The Objective
Análisis internacional

La víspera de Acción de Gracias en Washington que se tiñó de sangre

«Esta Administración está decidida a enfrentar a los estadounidenses entre sí»

La víspera de Acción de Gracias en Washington que se tiñó de sangre

Guardia Nacional desplegada en Washington.

Llegué a Washington el miércoles 27 de noviembre, víspera de Acción de Gracias, una fiesta únicamente americana destinada a recordarnos nuestras bendiciones. Una hora antes de llegar, dos reservistas de la Guardia Nacional de Virginia Occidental recibieron disparos de armas de fuego en el centro de Washington, a cuatro manzanas de la Casa Blanca. 

Al día siguiente, una especialista del ejército estadounidense, la soldado Sarah Beckstrom, de 20 años, murió a causa de sus heridas. El sargento de Estado Mayor de la Fuerza Aérea Andrew Wolfe, de 24 años, permanecía en estado crítico. El presunto asesino resultó herido por disparos de otros miembros de la Guardia Nacional y fue arrestado tras el ataque.

Las autoridades revelaron posteriormente que Rahmanullah Lakanwal, de 29 años, casado y padre de cinco hijos, había conducido 4.510 kilómetros a través el país, desde el estado de Washington hasta Washington D.C. No se ha confirmado su motivo, pero estaba armado con un Magnum 357. Un ciudadano afgano que había trabajado para la CIA en la provincia de Kandahar. Entró en Estados Unidos en 2021, cuando Estados Unidos se retiró de Afganistán y el país cayó rápidamente en manos de los talibanes. Le concedieron asilo en mayo de 2025. Familiares y vecinos afirman que mostraba signos de trastornos, entre ellos de estrés postraumático. 

Como era de esperar, Donald Trump aprovechó el pasado de Lakanwal para culpar a Joe Biden de haberle admitido. Trump anunció que detendría el procesamiento de la inmigración de los afganos en EEUU, ampliando esa medida dos días después a todos los países emergentes. Así mismo, ordenó el despliegue de otros 500 guardias nacionales en Washington D.C. Los inmigrantes afganos de todo el país dijeron temer represalias en forma de mayor escrutinio, deportaciones o detenciones. 

Sin embargo, ese mismo fin de semana, Washington irradiaba la calma y la solemnidad y prosperidad que siempre he asociado con la capital. Los reservistas de la guardia nacional —con uniformes de camuflaje pero con las armas ocultas, al parecer— eran muy visibles en las muy seguras calles comerciales de Georgetown, donde ciertamente no era necesaria su presencia. 

Caminando en grupos de cuatro o seis, los soldados de la Guardia Nacional parecían claramente fuera de lugar. La gran mayoría de los transeúntes, acomodados y multiculturales los ignoraban. Si el objetivo del despliegue es, como creen muchos de los críticos de Trump, normalizar la presencia de las tropas en las calles de las ciudades estadounidenses donde tantos votantes del partido demócrata viven y hacen sus compras, la estrategia está funcionando. 

Al otro lado de la ciudad, en el barrio de Anacostia en el sureste de Washington, un barrio mayoritariamente afroamericano tradicionalmente azotado por la delincuencia, no había guardias nacionales a la vista. 

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En otras visitas recientes a Washington, se podía pasar en coche junto a la Casa Blanca o disfrutar de vista despejadas desde las calles circundantes. Esto es imposible hoy en día, ya que la avenida de Pennsylvania está bloqueada por vehículos de emergencia y antidisturbios, aparcados firmemente uno al lado del otro, formando una barricada improvisada de varios vehículos de profundidad. La vista desde el este está obstruida por grandes tabiques, probablemente destinadas a ocultar las obras que se están realizando en el infame salón de baile que Trump está construyendo sobre las ruinas del ala Este de la Casa Blanca. La sensación producida es la de una Casa Blanca sitiada, aislada de las personas a las que se supone que debe servir.

Si la guardia nacional realmente hubiera sido desplegada para mantener la seguridad en Washington, tantos medios y efectivos no deberían ser necesarios. 

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La Guardia Nacional es el cuerpo de reserva del Ejército de Tierra y de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Está organizada por el Estado, bajo la autoridad conjunta del gobernador estatal y del Presidente. Es una fuerza totalmente voluntaria, la mayoría de los miembros de la Guardia Nacional ocupan un empleo civil mientras sirven. La Guardia Nacional puede ser movilizada para servir junto a las fuerzas regulares estadounidenses en tiempos de guerra o durante emergencias nacionales. También puede ser «federalizada», o utilizada por el Presidente para sofocar insurrecciones o disturbios internos y ayudar a garantizar la aplicación de las leyes federales. 

Históricamente, las tropas de la Guardia Nacional se han utilizado principalmente en el ámbito doméstico con ocasión de emergencias por desastres naturales como inundaciones o huracanes, aunque han tenido su papel en momentos políticos cruciales. El presidente George H. W. Bush recurrió a la Guardia Nacional para apaciguar la ciudad de Los Ángeles durante los disturbios de 1993. El gobernador de Ohio pidió a la Guardia Nacional de Ohio que ayudara a contrarrestar las protestas estudiantiles en 1970; cuatro estudiantes fallecieron y nueve resultaron heridos por disparos de miembros de la Guardia de en la Universidad Estatal de Kent. El presidente Dwight Eisenhower federalizó la Guardia Nacional de Arkansas para forzar la integración de las escuelas de Little Rock cuando el gobernador local se negaba a hacerlo. 

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Como en tantas otras cosas, Donald Trump ha adoptado un enfoque diferente. Ha participado en disturbios civiles para desplegar la Guardia Nacional en Los Ángeles, Chicago, Washington D.C. y Memphis, Tennessee, así como en el despliegue anunciado en Portland, Oregón. En algunas ciudades, ha afirmado que la Guardia Nacional era necesaria para proteger a agentes e instalaciones  federales, principalmente los equipos de ICE que detienen a inmigrantes y estadounidenses bajo sospecha de que están en el país ilegalmente. 

En septiembre, la Administración anunció un nuevo enfoque interno para la estrategia de seguridad nacional, alejándose de amenazas internacionales como Rusia y China. Trump dijo a los líderes militares en Quantico, Virginia, unos días después que las ciudades domésticas se convertirían en sus nuevos «campos de entrenamiento» en la guerra para erradicar «al enemigo interior». 

Estos despliegues de la Guardia Nacional han sido denunciados ante la justicia ordinaria y, en la mayoría de los casos, se han dictado órdenes cautelares que declaran que son ilegales, al estar basados en falsas alarmas y crisis fabricadas. Sin embargo, mientras la administración Trump presenta recursos en los tribunales, los despliegues se mantienen, salvo en Portland. 

En Washington, Trump desplegó unidades de estados cuyos gobernadores son republicanos, todos ellos con ciudades con tasas de criminalidad más altas que la de la capital, donde los delitos con violencia se encuentran en su nivel más bajo desde hace 30 años. El despliegue inicial, en agosto, fue de 30 días, aunque la administración ahora lo ha prorrogado hasta febrero, a la espera de una sentencia del Tribunal Supremo. 

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Esa es la tragedia de Sarah Beckstrom y Andrew Wolfe. La familia de Beckstrom debe ahora aceptar que ella no murió por un propósito superior, ni por la libertad, ni para defender a su país de ataques extranjeros, ni siquiera para combatir la delincuencia. Murió en la víspera del día de Acción de Gracias como parte del teatro político de esta Administración, decidida a enfrentar a los estadounidenses entre sí.

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