Escenarios en Venezuela y el amor blindado de Rusia
Maduro dice tomarse las amenazas muy en serio y afirma que lo que Estados Unidos busca en realidad un cambio de régimen

Imagen del último encuentro entre Vladimir Putin y Nicolás Maduro el pasado 7 de mayo. | Reuters
Por estos días la nueva normalidad interna de Venezuela contrasta con la creciente expectativa alimentada desde el exterior, donde muchos medios y actores parecen convencidos de que hay un inminente desenlace en marcha. Desde Washington le meten cada día más leña al fuego de esas expectativas, y el reciente anuncio del Gobierno de Donald Trump, de que viene en camino al Caribe el portaviones más poderoso y más grande del mundo –el Gerald Ford– a cazar narcotraficantes de poca monta, que se desplazan en botes de madera envenenados con motores de alta potencia, engorda el libro de algunas apuestas.
Desde dentro de Venezuela, el Gobierno de Nicolás Maduro dice tomarse las amenazas muy en serio y afirma que lo que Estados Unidos busca en realidad un cambio de régimen, desalojar pues al chavismo del poder absoluto que ejerce desde hace un cuarto de siglo. El país, dice el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, «no merece estar bajo el acecho y el asedio criminal de imperialismo norteamericano». Washington, según el discurso chavista, prepara nada menos que una invasión a Venezuela y amenaza la paz de toda América Latina y el Caribe.
Algunos medios desde EEUU, filtrando versiones de supuestas fuentes conocedoras, afirman que el Gobierno de Trump se apresta a ejecutar ataques puntuales terrestres dentro de Venezuela. La versión fue negada por el propio magnate, y por su secretario de Estado, Marco Rubio. Un desenlace parece depender de lo que le pase por la cabeza al impredecible Trump, el vector determinante en este tablero del asunto Venezuela. Mientras tanto, todos los analistas de riesgos y sabuesos de escenarios sopesan las señales internas y externas para intentar anticiparse.
Lo que ocurra puede impactar el sistema geopolítico hemisférico, el precio del petróleo, los bonos de la morosa deuda externa venezolana, pasando por intereses de empresas extranjeras y nacionales confiscadas y expropiadas por Hugo Chávez, hasta inversiones futuras en materias primas, servicios, infraestructura y energía.
Algunos hasta venden la idea de que una caída del chavismo desataría una estampida de sedientos inversionistas extranjeros dispuestos a ofrecer sus capitales para una futura reconstrucción de un país hoy paralizado en el tiempo y donde por todas partes hay obras abandonadas a medio construir, olvidadas por la desidia y la corrupción.
Pero si se mantiene este estancamiento económico, o si hay un evento violento a mayor escala en Venezuela, también aumentaría la ola migratoria que sigue indetenible, y que ya ha llevado a una cuarta parte de la población nacida en este país a establecerse en otras tierras. En cambio, un cambio pacífico, tolerado, negociado, civilizado, podría dar razones a muchos para quedarse aquí, o regresar para la reconstrucción.
Chavismo entre diplomacia y más autoritarismo
El Gobierno de Trump dice que el mayor despliegue militar en el Caribe desde la crisis de los misiles en los tiempos de la Guerra Fría busca combatir el narcotráfico. Niega que intente desplazar a Maduro del poder, pero al mismo tiempo ofrece una recompensa de 50 millones de dólares por la captura del heredero de Chávez y afirma que lo que hay en Venezuela no es un gobierno, sino una supuesta «banda criminal» que ha usurpado el poder tras el denunciado fraude en las elecciones presidenciales de 2024.
Maduro y la nomenclatura chavista insiste en que lo que hay aquí es poco menos que la democracia más perfecta del mundo; eleva el discurso nacionalista, apela a la unidad nacional y ordena más ejercicios y movilizaciones militares para disuadir a Estados Unidos de ejecutar una invasión al sagrado territorio de la patria. También redobla la persecución de disidentes, con nuevas detenciones de presos políticos y periodistas en la última semana; e inaugura la práctica común en la Nicaragua de Daniel Ortega de quitarle la nacionalidad a acusados de promover y respaldar ataques contra la nación.
Mientras en el país se instala la orden oficial de que el obligatorio apoyo al chavismo es equivalente a adorar a la patria, Maduro agiliza una campaña diplomática internacional en búsqueda de legitimidad. Intenta borrar para siempre los recuerdos de lo que sucedió en julio de 2024, cuando fue proclamado ganador de las elecciones sin que se mostraran nunca los resultados verificados.
Su Gobierno no es reconocido por ninguna democracia americana ni europea de corte occidental, aunque tiene el apoyo expreso de China, Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte y de un rosario de naciones africanas con gobiernos también autoritarios.
Rusia, su aliado mundial más estrecho, le ratificó esta semana su respaldo. «Apoyamos al Gobierno de Venezuela en la defensa de su soberanía nacional. Estamos dispuestos a seguir respondiendo a sus solicitudes considerando las amenazas actuales y potenciales», declaró la portavoz del ministerio ruso de Relaciones Exteriores, María Zajárova. No ha quedado claro de inmediato si esto equivaldría a un apoyo militar directo de Rusia, desde hace años principal proveedor de armas de la Fuerza Armada Venezolana.
El ministro de Relaciones Exteriores de Maduro, Iván Gil, expresó el «más sincero agradecimiento al Gobierno de Rusia por su inquebrantable apoyo en la defensa de nuestra soberanía». Si ese apoyo pasa de la palabra a los hechos, estaríamos hablando de un conflicto de imprevisible escala internacional, que sacudiría el tablero de la geopolítica en otras partes del mundo.
La Rusia de Putin está corta de dinero y desgastada por su injustificada invasión a Ucrania. Caracas y Moscú ya han convertido en ley un «acuerdo histórico de cooperación» a 10 años firmado en mayo pasado entre Maduro y Putin, donde ambos se comprometen a trabajar por intereses comunes en diversas áreas, desde la militar y de seguridad, hasta la aeroespacial y la comercial, financiera y deportiva. Pero no hay una cláusula de defensa mutua, como la negociada entre Rusia y Corea del Norte.
El reconocido analista político Benigno Alarcón sigue con perseverancia diaria el semáforo de alertas sobre lo que ocurre en Venezuela. Emplea algoritmos para, a partir de estas señales, noticias, anuncios y hechos, elaborar un diario de lo probable. Uno de sus escenarios le daba este viernes un 52% de posibilidad de «un incidente cinético limitado en el Caribe», y un 32% de probabilidad de una operación puntual aérea, terrestre o marítima que involucre a fuerzas de Estados Unidos y a Venezuela. La metodología de Alarcón también ve a 30 días un 26% de posibilidad de una «salida negociada con garantías».
Cuando en agosto pasado comenzó el escándalo de la movilización militar de EEUU en el Caribe, desde Washington algunas fuentes confidenciales dejaban filtrar qué el propósito era en efecto derrocar a Maduro tan temprano como en octubre. Un Halloween sin Maduro, decían los sarcásticos. Esas fuentes también advertían que si el chavismo llegaba a diciembre sin cambios, lo más probable es que quedara por toda esa eternidad que brinda la política a regímenes como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
