The Objective
Enfoque global

Adiós ONU, adiós… y ¿'Quo Vadis', España?

«El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no es un órgano judicial, sino político»

Adiós ONU, adiós… y ¿’Quo Vadis’, España?

Asamblea General de la ONU

Para situar el artículo… comenzaré con un caso (no tan) hipotético. Imaginemos que…

A agrede militarmente a B, con un triple argumento, a saber: 1) Los habitantes de B, en realidad, son «como» los de A y, si nos apuran, deben volver a la «casa común»; 2) B posee recursos naturales interesantes (o indispensables) para la economía de A; y 3) Si A no invade a B, teme, incluso razonablemente, que B se convierta en un instrumento para la proyección de poder de los rivales geopolíticos más importantes de A, a los que podemos denominar C.

Este escenario describe bien lo sucedido en la guerra de Ucrania (siendo A Rusia, B Ucrania y C la OTAN o, si se prefiere, EEUU). Lo inquietante del caso es que también describe bien lo sucedido en el Sáhara (siendo A Marruecos, B la República Árabe Saharaui y C Argelia).

Ambas intervenciones son avalables por la teoría realista, así como por la teoría kantiana del ius praeventionis, reflejada en su obra La metafísica de las costumbres (1797). Pero, ya se sabe, la teoría realista no es una teoría moral, mientras que Kant, es un relativista moral. En cambio, en ambos casos, esas intervenciones (guerras, en realidad) son denostadas tanto por la tradición (o teoría) de la guerra justa -que sí es una teoría moral- como por el derecho internacional público —con ciertas pretensiones y algunas pretensiones ciertas, al respecto, a pesar del creciente positivismo jurídico—.

La ONU está atravesando por un mal momento, dada su inanidad en las guerras de Ucrania, Gaza (suponiendo que eso sea una guerra); la de los 12 días, entre Israel e Irán; y, por supuesto, cualquier otra que esté por venir (mares de China, en su caso). Claro que, en puridad de conceptos, lo sucedido no es más que un reflejo o consecuencia de graves problemas estructurales de la propio ONU, en particular, y del derecho internacional público, en general. Nada es casual. Por eso no vale, ahora, rascarse las vestiduras. Es demasiado tarde, como casi siempre.

Lo anterior, pues, no es sorprendente. Sí, más, quizá, que algunos gobiernos, como el mío, opten por mostrar, una vez más, su tendencia a la incoherencia, a la mentira y al cinismo. Porque, en situaciones similares, como las descritas, en un caso aboga por el respeto al derecho internacional (Ucrania) y en otro, por pisotearlo (Sáhara). Eso sí, en los documentos oficiales en los que se expresan las líneas maestras de una supuesta política exterior, siempre tan «resultones» y «políticamente correctos» (es decir, inútiles y técnicamente insostenibles) se alude a la apuesta española por el respeto al derecho internacional. Y a otras cosas, como la energía «verde», o el feminismo. Solo cabe esperar que, en estos puntos, una vez nos aclaren qué significa para mi Gobierno, lo «verde» (¿nuclear also, or not?) y el feminismo (¿abortionism also, or not?) se sea, al menos, más coherente. Pero es mucho pedir, probablemente. 

En realidad, lamentablemente, todo eso es irrelevante. Lo que hace mi Gobierno, en medio de tanta incoherencia, intencionada indefinición, ambigüedad y equívocos, es desarrollar un empleo abusivo de lo que en ciencias políticas denominamos significantes vacíos (para los juristas —que también lo soy—, la palabra más parecida en derecho es «concepto jurídico indeterminado»). Cuando eso se produce, a decir de ese peligroso ultraderechista (sarcasmo, porque ya veo que hay que señalarlo todo, para que se entienda) llamado Ernesto Laclau, en obras como La razón populista (2005), estamos ante un populismo. En este caso, el que exhibe mi gobierno, es un populismo de salón (por supuesto). ¿Quién dijo que el populismo es patrimonio de la derecha? Laclau, no… 

Todo es irrelevante porque hemos delegado, de facto, lo poco que queda de nuestra soberanía, en la Unión Europea. Cuando Sánchez ha tenido que dar cuenta de las razones por las cuales nuestro país se alinea con el plan marroquí (esto es, el de la potencia ocupante) para el Sáhara siempre alude a que «es lo que hacen nuestros aliados». Puro seguidismo: cosas de lacayos.

