Plan Trump en Gaza: ¿pausa temporal o proceso de paz?
«Oriente Medio ha sido la tumba de toda carrera política que se ha atrevido a lidiar con este contencioso milenario»

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Hace unos días, el 13 de octubre de 2025, en el complejo turístico de Sharm el Sheij, Egipto, el presidente Trump declaró a bombo y platillo que «la paz duradera ha estallado en Oriente Medio», una paz que «ha eludido esta región durante 3.000 años», pero que «el trabajo duro acaba de comenzar». Efectivamente, como dice el proverbio chino, favorito del fallecido presidente Kennedy, «para completar todo camino de 1.000 millas siempre hay que dar el primer paso».
El Plan Trump consiste en tres fases, de las cuales solo se ha firmado la primera, que incluye un cese de hostilidades, intercambio de rehenes y restauración de la ayuda humanitaria a la Franja de Gaza. Las dos siguientes fases consisten en una lista de 20 puntos que abarcan de forma ambigua y sin una secuencia procesal todos los aspectos estructurales del contencioso histórico, desde la reconstrucción física de la Franja de Gaza hasta su entramado institucional, sin atribuir responsabilidades, mecanismos de verificación ni calendario de implementación.
Una fórmula inédita e innovadora en el campo de la gestión de conflictos que, por lo menos, ha roto «el nudo gordiano» y la dinámica de destrucción que impera en la región desde el 7 de octubre de 2023.
La filosofía detrás de esta curiosa fórmula de gestión de crisis de Trump es producto de su experiencia como negociador inmobiliario y su manual Art of the Deal, que prima el acuerdo conceptual sobre el problema de una manera transaccional, y fija y compromete a las partes al simplemente anunciar su existencia y así poner la responsabilidad del fracaso del mismo en el primero que se desmarque, para luego dejar «que los abogados discutan los detalles» y culminar la compraventa y cerrar el trato.
Esta metodología comercial y binaria de acuerdos en el mundo empresarial funciona en el marco de una gobernanza institucional legal que incluye mecanismos de coerción para los infractores. La realidad imperante y condición esencial para su éxito es que estos acuerdos nunca incluyen intereses existenciales de las partes, solo secundarios. En la sociedad internacional, un pueblo, y menos aún un Estado o una causa, nunca negocia sus intereses primarios y existenciales a no ser que sea una rendición unilateral producto de una derrota contundente. Por lo tanto, es una metodología difícilmente trasladable a la realidad compleja de la resolución de conflictos y gestión de crisis en las relaciones internacionales y la geopolítica global.
Así pues, estos días, Trump, al anunciar prematuramente la resolución del conflicto, podría estar confundiendo un alto el fuego o una pausa temporal de hostilidades con un proceso de paz. A la vez, está quizás alimentando expectativas irrealizables y sembrando las semillas del posible descarrilamiento del proceso aun antes de que se comiencen a abordar los problemas estructurales del conflicto.
Todo esto en una región implacable que no perdona a los «vendedores de sueños» y que, desde hace más de un siglo, ha destrozado la reputación y el prestigio de cinco premios Nobel de la Paz, seis planes de paz, treinta intercambios de rehenes, seis altos el fuego solo en Gaza, trece presidentes de EE. UU. y una lista de primeros ministros, presidentes, diplomáticos y mediadores demasiado abultada para acordarse de todos ellos. Oriente Medio ha sido la tumba de toda carrera política que se ha atrevido a lidiar con este contencioso milenario. ¿Será Trump la excepción?
El elevado precio de asumir la gloria y no compartir la autoría de imponer la paz a dos enemigos recalcitrantes en un conflicto histórico enquistado implica una total atención al proceso y un gasto de capital político que ahora Trump tiene que cumplir. Como decía el antiguo secretario de Estado Colin Powell, «una vez que tomas las riendas y lideras, ya es tu problema, de nadie más, solamente tú eres el dueño». A partir de ahora, le guste o no, el conflicto de Oriente Medio ya es «el problema de Trump».
A fecha de hoy, con algunos flecos pendientes, como la liberación de los 18 cadáveres de rehenes, a pesar de algunas violaciones del alto el fuego por parte de Hamás y el ejército israelí, y la intermitente e insuficiente ayuda humanitaria que llega a la Franja para aliviar la tragedia de los palestinos, se puede decir que la primera fase se da ya prácticamente por concluida. La pregunta clave es si ahora Trump cree que su trabajo ha concluido o si entiende que su trabajo solo acaba de empezar.
