Una guerra capaz de acabar con todas las paces
La Cumbre del mes de agosto entre Trump y Vladímir Putin pareció sacada de los archivos de la Guerra Fría

Donald Trump y Vladímir Putin.
La Cumbre del mes de agosto pasado en Anchorage, entre el presidente Trump y Vladimir Putin, pareció sacada de los archivos de la Guerra Fría. Las imágenes de apretones de manos y frases diplomáticas no se correspondían con la sustancia del problema. Rusia presionó a Trump para que Ucrania cediera territorio a cambio de vagas garantías de seguridad, mientras que Estados Unidos se mantuvo firme en su oposición al despliegue de tropas o recursos de combate, lo que indicaba que no había interés en una escalada en la vía hacia la paz.
Para Washington, las conversaciones de Alaska deberían servir como aviso. A pesar de dos años y medio de un letal estancamiento, ni Rusia ni Ucrania han mostrado un interés constatado en llegar a un acuerdo. En cambio, ambos se encuentran enfrascados en una guerra de desgaste donde las ganancias territoriales, por cortas que sean, tienen una gran importancia política. El presidente turco Erdogán declaró que ninguna de las partes está preparada para una negociación finalista. Para alcanzar este punto muerto, Estados Unidos tuvo que desviar miles de millones de dólares en ayuda a Ucrania.
Se ha argumentado durante este tiempo, que Estados Unidos debe alinear sus políticas con sus intereses de seguridad, algo que se constató en la Cumbre de Alaska. Washington no gana nada ofreciendo garantías de seguridad de una ‘mini-OTAN‘ para Ucrania, ya que solo genera expectativas que Estados Unidos no puede ni debe cumplir. Tales promesas generan condiciones peligrosas, incitando a Kiev a asumir riesgos bajo la premisa de que las fuerzas estadounidenses los respaldarán, a la vez que provocan a Moscú, sin alterar el equilibrio del campo de batalla. Rusia ya ha rechazado cualquier modelo que implique a fuerzas occidentales luchando en nombre de Ucrania, y los responsables políticos estadounidenses saben que intentar replicar la OTAN, en todo menos en el nombre, corre el riesgo de una escalada con una potencia nuclear rival. Percepción realista.
La hipotética acción de enviar fuerzas de combate o activos aéreos a Ucrania, conlleva el peligro inherente de una confrontación directa. Esta es la percepción correcta: la moderación no es abandono, sino reconocimiento de límites, y un recordatorio de que la credibilidad no es compatible con lo imposible.
Washington tampoco debería depositar sus esperanzas en las iniciativas europeas. Que las capitales de la UE o el Reino Unido amplíen sus compromisos con Kiev es su decisión, pero no debería dictar la política estadounidense. El mayor peligro para EEUU reside en la complicidad: si la asistencia europea fuera de la OTAN provoca un ataque ruso contra centros logísticos en Polonia o en otros lugares, Washington podría verse presionado a intervenir en contra de sus propios intereses. La posición más segura para salvaguardarlos es limitar los esfuerzos, dejando claro lo que Europa puede hacer y lo que EEUU no hará.
La moderación no significa abandonar a Ucrania por completo, implica evitar promesas inviables. En lugar de ofrecer garantías similares a las de la OTAN o fingir que Estados Unidos puede imponer la paz en frentes cambiantes, el marco más realista para el futuro de Ucrania es el neutralismo armado.
El cambio de época
El sistema liderado por Washington, sustento de la seguridad y riqueza de sus aliados durante prácticamente ocho decenios, se consolidó tras la Segunda Guerra Mundial al valerse Estados Unidos de las oportunidades y dificultades de su nuevo rol como «aliado básico» del mundo democrático. Los resultados fueron sorprendentes. Así, la Unión Europea emergió con la apariencia de una potencia económica preeminente, la OTAN evitó el estallido de otra guerra mundial y Occidente «ganó» la Guerra Fría. La apariencia era que «todo iba bien», pero los cambios sistémicos iniciados al final de la Guerra Fría constituirían un sistema complejo que pronto crearía la perspectiva de otra guerra global.
