¿Se puede reconstruir Ucrania con los activos rusos congelados por las sanciones?
Por el momento, la iniciativa no avanza, pero EEUU y la UE presionan a Putin y aprueban nuevas medidas contra el Kremlin

Dos lugareños reparan una vivienda tras un ataque ruso en la región de Oblast, Ucrania. | Gaby Schuetze (Zuma Press)
Los líderes europeos se dedicaron ayer en Bruselas a darle vueltas al plan de reconstrucción de Ucrania, invadida por Rusia hace casi cuatro años, y a aprobar una nueva ronda de sanciones sobre el Kremlin. La defensa de los ucranianos, de su futuro, es la defensa de Europa. Y a Ucrania le hace falta de todo: armas, dinero, respaldo político y avances en los compromisos de aproximación a la Unión Europea y a la OTAN.
Con mayor o menor claridad, esto lo entienden todos los países europeos. Mucho más los del norte, demasiado cerca para su gusto de las amenazas de Moscú, y los del este, con excepciones como la del iliberal Gobierno de Hungría. En España, el respaldo se traduce en pocas cosas por parte del Gobierno: de las grandes economías europeas, es la que menos ayuda a Ucrania.
Y en Washington, según los días. El presidente Trump, distraído con romper la Casa Blanca —¡para hacer un salón de baile!— y seguir enfrentándose a la mitad del país, alterna el palo y la zanahoria. Algunos días declara su admiración por Vladímir Putin y otros se enfada con él. Estaba prevista una reunión de ambos para hablar de Ucrania dentro de unos días, pero, sorpresa, Moscú no quiere hablar de parar una guerra que se le ha indigestado, así que la cita se ha suspendido por ahora. «No quiero desperdiciar una reunión», ha dicho Trump, envalentonado por Oriente Próximo (cada día que pasa se consolida un poco más el alto el fuego, aunque la fragilidad está muy presente). Mientras tanto, sigue la guerra: la penúltima hazaña bélica del Kremlin ha sido alcanzar con misiles una guardería infantil en Járkov.
Además de los drones, los misiles y la defensa antiaérea, el arma más potente contra las tropas rusas son las sanciones económicas. Por eso es muy importante —si se mantiene— la decisión del Tesoro estadounidense de imponer nuevas medidas contra las dos principales empresas petroleras rusas, Rosneft y Lukoil. Ambas ya estaban sancionadas, pero ahora el castigo se extiende a filiales y compañías con las que trabajan. Por lo pronto, China parece haber suspendido las importaciones de petróleo ruso después de este anuncio. La reacción de Moscú ha sido furibunda. «Trump se ha alineado por completo con la desquiciada Europa», ha dicho el peón de Putin, el expresidente Dimitri Medvédev, que cree que «las decisiones tomadas son un acto de guerra contra Rusia».
Al mismo tiempo, The Wall Street Journal asegura que Washington ha levantado sus restricciones al empleo por parte de Ucrania de misiles de largo alcance. Ahora falta que Trump sea constante —cierto que es mucho pedir, pero lo mismo sigue pensando en el próximo Nobel de la Paz— y mantenga la presión; sería suficiente con que dedicara a la libertad de Ucrania el mismo entusiasmo con el que está poniendo patas arriba la Casa Blanca y enfrentando a la sociedad estadounidense. Probablemente, si Europa le compra armas para Ucrania no habrá ningún problema.
Los europeos tendrán que tragarse este sapo y otros, y reforzar su apoyo en todos los frentes. En el horizonte de la presión, un arma eficaz: utilizar parte de los activos rusos congelados por las sanciones —175.000 millones de euros— para pagar la factura de la reconstrucción de Ucrania en los próximos años. Además de la justicia intrínseca del asunto, eso evitaría a las asfixiadas economías europeas aportar recursos para poner en pie el castigado país.
Este plan de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, es atractivo, pero difícil de conseguir. Bélgica, sede de Euroclear, la empresa depositaria donde está el dinero ruso, tiembla por las posibles represalias, y logró este jueves frenar la decisión, que se seguirá debatiendo hasta encontrar una fórmula que tranquilice a todos. También el Banco Central Europeo preferiría algo más convencional, con créditos a Ucrania que devolvería en el hipotético caso de que Rusia se comprometiera a financiar la reconstrucción.
Mientras tanto, se mantiene la presión y se toman algunas decisiones. Por ejemplo, el nuevo paquete europeo de sanciones, el 19º, que se dirige contra la flota de petroleros sin bandera rusa que transportan gas natural licuado y otros productos para esquivar la vigilancia de las sanciones. Es el petróleo que llega a España desde Singapur. La UE adelanta un año —a 2027— este veto al transporte de gas natural licuado y las sanciones a la llamada flota fantasma rusa. Un poco tarde, pero la agilidad no es el punto fuerte de los 27.
En todo caso, hay que confiar en que las medidas de presión, sobre todo las económicas, y el respaldo militar serio a Ucrania sirvan para rectificar esta política que burla las sanciones y llena los bolsillos de guerra de Moscú. Eso es lo que dijo ayer Volodímir Zelenski: «Más presión sobre Rusia y se sentarán y hablarán; creo que ese es el plan». Rusia solo aceptará negociar una paz justa si tiene enfrente una posición de fuerza real por parte de norteamericanos y europeos. Y, como en el caso de Gaza, queda todavía mucho camino por recorrer.