La respuesta a esta pregunta es vital, pues el éxito o el fracaso del Plan Trump depende de su habilidad y persistencia para mantener la presión sobre todas las partes; sobre todo sobre el primer ministro Netanyahu y las facciones palestinas de Hamás y Fatah con sus facilitadores en la región (es decir, Catar, Turquía, Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Líbano, Siria y Emiratos Árabes Unidos). Pero, sobre todo, su mayor reto es disuadir al principal «spoiler» o desestabilizador de la región, que es la República Islámica de Irán y su eje de resistencia. ¿Será capaz Trump de concentrarse en el problema y dedicarse en pleno a ello durante los largos meses que le quedan en la Casa Blanca?
Lo que está claro es que este plan no funcionará sin la presión de Trump, pues es el único que asusta a los israelíes y consigue la atención inmediata de los árabes. Ahora, al comenzar la segunda fase, el proceso se enfrenta a dos retos estructurales y estará sujeto a una volatilidad extrema, pues depende de dos actores que en realidad no desean que el proceso llegue a su fin. Ni Hamás y las facciones palestinas ni el actual gobierno de Israel desean la solución de «dos Estados» que promueve la comunidad internacional y prevé ambiguamente el Plan, una realidad que reduce las esperanzas de éxito radicalmente. Así pues, ¿va Hamás a disolverse y desarmarse? ¿Va Israel a evacuar y abandonar Gaza? ¿Quién va a verificar si se cumplen estos desarmes, disoluciones y retiradas? ¿Quién asumirá la responsabilidad de penalizar al transgresor?
Además de un posible cambio de liderazgo en Israel y entre los palestinos, para asegurar la supervivencia del proceso y completar la segunda fase es vital la implicación de la comunidad internacional en el mismo. Una comunidad internacional que lleva una década en un proceso de implosión, con claros síntomas de estar neutralizada y fascinada con la actuación de las tres grandes potencias revisionistas del orden internacional: China, la Federación Rusa y Estados Unidos. En estos momentos se mueve más por coacción que por convencimiento, y las potencias e instituciones internacionales se ven marginadas y ninguneadas, lo que las deja con pocos incentivos para contribuir al éxito del plan de paz.
Vayamos por partes. A día de hoy, las Naciones Unidas no tienen una hoja de ruta para apoyar el plan de paz salvo una coordinación y posible distribución de la ayuda humanitaria en la Franja. Su labor como ente legitimador del proceso de paz mediante una resolución del Consejo de Seguridad y un mandato para la verificación de los acuerdos, la fuerza multinacional para implementarlos y la condonación legal de las instituciones transitorias para la gobernanza del territorio no están ni siquiera en la agenda de la organización.
Por su parte, la Unión Europea ha sido marginada y su contribución al proceso es inexistente, salvo para expresar su apoyo político a la paz sin concretar acciones específicas. Sus líderes, junto con otros mandatarios occidentales como Canadá, Reino Unido, Noruega, etc., han ofrecido su apoyo genérico sin poner efectivos militares, de seguridad o financieros a disposición de las partes. Su contribución será, en todo caso, pagar parte de la factura de la reconstrucción de Gaza, pero todavía no hay una posición conjunta en la materia.
El principio de un largo camino
Finalmente, China y Rusia mantienen una discreta posición de espera, a ver si fracasa o no el Plan Trump. Si fracasa, aprovecharán el desgaste de Trump en la región, y si tiene vistas de progresar, se apuntarán al éxito colectivo como piezas esenciales en Naciones Unidas y en el orden regional para legitimar el proceso de paz.
De una manera parecida, las potencias e instituciones regionales como Turquía, Catar, Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Jordania, la Liga Árabe y la Organización de Estados Islámicos, con países proactivos como Pakistán, Azerbaiyán e Indonesia (que sí han ofrecido tropas), tampoco han concretado detalles, y todos son «spoilers» en potencia si el proceso se agrieta o comienza a estancarse. Así pues, todos los presentes en Sharm el Sheij animan a que Trump sea el dueño del plan de paz, a la espera de que Washington se implique de lleno y asuma todos los riesgos y costes del complejo proceso entre israelíes y palestinos.
Finalmente, están los abiertamente hostiles al Plan, principalmente Irán, con los restos de su arco o frente de resistencia en la región, es decir, los hutíes de Yemen, Hezbolá en Líbano y las milicias de Irak, Siria y Afganistán, que, con un ataque en la región o un atentado terrorista en zonas vulnerables de presencia de EE. UU., como Europa, América Latina o África, podrían reventar el proceso.