Tras el periodo denominado Guerra Fría, Occidente empleó como arma su entusiasmo por la globalización, algo que permitió que los estados considerados como «hostiles» se integrasen en las estructuras económicas y sociales occidentales y, de esta forma, se convirtieron en pioneros de una forma de «guerra» consistente en hostigar a los países occidentales desde el interior de sus estructuras políticas.
«Mundo post-USA»
Desde el Mar Báltico hasta el Mar de China Meridional y más allá, se ha aplicado igual estrategia con los mismos objetivos: redes de innovación, cadenas de suministro militar, infraestructuras críticas, sistemas financieros, procesos democráticos y asociaciones cívicas. Mientras los aliados de Estados Unidos creían disfrutar de la paz, sus adversarios ya estaban en «guerra».
Desde el Indo-Pacífico hasta el Euroatlántico, los aliados y socios de EE.UU., se tambalean al enfrentarse a la dura realidad de tener que estar preparados para autodefenderse. A pesar de las advertencias de cuatro administraciones estadounidenses y las reiteradas advertencias de sus propios estamentos de seguridad y defensa, pocos aliados europeos reconocieron la amenaza que representan las potencias hostiles. Y, en consecuencia, tampoco actuaron. El resultado inevitable ya ha llegado: la precipitación hacia un nuevo “orden” internacional, lo que se denomina «mundo post-USA».
El «orden» posterior a la Guerra Fría fue defectuoso desde el principio. Las élites económicas y las encargadas de política exterior que lo gestionaron, ignoraron la Historia y afirmaron que un orden disuasorio, con poder definido junto con los valores estadounidenses, pacificaría a las potencias rivales. Conformados por esta fantasía, aliados y socios occidentales se convirtieron en estados débiles al propiciar el decaimiento de sus potencialidades, mientras abrían sus sistemas económicos y sociales a la influencia de estados hostiles. Tales estados, con China a la cabeza, fueron pioneros en nuevas formas de hostilidades diseñadas para instrumentalizar la interdependencia global. A pesar de la creciente evidencia de los «ataques»: campañas cibernéticas, interferencia política, coacción económica y actuaciones paramilitares; los aliados y socios occidentales no lograron articular una defensa eficaz. En la década de 2020, los perjuicios causados por las conductas agresivas de los estados «hostiles», eran evidentes. El orden patrocinado por Estados Unidos se quebraba.
Siendo China el adversario más peligroso, sus acciones ofensivas son especialmente eficaces ya que están diseñadas para dificultar las represalias, fingir intenciones, ocultar rastros y avanzar solo gradualmente, todo ello con el fin de mantenerse por debajo del umbral de la guerra.
La misma guerra global
Siguiendo el mismo esquema general, los socios de China, léanse Rusia, Irán y Corea del Norte, activan la Zona Gris, que en las regiones euroatlántica e Indo-Pacífico incluyen coacción energética, ciberataques, sabotaje de infraestructuras, coerción económica, operaciones de información, diplomacia de rehenes e interferencia política. Peor aún, los estados autoritarios se apoyan activamente entre sí en la escalada de sus ataques. Paradoja: Distintas regiones, la misma guerra global.
La Zona Gris de bajo umbral de los estados hostiles es especialmente insidiosa en el ámbito económico y, una vez más, China lidera el grupo. Mediante inversiones, comercio y otras herramientas económicas maliciosas, ha adquirido sistemáticamente tecnologías extranjeras y activos sensibles esenciales para acumular poder coercitivo y convertirse en un rival (casi) par de Estados Unidos.
Los efectos sobre las capacidades militares derivados de la rivalidad económica y tecnológica, con frecuencia, se subestiman peligrosamente. Tras asegurar puntos críticos en las cadenas de suministro militar y convertirse en el centro mundial de producción de ciertos bienes y servicios estratégicos, China ha cerrado la brecha tecnológica que antes le impedía lanzar amenazas militares creíbles y se ha capacitado para ejecutar ataques de sabotaje y espionaje contra los recursos y activos críticos que los ejércitos aliados disponen para movilizarse, comunicarse y combatir.
