Batol Gholami, la joven afgana comprometida con educar a sus compatriotas desde España
Gholami lidera la ONG AYLA, una fundación que ofrece educación en línea a jóvenes afganas

Batol Gholami.
El 15 de agosto de 2021, el grupo islamista fundamentalista talibán tomó Kabul, la capital de Afganistán, culminando su ofensiva y derrotando al gobierno respaldado por Estados Unidos tras 20 años de guerra. Los talibanes regresaron acompañados de su interpretación extrema de la sharía, o ley islámica, imponiendo un apartheid de género que subyuga a la mitad de la población.
Con su regreso al poder, las mujeres han vuelto a quedar sometidas a restricciones que Amnistía Internacional describe como «draconianas». Según ONU Mujeres, los talibanes están «más cerca que nunca de lograr su visión de una sociedad que borra completamente a las mujeres de la vida pública».
Hoy las niñas no pueden estudiar después de los 13 años y solo una de cada cuatro mujeres trabaja, en comparación con el 90% de sus paisanos masculinos. La mayoría de los espacios públicos les están vetados y solo pueden salir acompañadas de un mahram, un familiar varón. Además, son obligadas a portar el burka, una prenda que cubre todo el cuerpo y el rostro, con su único acceso al mundo exterior una pequeña malla frente a los ojos.
Los talibanes han condenado a las mujeres a un estatus de invisibilidad con medidas que se asemejan a un intento de volverlas inexistentes: no pueden aparecer en fotografías, asomarse por los balcones, ni tener ventanas transparentes en sus hogares. Sin embargo, la invisibilidad no ha bastado. El grupo fundamentalista también ha optado por arrancarles la voz, no solo metafóricamente al negarles la educación y la participación política, sino literalmente, al prohibirles hablar en espacios públicos, como señala la Agencia de Asilo de la Unión Europea (EUAA).
Batol Gholami, una joven de la provincia de Baghlan, en el norte de Afganistán, es una de las mujeres que desafían los decretos de los talibanes. Desde España, resiste contra el régimen, liderando la organización AYLA (Afghanistan Youth Leaders Assembly), que ofrece educación a mujeres afganas a través del internet.
Forjando la igualdad de oportunidades desde abajo
Para Gholami, «el trauma de los talibanes no empezó en 2021». Años antes ya se sentía su presencia en Baghlan, más rural y conservadora que las grandes ciudades. «Quizás es algo nuevo para quienes viven en el centro de las provincias o en Kabul, pero yo los he visto durante toda mi niñez». Aunque en su zona no siempre había contacto directo, cuando entraban en áreas bajo control talibán, ella y las demás mujeres debían cubrirse completamente por su seguridad.
La vida en Baghlan venía acompañada de otros desafíos. Alejada de la capital y de otras ciudades principales, la provincia ofrecía pocas oportunidades para jóvenes ambiciosos como ella. En 2018, viajó a Kabul para participar en un programa juvenil internacional. El trayecto duró toda la noche; Gholami atravesó varias provincias acompañada de su sobrino de once años, ya que entonces tampoco era seguro que una mujer viajase sola por el país.
Al llegar, tomó el micrófono ante un panel que incluía al representante del ministro de Exteriores y al presidente de la Comisión Afgana de Derechos Humanos. Antes de formular sus preguntas, les dijo: «Espero una buena respuesta de ustedes, porque he viajado toda la noche desde Baghlan solo para asistir a este programa». Su determinación impresionó tanto a los miembros del panel que la invitaron a visitarlos en sus oficinas para compartir sus ideas.
De esta experiencia nació AYLA, una organización que en sus inicios se enfocó en el empoderamiento de mujeres y jóvenes a través del liderazgo y la educación. «No todas las chicas tenían la oportunidad de viajar a Kabul para participar en programas como este», explica. «Si queríamos lograr un cambio, teníamos que empezar desde abajo, para que hubiese oportunidades para todos».
Con la pandemia, AYLA trasladó sus actividades al entorno digital y, tras la caída del país a los talibanes, mantuvo su labor en línea. Hoy la educación digital es la única vía posible para que las niñas de Afganistán puedan seguir estudiando.
Desafiando el ‘apartheid’ de género a través de la educación
La ONG opera con un equipo de doce voluntarios y se centra en ofrecer clases a niñas en Afganistán, así como a afganas en situación de irregularidad en Pakistán e Irán. Además, la fundación proporciona paquetes de datos de internet, ya que la conexión en Afganistán es escasa y costosa.
Convencida de que la educación puede sacar a las afganas de la cárcel en la que viven, Gholami amplió el alcance de AYLA, ahora preparando a las alumnas para exámenes internacionales como el Duolingo English Test y el TOEFL, cubriendo incluso las tasas de examen. La organización también las apoya durante los procesos de visado y financia billetes de avión cuando alguna consigue una beca para estudiar en el extranjero.
