita irremediablemente, así que urge una solución diplomática como la única manera de resolver el conflicto bajo sus condiciones que le permitan declarar «victoria». Por lo tanto, para Trump, es mejor afrontar la realidad ahora y sentarse a negociar e intentar llegar a un acuerdo, cualquier acuerdo, que le permita proclamar su éxito negociador y «recoger su ansiado Nobel de la Paz» que tanto añora para luego poder concentrarse en su agenda geopolítica global de volver a hacer «grande a los Estados Unidos».
Tras más de siete meses sus intentos de implementar su manual con Putin todavía no han dado resultados y el Kremlin no se ha movido un ápice. Esto implica que ante la inmovilidad de Moscú en modificar sus posiciones maximalistas el mandatario americano regresa a sus tácticas de modificar el comportamiento de la parte más vulnerable a su presión y que depende totalmente de él. De nuevo como en febrero y mayo de 2025 ha llegado la hora de que Occidente vuelva a presionar a Kiev: EEUU reteniendo ayuda y Europa con su negativa a comprometerse seriamente con su aliado con ataúdes y tesoro, con el objetivo de que se siente a la mesa de negociación y hacer concesiones para lograr la paz. Para el manual de Washington cualquier otra opción para Ucrania solo prolonga una guerra sangrienta y costosa y solo retrasa la inevitable derrota de Kiev.
Estas premisas están desinformadas, equivocadas y son sumamente peligrosas. Descubren una falta de compresión básica de las razones por la cuales Ucrania y Rusia están en guerra. Al mismo tiempo que refuerzan la creencia de Putin de que su apuesta le va a dar réditos. Si el conflicto fuera verdaderamente sobre territorio o sobre la posible pertenencia ucraniana a la OTAN, seguramente los expertos diplomáticos y negociadores encontrarían una formula para llegar a un acuerdo, el contencioso sería complejo, pero no irresoluble. Pero, lamentablemente, las razones estructurales por las cuales Rusia ataco en febrero 2022, y por las que Ucrania sigue luchando, a pesar del extraordinario coste en vidas y bienes, augura que una salida negociada del conflicto es, por ahora, un sueño irrealizable.
Son tres las razones principales que impiden una solución negociada: 1. Problemas de información veraz o desinformación, 2. Los principios inamovibles que causaron la agresión, y 3. La falta de credibilidad, fiabilidad y confianza entre y con todos los actores involucrados.
Vayamos por partes;
1) La historia nos indica que toda decisión de ir a la guerra es una apuesta con información asimétrica e incompleta. Rusia atacó a Ucrania en febrero de 2022 con una información sobre la capacidad de sus propias fuerzas, y sobre la voluntad y habilidad de los ucranianos a defenderse, que estaba equivocada y/o incompleta. Putin creía que ganaría fácil y consecuentemente no optó por ningún proceso de negociación diplomática. Tras tres años y medio de guerra, esa desinformación se ha incrementado y crea incertidumbre sobre cuál es la realidad en el frente de hostilidades. Los análisis y conclusiones de las operaciones todavía hacen creer a los lideres en Moscú y Kiev que mientras tengan la esperanza de «ganar», o lo que ellos definan como «victoria»; es preferible continuar las hostilidades que sentarse a negociar.
Hay tres excepciones posibles para alterar esa conclusión preliminar: 1. Que ambas partes decidan que la siguiente ronda de combates cambiara el equilibrio actual y producirá un ganador, en este caso la parte más débil tratara de minimizar daños y se sentara a negociar un alto el fuego o un armisticio, 2. Que ambos contendientes exhaustos acuerden una pausa, permanente o temporal, y se confíen a una mediación de un tercero o negociación directa, y 3. Que un actor predominante, en este caso EE.UU. o China u ambos a la vez, amenacen con alterar el actual equilibrio hacia uno u otro de los contendientes y provoque el colapso de un bando si no se llega a un acuerdo. Esta es la herramienta elegida por Washington en lo que va de 2025 y la que sostiene el actual proceso.
2) La segunda premisa que impide un acuerdo son los principios inamovibles de los contendientes. Hay principios que son inamovibles y por lo tanto binarios. Es decir, no son negociables. Estos incluyen: la soberanía, la identidad y la legitimidad institucional del estado o formación en conflicto. El negociar cualquiera de ellas, a no ser que se negocie una rendición en toda regla lo cual no es el caso, no sería compatible con la existencia de uno o de ambos beligerantes. Mas aún, mientras que bienes físicos como territorios, recursos o tesoro pueden ser moneda de cambio en una negociación, si están mezclados con principios de soberanía, identidad o legitimidad pueden provocar más intransigencia y enquistar un posible proceso de paz y dinamitar un acuerdo.
3) Finalmente, tras tres años y medio de guerra abierta y tres décadas de contenciosos la falta de confianza, credibilidad y fiabilidad entre Kiev y Moscú obstaculiza cualquier atisbo de acuerdo entre ellos. Mas aun la volatilidad y naturaleza mercurial del actual presidente de EEUU, el cual decide unilateralmente su posición y objetivos de la negociación según le conviene en ese particular momento, y la reticencia y falta de voluntad política de los europeos a comprometerse con su aliado ucraniano crean un clima de incertidumbre, desconfianza y provisionalidad que no auguran la solidez de ningún posible acuerdo, ni siquiera de un proceso negociador.
