Maduro está en campaña sin elecciones y aprovecha las amenazas de Trump
«El chavismo ejerce su total control sobre una sociedad vencida por los hechos más que por la legitimidad»

Nicolás Maduro. - Archivo
Justo en medio de Caracas está la base aérea Francisco de Miranda, más conocida como La Carlota. De su pista paralela a la principal autopista de la ciudad suelen despegar en tiempos normales muchos jets ejecutivos, con gente de negocios, civiles y militares, que entran y salen del país sin pasar por engorrosos trámites de aeropuertos comerciales.
Allí también está la Comandancia General de la Aviación Militar. Parte de sus terrenos han sido convertidos en un parque y un área para ferias y exposiciones de envergadura. Hoy, en La Carlota hay instaladas baterías antiaéreas, algunas visibles y otras escondidas en trincheras cubiertas con césped.
Son parte del despliegue de equipos y «hombres y mujeres en armas» que mantiene el gobierno chavista de Nicolás Maduro ante lo que califica como amenazas de invasión de Estados Unidos. El gobierno de Donald Trump ha desplegado en el Caribe una flota de unos ocho buques de guerra, un submarino de propulsión nuclear y unos 4.000 de sus hombres mejor entrenados.
Trump afirma que ese despliegue está destinado a combatir el narcotráfico en el Caribe. Hasta ahora el saldo de estas operaciones es de tres o cuatro botes con motores de alta potencia hundidos con misiles, liquidados en aguas internacionales, como quien mata moscas con cañones, y unos 14 hombres asesinados.
Este viernes la Fuerza Armada de Venezuela completó en la isla caribeña de La Orchila sus propios ejercicios militares, con 2.500 soldados. La Orchila, de 43 kilómetros cuadrados, es un paraíso tropical con una base aeronaval. Sus playas de ensueño solo están disponibles en tiempos de paz para la familia presidencial.
El despliegue ahí también incluyó videos y fotos de aviones Sukhoi, obuses, tanques anfibios de fabricación china y baterías antiaéreas de origen ruso. La mayoría de esos equipos fueron comprados por Hugo Chávez, cuando tenía dinero a borbotones para convertir a Venezuela en el mayor importador de arma de América latina, según la data de entonces del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
Entre los años 2023 y 2006, en plena borrachera nacional de los enormes ingresos petroleros, el chavismo elevó las compras de armas en 555% y Venezuela desplazó a Brasil como «el primer importador de armas convencionales del continente y decimotercero en el mundo», según Sipri. El 66% de las armas adquiridas por Venezuela entre 2008 y 2012 son de origen ruso, gracias a un enorme endeudamiento.
Según datos recopilados por Transparencia Venezuela, las compras de armas y equipos financiados por Rusia llegaron a $9.934 millones entre 2005 y 2020. No hay registros de 2021 y en 2022 Rusia detuvo sus exportaciones de armas porque se enfrascó en la guerra contra Ucrania.
Esas compras a Rusia incluyeron tanques, misiles antiaéreos de corto alcance, helicópteros de ataque Mi-28; los 24 cazas Sukhoi, vehículos blindados de infantería, obuses autopropulsados, lanzamisiles múltiples, morteros autopropulsados y misiles supersónicos antibuques, reseñaba en 2013 el medio ruso aliado del chavismo RT, citando al informe de SIPRI.
Más de una década después, el mantenimiento y apresto operacional, o capacidad de combate de esos equipos, es puesta en duda por expertos en artes militares. La crisis económica que liquidó el 80% del tamaño de la economía también afecta a la Fuerza Armada y a sus soldados.
Teatro de operaciones en el Caribe
Hoy el chavismo intenta inocular en el día a día de la gente común la noción de que Venezuela corre el riesgo de perder su independencia y sus recursos naturales con una invasión armada de Estados Unidos. De esta forma, el discurso trata de convertir las acusaciones de Trump contra Maduro y su cúpula, en un ataque contra toda Venezuela y América Latina. Es una forma de buscar legitimidad, pues su gobierno no es reconocido por ninguna de las democracias de corte occidental, ni por la oposición interna, que lo sigue acusando de fraude.