Así pues, nos encontramos al principio de un largo camino, en un punto de inflexión que nos recuerda aquella frase de Churchill tras la batalla de El Alamein, no muy lejos de Gaza, en 1942: «No estamos en el fin, ni siquiera en el principio del fin, sino quizás en el fin del principio».
Para asegurarnos la continuidad del proceso de paz o alto el fuego y no fracasar en sus prolegómenos de implementación, conviene no caer en los mismos errores de los procesos anteriores, sobre todo el proceso de Oslo de 1993 a 2014. Es decir, no ir más allá de declaraciones abstractas, ambiguas y bien sonantes, y sostener un proceso huérfano de detalles y con un claro déficit de recursos técnicos, financieros y de capital político, que no atiende a la necesidad más imperante del momento: evitar urgentemente que el vacío de poder en Gaza lo asuman las dos entidades opuestas al éxito del Plan, es decir, Hamás o el gobierno actual de Israel.
Hay seis temas a resolver en los próximos días o quizás semanas:
- ¿Se completará el canje de secuestrados por prisioneros? Todavía quedan 18 cadáveres de rehenes por devolver y Hamás parece que pretende negociar hasta donde pueda implementar esta condición sin provocar que Israel lo utilice como una excusa para abortar el proceso.
- ¿Retirará Israel sus fuerzas de Gaza? A día de hoy, Israel ocupa el 53 % de Gaza y prevé una retirada «gradual». ¿Qué significa? ¿A dónde? ¿Quién verifica? ¿Solo Gaza? ¿Sur del Líbano, Siria, Cisjordania?
- ¿Cómo se desarma, se desmoviliza, se exilia y se amnistía a Hamás? Desde el alto el fuego han surgido entre 1.500 y 4.000 efectivos armados de Hamás que están asumiendo el control del 43 % de la Franja evacuada por Israel y ya han ejecutado y amedrentado a miembros de milicias y bandas armadas. Cada día se hacen más fuertes y nadie sabe cómo se van a desarmar, desmilitarizar y exiliar a Hamás. ¿Será parte del mandato de la «fuerza de pacificación»? ¿Qué sucede con los 2.000 misiles que todavía parece tener a su disposición? ¿Se los dan a los egipcios? ¿A dónde irán? ¿Argelia? ¿Indonesia?
- ¿Cómo será la fuerza internacional de estabilización? Se dice que se está «trabajando» con partes árabes y socios internacionales como Pakistán, Bangladés, Indonesia y Azerbaiyán, o compañías privadas como Dyncorp, Blackwater o Sandline, «para formar una misión de estabilización». ¿Qué mandato tendrá? ¿Le darán mandato y capacidad para enfrentarse a Hamás, la Yihad Islámica, las milicias? ¿Israel? ¿Qué apoyo tendrá de las grandes potencias EE. UU., Rusia, China, etc.?
- ¿Cómo y cuándo comenzará la reconstrucción física e institucional de Gaza? ¿Habrá un «Plan Marshall» para Gaza? ¿Quién lo financia? ¿Quién verifica el uso y gasto de recursos? ¿Quién controla el mercado negro? ¿Se complementa con la ayuda humanitaria? ¿Será la ONU, o serán las ONG tradicionales o los Estados? ¿Quién limpia las 185.000 minas y la munición activa que quedan en la Franja? ¿Quién lo paga? Y, finalmente:
- ¿Qué mandato, responsabilidades y legitimidad tendrá la «Junta Temporal de Sabios», supuestamente encabezada por Sir Tony Blair e incluyendo a Trump? ¿Mandato de la ONU? ¿Una alianza de interesados? ¿Quién participará y será miembro? ¿Incluye a palestinos e israelíes? ¿Por cuánto tiempo: un año, dos, cinco? Y lo más importante: ¿habrá un calendario firme y un proceso democratizador de transición para una futura institución de gobernanza en Gaza? ¿Elecciones? ¿Quién vota? ¿Quién cuenta los votos?
Las respuestas a estas preguntas urgen y aclararán si lo que empezó el 9 de octubre y culminó en la ceremonia del 13 de octubre de 2025 es un plan o proceso de paz, o un mero cese de hostilidades e intercambio de rehenes por prisioneros incompleto y fracasado que añadir a la larga lista de la historia del conflicto. La pregunta es si el presidente Trump será una víctima más en la larga lista de políticos estrellados en el muro de Oriente Medio.