Voy a ahorrar a los lectores una nueva cita, habida cuenta de que lo que ahora diré es un lugar común en cualquier manual y cualquier clase de primer curso de derecho o de ciencia políticas. Suele decirse, con buen criterio, que la soberanía de los Estados se ve erosionada debido a una doble presión: por «arriba» (para entendernos) por las Organizaciones Internacionales y, por «abajo» (también, por ir al grano) por la presión ejercida por poderes/administraciones subestatales/periféricas. 

Pues bien, los documentos relativos a las líneas maestras de una supuesta política exterior de nuestro país, se insiste, incluso machaconamente, en que, por una parte, Europa es la solución, que las respuestas a nuestros dilemas de seguridad deben ser europeas (defendiendo, por lo demás, siguiendo al rebaño, su ampliación hacia el Este, con lo riesgos que ello conlleva -incluyendo nuevos problema de seguridad), y en que, por otra parte, lo importante es defender las otras lenguas nacionales allende nuestras fronteras. 

Es obvio que el documento es «resultón» y «políticamente correcto» (es decir, inútil y técnicamente insostenible) porque no hace ni aspira a otra cosa que gustar en Bruselas y tratar de consolidar un imposible: en pago a los servicios prestados por el independentismo catalán y vasco al gobierno, hay que profundizar en la herida. Yo hablo catalán (en casa, siempre se habló durante el franquismo), mientras los antepasados de los líderes independentistas de hoy vestían camisas azules y/o llevaban boinas rojas. No los voy a criminalizar por ello. Pero… Ya está bien de pretender tomarle el pelo a la gente. Hablo y hablaré catalán, a discreción, igual que hago con el castellano. Pero considero que la tarea de mi Gobierno pasa por defender la lengua común de todos los españoles por el mundo, instituciones internacionales incluidas (sobre todo). 

Pero no, aquí se trata (visto lo visto) de propiciar ese avance de esas dos tendencias que, «por arriba» y «por abajo» erosionan la escasa soberanía remanente. Menuda política, por llamarla de algún modo. Dicho lo cual, si se dice que defendemos el feminismo y la energía verde, detecto cierta falta de sensibilidad con el grave problema del hambre en el mundo. No se menciona, no. Yo lo hubiera puesto, ya puestos a poner un poco de todo, para quedar bien (al menos, para eso, pues también hablamos de diplomacia, según parece). 

Ocurre que, probablemente, eso esté implícito (luego vuelvo con la palabra «implícito») en el feminismo, o en la versión del mismo que defienda mi Gobierno, si es que sabe de eso. Pues, al fin y al cabo, si esa palabra sirve para fomentar el abortismo en el mundo, pues hombre, es otra forma de acabar con el hambre en el mundo: matando nasciturus. Eso se llama neomalthusiansimo, y está muy en boga en círculos autodefinidos como «progresistas». Pero sabemos que el «progresismo» marxista-leninista-maoísta tuvo que echarse para atrás en su política del hijo único. Aunque, en realidad, por suerte para los chinos, esa norma nunca fue bien respetada por las madres chinas, que tuvieron una media de 1.6 hijos por mujer en esa etapa… No mucho menos de lo que ahora tenemos en el mundo occidental, gracias a los «progres» de aquí). El problema, para el neomalthusianismo es que las consecuencias previstas por sus adalides pueden ser falsas, y la realidad, la opuesta. En esta línea, les invito a leer, ahora sí, el libro de Marian L. Tupy y Gale L. Pooley. Superabundancia (2023). Pero solo a los lectores de este periódico, pues eso es demasiado académico para un gobierno «progre». 