El despliegue antidrogas de Trump, dicen los jerarcas del chavismo, en realidad busca un cambio de régimen político en Venezuela. Y el régimen usa su hegemonía comunicacional, el control de medios de radio y TV y sus fuertes inversiones en bots y algoritmos en redes sociales, para instalar un estado colectivo de miedo a inminentes acontecimientos que no llegan y acaso nunca llegarán.
También emplea la estructura del aparato de justicia y la Fiscalía para encarcelar a más disidentes. En los últimos días, hay denuncias sordas en el desierto de cómo se han llevado a varios defensores de los derechos humanos, activistas políticos, incluso con sus padres y bebés, sin fórmula de juicios ni órdenes de detención.
Este fin de semana, en una inédita acción, los militares acuden a 5.336 «circuitos comunales», que son en realidad los mismos circuitos electorales del país, para entrenar a personas comunes en el arte de disparar armas de guerra y comportarse ante el enemigo.
En palabras del ministro de Defensa, Vladimir Padrino, citado por medios chavistas será una «experiencia gratificante, en masa, en unión popular, militar y policial». Es la segunda parte de una jornada iniciada el 13 de septiembre, cuando personas inscritas en el cuerpo de Milicianos debieron ir a los cuarteles a recibir entrenamiento básico.
Pero no hay evidencias de movimientos masivos de personas para respaldar al chavismo. «Salgamos nosotros de los cuarteles, con nuestros instructores, con nuestros operadores de sistemas, a hablar de la doctrina militar bolivariana, a hablar del legado del Comandante Chávez, y a explicarle al pueblo porque estamos dando esta lucha», dijo Padrino.
El chavismo se pone más verde
En medio de declaraciones retóricas de los cuestionados líderes chavistas, frases como esta ayudan a dilucidar lo que se está forjando en Venezuela por estos días. Por aquí no hay elecciones hasta dentro de cuatro años. El chavismo ejerce su total control político, económico y social sobre una sociedad vencida por los hechos más que por la legitimidad.
Mientras todos están pendientes de lo que hagan «los gringos», ya nadie se acuerda de que hace apenas un año Nicolás Maduro fue proclamado vencedor de las elecciones presidenciales sin que jamás el oficialista Consejo Nacional Electoral mostrara los resultados de la votación por estados, municipios y mesas de votación. Fueron unas elecciones que, según informes de observadores de la ONU y del Centro Carter, no cumplieron los parámetros democráticos.
En la autopista, a las orillas de la base militar de La Carlota está el distribuidor Altamira, donde en los años 2014 y 2017 se concentraron masivas y enérgicas protestas de personas comunes pidiendo la salida de Maduro y el chavismo del poder. Esas protestas fueron sofocadas a sangre y fuego, dejaron más de un centenar de muertos, la mayoría de ellos jóvenes, estudiantes, abatidos con disparos certeros en el torso o en la cabeza. Hay imágenes de al menos un militar, posteriormente identificado como sargento de la Aviación Militar Arli Cleiwi Méndez Terán, disparando apostado tras las rejas de la base militar para asesinar al estudiante David José Vallenilla, de 22 años.
Eso ocurrió el 22 de junio de 2017, cuando las protestas diarias de miles de personas en las calles de Venezuela contra el chavismo llevaban cinco meses seguidos. Ocho años después, pocos ejercitan el recuerdo de esos hechos. Sus protagonistas se fueron del país, los que se quedaron están dedicados a otras cosas, no pocos fueron hechos prisioneros en las manifestaciones, algunos liberados con régimen de control. Muchos lucharon por mantener viva la llama del voto en la cita electoral del 28 de julio de 2024, hasta quedar defraudados.