El último desafío escocés: una 'tribu africana' acampa en un bosque y declara un reino propio
«El Reino de Kubala» nace en una aldea escocesa tras la ocupación de unos terrenos y se convierte en fenómeno viral

El autodenominado Rey Atehene, en supuesto estado de trance, junto a su esposa (izqda) y su "doncella" Asnat (dcha.) | THE OBJECTIVE
El mayor envite que hoy sacude a Escocia no es el de un nuevo pulso del nacionalismo secesionista, sino el de un micro–reino autoproclamado que dice haber «regresado» para recuperar unas tierras robadas hace cuatro siglos. En un bosque cercano a Jedburgh, en la frontera con Inglaterra, tres personas —un hombre, su esposa y una joven estadounidense— han montado un campamento de tiendas, se han investido como «Rey Atehene» y «Reina Nandi» del «Reino de Kubala» y aseguran que permanecerán allí pase lo que pase. Las autoridades, el propietario de los terrenos y parte de los vecinos llevan semanas intentando que se vayan. Un juez ya ha ordenado su desalojo.
El grupo se presenta como «tribu africana» y afirma que su asentamiento en los bosques de Jedburgh es un acto de restitución histórica: sostienen que descienden de una tribu judía negra y que las tierras les pertenecen por derecho divino. Quien lidera la comunidad es Kofi Offeh (36 años), un ghanés que se hace llamar Rey Atehene, y su esposa, la zimbabuense Jean Gasho (42 años), autoproclamada Reina Nandi. A su lado vive Kaura Taylor, una joven de Texas que ahora responde al nombre de Asnat y se define como «sierva» o «doncella» de la reina.
El campamento, formado por varias tiendas y un fuego central, ha sido escenario de escenas difundidas por ellos mismos en redes: oraciones junto a un río, cánticos, baños en un arroyo y vestimentas hechas con hojas recolectadas del bosque. Las imágenes han multiplicado su notoriedad en TikTok, donde suman decenas de miles de seguidores, y han atraído a curiosos, simpatizantes y detractores.
La historia dio además un giro mediático cuando se supo que Kaura Taylor, de 21 años, había sido reportada como desaparecida por su familia en Estados Unidos y que se encontraba con el autodenominado Reino de Kubala. La joven —que llegó a ser una prometedora ajedrecista— se expresa en vídeos como seguidora devota de la pareja y, en mensajes recientes, ha sugerido que podría estar embarazada, algo que ha disparado la preocupación de su madre y de ONGs. Taylor, por su parte, se declara «feliz» en su nuevo papel y niega estar retenida.
Choques con los vecinos
La convivencia en el bosque se ha ido tensando. Parte de los residentes de Jedburgh denuncian comportamientos provocadores y se quejan de la instalación irregular en terrenos privados; el grupo, por su lado, afirma ser víctima de «hostigamiento y ataques», con pedradas y destrozos de sus tiendas. La policía y las autoridades locales han intervenido en varias ocasiones para evitar enfrentamientos.
La cuestión legal, entretanto, se ha aclarado: un juez ha emitido una orden para el desalojo inmediato del campamento al considerar que están ocupando de forma indebida un bosque de propiedad privada. El propietario del terreno, David Palmer, recurrió a los tribunales tras varios avisos ignorados. El día del juicio, los autoproclamados monarcas no comparecieron ni contaron con representación letrada. Aun así, insisten en que «no temen ir a la cárcel» y que su autoridad proviene de Dios, no de la ley escocesa.
Una narrativa hecha para las redes
Más allá de la liturgia —títulos nobiliarios, plumas de pavo real, proclamas mesiánicas y genealogías que remontan al rey David—, la fuerza del fenómeno reside en su dimensión digital. Sus canales en TikTok y otras plataformas han convertido el campamento en un relato seriado, con capítulos diarios: himnos a la noche junto al fuego, discursos del «rey» sobre su linaje, y declaraciones de la «reina» sobre visiones proféticas y la misión del reino. En paralelo, monetizan la audiencia con donaciones y visualizaciones, lo que permite sostener —al menos de momento— una vida primitiva pero mediáticamente rentable.
La iconografía y el tono de los vídeos —una mezcla de misticismo, reivindicación identitaria, antiinstitucionalismo y supervivencia— han reavivado el viejo debate británico sobre dónde termina la libertad de culto y comienza la persuasión coercitiva de una secta. Organizaciones especializadas en sectas han alertado sobre dinámicas de control y aislamiento, especialmente en lo referente a jóvenes vulnerables que rompen con sus familias para integrarse en comunidades cerradas.
¿Quiénes son los protagonistas?
Kofi Offeh se presenta como el depositario de una «corona» recuperada y asegura ser descendiente de la casa de David, con mandato para guiar a su pueblo a una tierra prometida en Escocia. De hecho, afirma que hasta hace 400 años los escoceses eran negros. Jean Gasho, escritora y figura muy activa en redes, se autodefine como profetisa y «Madre de Chaka». Ambos rechazan la etiqueta periodística de «secta» y hablan de persecución racial y religiosa. Kaura Taylor, por su parte, se muestra absolutamente leal a la pareja; ha declarado que es la «consorte inferior» de la reina y que su función es servir y, si llega el caso, gestar como «vientre de alquiler» para la soberana. Estas afirmaciones han intensificado el debate sobre su autonomía y su bienestar.
El caso ha estallado en un país exhausto de polémicas constitucionales y recortes. La «tribu africana» no tiene nada que ver con el independentismo escocés, pero ha conseguido colarse en la conversación nacional porque condensa muchas de las tensiones del Reino Unido contemporáneo: desconfianza hacia las instituciones, auge de micro–identidades, cultura de la viralidad en plataformas digitales y un creciente mercado para las epopeyas personales que desafían la norma. La paradoja es que, mientras el «reino» invoca la historia —tierras antiguas, monarquías perdidas, linajes bíblicos—, su poder real proviene del presente: la atención.
En Jedburgh, localidad de apenas 4.000 habitantes, la paciencia escasea. Los vecinos temen que la situación derive en un espectáculo permanente o, peor, en un enfrentamiento. Las autoridades locales insisten en que la salida debe ser legal y pacífica, no por linchamiento ni por «justicia vecinal». Pero también subrayan que la ley se aplicará si el grupo decide resistir a la orden judicial.
¿Qué puede pasar ahora?
Tras la orden de desalojo, la pelota está ahora en el tejado de los autoproclamados soberanos. Si abandonan el bosque por su propio pie, el episodio quedará como una extravagancia que ha rozado el mito. Si deciden desobedecer, el caso podría escalar a detenciones por desacato y a un debate mayor sobre los límites de la libertad religiosa y de expresión cuando se cruza la línea de la ocupación ilegal y del posible daño a terceros. Las autoridades han dejado claro que la prioridad inmediata es proteger el bienestar de todos los implicados —en especial de la joven estadounidense— y restaurar la legalidad en los terrenos ocupados.
Mientras tanto, el Reino de Kubala sigue transmitiendo su liturgia de bosque y brasas a una audiencia que, desde los móviles, decide con cada clic si aquello es farsa, fe, performance o peligro. En una Escocia acostumbrada a discutir sobre fronteras y referendos, el desafío inesperado de un reyezuelo digital recuerda que la política —y el poder— también se disputan hoy en la arena de los relatos virales. Y que, a veces, un campamento de tres personas puede hacer más ruido que un parlamento entero.