Dado que la ONG depende del voluntariado, los recursos son limitados. Gholami suele recurrir a las redes sociales para recaudar fondos cuando una alumna necesita pagar internet o un examen, pero las necesidades suelen superar los medios disponibles.
A pesar de los sacrificios y de los momentos desesperanzadores, la fundadora y el resto del equipo están orgullosas de su labor: «Como generación joven, al menos hemos cumplido con nuestra responsabilidad», afirma Gholami. «Sé que esta situación no durará para siempre. Llegará el día en que todo cambiará y que le podamos decir a la próxima generación que al menos hicimos todo lo que pudimos».
Actualmente, Gholami está en el proceso de registrar a AYLA en España con la intención de apoyar también a jóvenes refugiados dentro del país. Además, forma parte de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Afganas en España (AMAE), que acompaña a las refugiadas afganas en asuntos legales, de vivienda y educación.
«Refugiadas orgullosas» en España
Batol Gholami no solo tuvo que mantener su organización en pie en medio de la devastación de su país de origen, sino que también tuvo que enfrentarse a la incertidumbre del exilio. Llegó a España en 2022, tras un proceso arduo. Mientras el conflicto en Afganistán se agravaba, ella estudiaba Ciencias de la Computación en Pakistán, gracias a una beca universitaria. En 2021, con su visa de estudiante a punto de expirar, y su país a manos de los talibanes, Gholami contactó a varias embajadas y la de España respondió, concediéndole una visa humanitaria.
Hoy vive alejada de los suyos, salvo a su madre, a quien consiguió traerse a España; en Afganistán permanecen sus seis hermanos y sus familias. Empezar de cero como refugiada no fue fácil, pero Gholami expresa su agradecimiento hacia el país que la acogió: «Si estoy aquí es por su apoyo. Hasta el final de mi vida estaré agradecida». Añade que siente la necesidad de devolver este gesto: «Quiero ser una refugiada orgullosa, no un peso en los hombros del gobierno».
Mientras estudiaba español, realizó un curso de diseño de experiencia de usuario (UX), en línea con su formación en computación. Al graduarse, buscó trabajo y después de su primera entrevista lo consiguió: «Durante la entrevista cometí faltas gramaticales hablando español y pensé que no me aceptarían. Pero me llamaron y me dijeron: ‘Después de tres años como refugiada, puedes venir a comenzar tu trabajo’. Eso me dio muchísima esperanza».
Con su historia, la afgana busca inspirar a otros refugiados: «No estamos aquí para ser una carga. No crean que no somos valiosos y que solo podemos trabajar limpiando o lavando platos. Podemos usar nuestras habilidades y nuestra educación para hacer sentir orgulloso a nuestro país de acogida».
La educación como el método más poderoso de resistencia
Los obstáculos para brindar educación a las mujeres en Afganistán se intensifican, como se evidenció a principios de octubre, cuando el régimen talibán cortó el acceso a internet durante dos días, privando a miles de jóvenes de su único medio para estudiar. «Nos preguntábamos ‘¿y ahora qué hacemos?’», recuerda Gholami. «Lo que me mataba era no tener una respuesta. No tener una solución».
Para sus alumnas, la desconexión fue devastadora: «Con la educación online, pensaban que todo volvía a ser posible, que, aunque vivieran bajo esa dictadura, podían lograr cualquier cosa. Y el corte fue un gran shock». Ante la incertidumbre y convencida de que este apagón no sería el último, la fundadora decidió prepararse, creando materiales descargables para que las jóvenes pudieran seguir estudiando, incluso durante futuros cortes digitales.
Gholami planea seguir peleando contra los decretos de los talibanes que penalizan a las afganas solo por ser mujeres, convencida de que la educación es la forma más poderosa de resistencia: «Los talibanes prohibieron primero la educación a las mujeres y las chicas, porque los dictadores y los terroristas temen al conocimiento. Saben que si una población está educada, especialmente las mujeres, se vuelve poderosa». Añade que el miedo a verse eliminados por el poder del aprendizaje lleva a los talibanes a silenciar a las mujeres, y que «precisamente por eso no podemos perder la esperanza ni detener nuestros esfuerzos».
Su mensaje a las afganas es firme: «A las que están fuera, tienen la oportunidad de alzar sus voces y apoyar, sea mentalmente, físicamente, económicamente. No paremos. Y a las que siguen dentro del país, quiero que sepan que no las olvidamos. No solo son parte de la historia: son la historia completa. Crean en el poder de sus bolígrafos y sus cuadernos».
Antes de concluir la entrevista, la fundadora de AYLA lanza un llamado a la comunidad internacional: «A las universidades, les pido que consideren ofrecer becas solidarias a las niñas afganas. Aunque no tengan certificados válidos, que sean vistas como casos excepcionales». Además, añade que a través de los esfuerzos de AYLA pueden, «ayudarlas a obtener los certificados de idioma y la documentación; solo necesitamos que les den una oportunidad para seguir estudiando y, con ello, para salir del país».
