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Internacional

Trump sadopopulista: el futuro de EEUU

Siete meses y medio después de su llegada al poder, la Casa Blanca es una máquina de destrucción masiva

Trump sadopopulista: el futuro de EEUU

El presidente Donald Trump.

Timothy Snyder, que lleva un par de décadas hablando de los fracasos de las democracias y sus alternativas –Sobre la tiranía, Sobre la libertad, El camino hacia la no libertad– acuñó hace algunos años el término sadopopulismo. El historiador de la Universidad de Yale se refería al mecanismo de poder que proporciona dolor a sus seguidores, a pesar de lo cual estos respaldan al líder sadopopulista con su voto durante un periodo de tiempo más o menos largo porque «fantasean con la idea de que lastimará todavía más a sus enemigos».

Snyder, que escribió pensando en Boris Johnson y Bolsonaro, tenía realmente en la cabeza a Donald Trump, como confirma en su artículo Look on my Works, ye Mighty titulado a partir de una frase de Ozymandias, el conocido poema de Percy Shelley sobre Ramsés II y el inevitable final de los autócratas.

Sobre las labores de creación y destrucción es el subtítulo de este artículo recién publicado en Substack en el que Snyder expresa su preocupación –«no surgida a la ligera ni expresada precipitadamente» por la integridad de EEUU. «En las actuales circunstancias, su futuro no puede darse por sentado».

Una afirmación tan grave se basa en la realidad, en lo que se conoce de Donald Trump y de su vicepresidente, J. D. Vance. Los pasos dados desde el 20 de enero, día de la toma de posesión, y las decisiones tomadas en estos meses permiten a Snyder escribir que la perspectiva hacia la que se avanza es que «Estados Unidos sufrirá un cambio de régimen hacia un orden autoritario, sin Estado de derecho, sin controles ni contrapesos, con represión permanente de los disidentes, con control de la información a través de la tecnología, con ignorancia programada a través de escuelas y universidades diezmadas y humilladas, con una economía controlada de tal manera que el avance social sea imposible y la riqueza permanezca en manos de los oligarcas afines al régimen».

Cada día hay ejemplos que permiten tomarse en serio este análisis. Cada día hay pruebas de la voluntad destructiva de Trump y Vance sin que —hasta el momento— se conozcan reacciones eficaces de defensa del sistema, más allá de lo que un desnortado Partido Demócrata y unos frustrados ciudadanos expresan cuando pueden. Están, claro, los jueces que cumplen con su trabajo —los magistrados españoles no son los únicos que reciben ataques del presidente del gobierno y de sus ministros por eso mismo— y que por ahora mantienen el valor y la firmeza necesarios para hacerlo. Es cierto que el índice popular de respaldo de Trump está en el 40%, aunque esa no es una cifra muy diferente a la que han tenido otros presidentes.

Pero el poder real, el poder de los grandes empresarios, los jefes militares y los representantes de las instituciones, no emite aún señales que contribuyan a frenar el sadopopulismo -antinorteamericano y anticonservador- de Trump. Un presidente, escribe Snyder, que «no es que esté construyendo grandes cosas y presumiendo de ellas», aparte de las estupideces que deterioran la arquitectura de la Casa Blanca y de las insensateces de las que alardea, sino que «se jacta de destruir lo que otros han creado».

Por ejemplo, dinamitar el orden global que el liderazgo de EEUU, respaldado por buena parte de la comunidad internacional, ha puesto en pie desde la Segunda Guerra Mundial. Garry Kasparov, el campeón ruso horrorizado con Putin y las dictaduras y con la guerra de Ucrania, ha resumido bien el espectáculo de esta semana, la reunión del presidente chino, Xi Jinping, con los dirigentes de Rusia e India, Vladímir Putin y Narendra Modi, además de los líderes de una veintena de países, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, que este año se celebra en la ciudad de Tianjin, en el norte de China: «El nuevo orden mundial se está conformando ahora en China. Sus piedras angulares son la corrupción estadounidense y la impotencia europea».

Europa, en efecto, hace lo que puede, que no es mucho, y la Casa Blanca, en pleno proceso de corrupción política -y de enriquecimiento personal de Trump y su familia- y que ha renunciado a que EEUU sea la nación indispensable del orden democrático internacional, dedica estos días todos sus esfuerzos a tratar de combatir las especulaciones que tienen que ver con la salud del presidente y las sospechas de que haya sufrido un accidente cerebrovascular, un ictus. Mientras tanto, Trump y Vance deterioran progresivamente la administración, comprometen la salud de niños y adultos con la guerra de Robert F. Kennedy Jr. -quizá el peor de los miembros del gabinete, aunque es una competición muy reñida- contra la investigación médica y las vacunas, persiguen con una crueldad siniestra e inhumana a los inmigrantes y despliegan la Guardia Nacional en las ciudades y los estados dirigidos por el Partido Demócrata para crear fricciones y caos que construyan una lógica tendente a justificar la toma de las instituciones y, eventualmente, la suspensión de las elecciones.

«Esto puede funcionar durante un tiempo, pero ¿puede funcionar para siempre? Una de las razones para preocuparse por el futuro del país es que Trump y Vance parecen creer que sí», dice Timothy Snyder, que llama a la resistencia, porque es patriótica y constructiva, y «cada protesta, cada acto organizativo, cada acto de bondad y solidaridad son también acciones a favor de un futuro en el que EEUU siga existiendo y en el que el aprendizaje de la resistencia se convierta en la política de la libertad». Como escribe el comentarista conservador Bill Kristol a propósito del control de la policía de Washington DC por parte de la Guardia Nacional, «es surrealista ser testigo de los primeros indicios de una toma de poder autoritaria como esta en Washington D. C., la capital de la que se supone que es la democracia más importante del mundo. Puede que aún no se haya llegado a la fase de un golpe de Estado propiamente dicho, pero se están sentando las bases para ello».

Quedan 14 meses para las elecciones de medio mandato. Puede ocurrir de todo: desde que el poder total del trumpismo sadopopulista retroceda en las legislativas hasta que no haya elecciones, o que se celebren en condiciones no democráticas.

Los autócratas -los gobernantes que castigan a sus ciudadanos mientras controlan los resortes del poder, en EEUU o en cualquier país- acaban cayendo, como Ramsés II. Pero, en el camino y hasta que eso ocurre, perpetran daños difícilmente reparables en las sociedades que les soportan, en las instituciones y en la relación entre los ciudadanos.

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