El mayor éxito de China, en su Guerra Gris mantenida durante décadas, es la erosión sistemática de la capacidad de defensa de los aliados y socios estadounidenses. Su mayor ambición está ahora a la vista: «vencer sin luchar». El tiempo corre a contracorriente de los aliados y socios de Estados Unidos si no responden a este decisivo reto. El «mundo post-EE. UU» se enfrenta a una dura disyuntiva: disuadir con fuerza ahora o prepararse para vivir en un mundo donde Estados hostiles determinen su destino.
¿El hegemón?
A primeros de octubre, se celebró en Tianjin la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Xi Jinping situó a China como el gestor de un nuevo orden mundial multipolar, para lo que requirió a Moscú, Nueva Delhi y otras naciones, a que se uniesen a Beijing para desafiar la gobernanza global liderada por Estados Unidos y promover la «igualdad soberana» mediante el multilateralismo.
En la Cumbre, a la que asistieron más de 20 líderes nacionales, incluidos Putin y Narendra Modi, Xi presentó a China como el campeón de un orden multipolar liderado por el Sur Global. A su vez, Putin declaró la unión «sin precedentes» entre Rusia y China y proclamó una mayor integración económica con Beijing, incluso en plena vigencia de acuerdos energéticos bilaterales, que ponen de manifiesto la creciente dependencia moscovita de Beijing. La presencia del hindú Modi en la Cumbre implicó un gesto de deshielo entre China e India, coincidiendo con las tensiones entre Estados Unidos e India. Modi no asistió al desfile militar, pero si lo hicieron 25 jefes de Estado o de Gobierno extranjeros. En el desfile, Putin y Kim Jong estuvieron junto a Xi. China mostró sus ambiciones nucleares al presentar dos nuevos misiles balísticos intercontinentales, el DF-5C y el DF-61.
Un vacío geopolítico
La OCS, que en el pasado era considerada, al menos en Occidente, como un pequeño grupo regional, actualmente está compuesta por diez miembros que representan alrededor del 30% del PIB mundial. La «foto» abre el debate sobre si la historia juzgará el hecho como el momento del fin del orden internacional liderado por Estados Unidos, creado sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, podría considerarse simplemente una delegación de descontentos, unidos en la oposición a la política comercial estadounidense pero profundamente divididos cuando se trata de sus propios intereses. En ese caso no se trataría del nacimiento de un orden mundial, más bien un vacío geopolítico.
No obstante, hay tendencias que presagian grandes cambios, en un momento en que la Alianza Transatlántica, que sustenta el panorama de seguridad de la posguerra, se quiebra bajo la política de «Estados Unidos primero» de Donald Trump. Y eso tiene implicaciones importantes, sobre todo para Europa.
A ese evento asistieron algunas personas tradicionalmente de tendencia occidental, como el primer ministro indio, Narendra Modi, quien bromeó ostentosamente y tomó la mano de Putin. India compra grandes cantidades de petróleo crudo a Rusia, lo que mantiene engrasada la maquinaria de guerra de Moscú, por lo cual India ahora enfrenta un arancel del 50% impuesto por Estados Unidos. También asistieron los «otánicos» Viktor Orban y Recep Tayit Erdogan.
A medida que Estados Unidos se aísla empleando agresivas políticas económicas tras el lema «América primero», China envía señales al mundo de que un nuevo orden mundial está en ciernes. Es un aviso de actitud de superpotencia del Oriente asiático, que ha ido configurándose desde que Donald Trump anunciase la imposición unilateral de aranceles dirigidos tanto contra los aliados como contra los rivales. Beijing, a su vez, ha contactado con diversos países ofreciendo opciones alternativas a las de Washington. En múltiples ocasiones, Xi critica las tácticas de «intimidación» de Trump, la más reciente en esta Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, donde previno a unos veinte líderes extranjeros que deben «oponerse a la mentalidad de Guerra Fría, la confrontación de bloques y las prácticas de intimidación».