Volviendo a la cuestión con la que he iniciado mi artículo de hoy, la del Sáhara, y enlazando con el párrafo anterior, decía que lo de los «implícitos» es asunto delicado. Hace pocos días, un alto responsable de mi gobierno adujo, al parecer ante una pregunta interesante, que el consentimiento de los saharauis a la aprobación del plan marroquí se podía dar por implícito. Pero… ¡Si están militarmente ocupados! Espectacular. Pero, a lo que íbamos. Es aceptable, en el sentido de coherente, si damo por implícito el consentimiento de la población del Donbás al plan de Trump-Putin de integrar esos Oblast en la Federación rusa. La autonomía también la tendrían, como en el Sáhara (no se preocupen, si ese es el problema -moral o jurídico-). De hecho, ya estaba prevista en los acuerdos de Minsk, sucesivos a la crisis de 2014. Pero esos acuerdos fueron pisoteados, esta vez por los sucesivos gobiernos ucranianos, con el de Zelenski incluido, por supuesto. 

¿Y Trump? Es el único coherente. Porque es realista y solo va de eso (no miente a nadie). Como buen realista (que no «neocon») quiere la paz. Aquí sí podría citar una batería de fuentes, directas e indirectas, pero me pasaría del tope de páginas para este tipo de artículo. Entonces, Trump, aboga por el mismo tipo de solución en ambos conflictos. Sea como fuere, la política estadounidense en el Sáhara nno nos conviene como españoles. Porque el día que Marruecos tenga asegurado el Sáhara, redoblará sus esfuerzos, como poco diplomáticos (e híbridos) sobre Ceuta y Melilla. Dicho lo cual, la Casa Blanca puede hacer lo que quiera, en función de su interés nacional (hasta ahí, es legítimo). Lo que entiendo menos es que, por puro seguidismo, por no ser nadie en el mundo, mi gobierno se pliegue a eso. Y que, a mayores, el hecho de que lo haga nos convierta en un país incoherente, cada vez que se nos llena la boca de derecho internacional. Porque nosotros, sí que vamos de eso, según deduzco de textos y discursos oficiales. En realidad, el problema es que no vamos a ninguna parte, y ni siquiera nos lo proponemos. Somos un buque al garete, que todavía se mantiene a flote. Pero que, sin timonel ni motor, ya hace aguas por todas partes.

Dos apuntes finales: nuestra política exterior no habla de Ceuta, Melilla, ni del eje Canarias-Estrecho-Baleares. Claro, porque el Sáhara es la retaguardia de las Canarias. No sea que alguien se moleste. Tengo muchos y buenos amigos marroquís (la mayoría son bereberes, pero también hay algún árabe; algunos son analfabetos; otros, licenciados, y hasta hay algún doctor -PhD, quiero decir-). A todos ellos les espeto estos temas, y lo encajan bien. No quiere decir que estén de acuerdo conmigo (bueno: los árabes no, nunca; los bereberes, a veces lo están, todo sea por fastidiar a Marruecos). Pero no solo entienden mi postura como español preocupado por su país, sino que les sorprendería que yo sostuviera cualquier otra postura, más ambigua o, directamente promarroquí. Entienden mi defensa de los intereses de España y de los españoles, incluso aunque no les guste a todos mis interlocutores. Lógicamente…

El último apunte, para engarzar con el principio, y con la ONU: el Consejo de Seguridad de la ONU no es un órgano judicial, sino político. Ya me disculparán mis colegas de derecho, por la obviedad. Pero no tengo claro que esto sea evidente para todo el mundo. Si se decide aprobar el plan marroquí, la ONU dejará de ser una institución que no es capaz de hacer valer el derecho internacional, para pasar a ser una institución que se encarga de contribuir a su pisoteo sistemático. Y nosotros seremos cómplices de ello. 

Sí, sí, todo so bonitas palabras, en el mundo de la diplomacia. Pero eso no es todo. Y, a veces, es peor. Me viene a la memoria el Evangelio de Mateo:

«¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muerto y podredumbre! Así también vosotros: os hacéis pasar por justos delante de la gente, pero vuestro interior está lleno de hipocresía y maldad». Mt, 23: 27-28.

Supongo que son cosas de la política. No pasa nada: los políticos son necesarios. Solo podemos aspirar (y quizá sea nuestra obligación hacerlo) a que sean mejores. O no tan malos… 

Josep Baques es investigador asociado del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.

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