Bajo estas condiciones, aunque Rusia y Ucrania lleguen a un posible acuerdo aceptable a ambas partes, existen pocas formulas o mecanismos para verificar, garantizar y demostrar a los firmantes de que estos acuerdos se van a cumplir a corto, medio o largo plazo. La desconfianza entre Kiev y Moscú y la inestabilidad e incertidumbre del actual orden internacional; es decir, una ONU desactivada, una comunidad internacional asustada y unas grandes potencias desinteresadas en mantener la tambaleante estabilidad de la sociedad internacional resulta en un mundo Hobbesiano en el cual ningún acuerdo tiene ninguna garantía de sobrevivir la firma del mismo.
Así pues, es razonable que lleguemos a la conclusión de que la guerra Ruso -Ucraniana esta lejos de estar madura y preparada para un acuerdo o proceso negociador de paz. Ni siquiera para un alto al fuego o cese de hostilidades significativo que cambie la estructura actual del conflicto. Forzar una paz o un acuerdo bajo estas condiciones sería contraproducente y crearía unos precedentes preocupantes que acelerarían aún mas el actual deterioro de la arquitectura de seguridad regional en Europa con consecuencias globales.
El problema esencial es que la base fundamental intelectual y teórica de la iniciativa del presidente de EEUU, de que «todo es negociable en un acuerdo transaccional y que las dotes extraordinarias de un negociador ejemplar como Trump pueden conseguir resultados» quizás sea válido en el mundo empresarial de Manhattan, pero no es real en la geopolítica actual.
La idea de que se puede llegar a un acuerdo transaccional con el régimen de Vladimir Putin es una fantasía peligrosa. El objetivo real de la guerra con Ucrania nunca fueron su posible pertenencia a la OTAN ni provincias o distritos ruso-parlantes de la Republica Ucraniana. No existe ninguna partición de Ucrania que satisfaga las ambiciones de Putin y garantice una paz duradera.
Las exigencias territoriales actuales de Moscú son nada más que un premio de consolación temporal reclamado por Putin tras ver fracasar en 2022 su objetivo de decapitar al gobierno de Kiev. Si el Kremlin hubiera reinstalado a un ejecutivo clientelar en febrero/marzo 2022 en Kiev sin asumir los costes de una anexión directa ahora tendríamos un régimen en Kiev similar al de Minsk.
Por lo tanto, es la naturaleza del régimen ucraniano o su democracia pro-occidental la que es incompatible con la Rusia de Putin. Esa fue la razón por la que atacó en febrero de 2022 y la razón por la cual continua la guerra hoy en día tres años y medio más tarde.
En el orden ideal de Vladimir Putin, en su visión de la historia de Rusia y su papel redentor de restaurar la grandeza y fortaleza del mundo ruso, tras la humillación de perder la guerra fría y el ostracismo al que le sometió Occidente, la democracia ucraniana es una amenaza existencial a su poder personal y la supervivencia del régimen «Siloviki» en Moscú. Una Ucrania prospera, democrática y prooccidental crearía otro precedente, después de los antiguos países del Pacto de Varsovia y las antiguas repúblicas soviéticas bálticas, a los ciudadanos de la Federación Rusa de que la democracia puede funcionar en un país eslavo oriental y de que el mundo ortodoxo es compatible con los valores de Occidente. Una situación inaceptable para Putin, Así que, solamente un control de veto sobre Ucrania, directo o indirecto, bajo su área de influencia, como Belarus, le garantiza la continuada existencia de su régimen en Rusia. La triste realidad es que ningún nivel de soberanía e identidad ucraniana es tolerable para Putin.
De igual manera, ningún líder ucraniano democráticamente elegido podrá entregar a Moscú parte de su territorio, parte de su soberanía o la facultad de decidir el destino de Kiev y su elección de alianzas y asociaciones a organismos regionales. Tras ya 42 meses de guerra y el precio en vidas e infraestructura cualquier cesión por parte de Kiev significaría que todo ese esfuerzo se hizo en vano y dinamitaría cualquier legitimidad del líder que firme ese acuerdo. Posiblemente le sentenciaría como traidor forzando su exilio. Una claudicación provocaría un conflicto interno en Ucrania con parte de las fuerzas armadas continuando la lucha, la tradición partisana de Ucrania no se puede olvidar, y boicoteando cualquier nuevo orden constitucional en Kiev.
La realidad, es pues, tozuda y Trump y los europeos tendrán que aceptarla y asumir que forzar a Kiev a llegar a un acuerdo, ya sea alto al fuego o cese de hostilidades, con el actual régimen de Moscú será solamente una solución temporal de imposible verificación e implementación que permitirá a Rusia ganar tiempo para completar su objetivo de incorporar a Ucrania bajo su esfera de influencia una vez la correlación de fuerzas sobre el terreno se lo permita. Las posiciones de Kiev y Moscú están claras, el tiempo corre y el margen de maniobra es cada vez más estrecho. La decisión ahora ésta en manos de Washington y los europeos. ¿Habrá voluntad política y liderazgo?