Keith Siegel, el rehén que sobrevivió al horror tras 484 días en manos de Hamás
«Habrá otro 7 de octubre. Eso me lo dijeron ellos mismos», asegura

Keith Siegel. | TO
Keith Siegel habla despacio, con una serenidad que contrasta con el horror que relata. Tiene 65 años, nació en Estados Unidos y lleva más de cuatro décadas viviendo en Israel, en el kibutz Kfar Aza, una cooperativa agrícola a apenas dos kilómetros y medio de la frontera con Gaza. Allí crió a sus cuatro hijos y vio crecer a sus cinco nietos. El 7 de octubre de 2023, Hamás lo secuestro junto a su esposa y comenzó un cautiverio que duraría 484 días. Sentado en la plaza de los Rehenes de Tel Aviv, que recuerda a todos los secuestrados, Siegel revive su macabra historia con una mezcla de pudor, dolor y un compromiso férreo: «Tengo la obligación moral de contar lo que pasó. Yo sobreviví. Muchos no».
De hogar a trampa
Kfar Aza fue, durante décadas, el refugio perfecto: césped, silencio, niños corriendo sin supervisión, puertas abiertas. «Era un paraíso. En los años 80 no había problemas con Gaza. Criamos a nuestros hijos en libertad», recuerda.
Todo cambió cuando Israel se retiró de la Franja y, más aún, cuando Hamás tomó el control del territorio en 2006. Llegaron los cohetes, luego los túneles, y finalmente las infiltraciones armadas. Pero nadie imaginó lo que ocurriría aquel sábado por la mañana. «A las 6.29 sonó la sirena. Íbamos muchas veces al cuarto seguro, así que no pensábamos que fuera nada diferente. Hasta que el grupo de WhatsApp del kibutz lanzó un mensaje: ‘Hay terroristas dentro. Cerrad todo y no salgáis’». «Minutos después, la puerta del cuarto seguro se abrió de golpe. Dispararon dentro y nos sacaron a rastras». Siegel y su esposa, Aviva, estaban en pijama. No volverían a su casa hasta casi año y medio después.
En los túneles de Gaza
Los terroristas los trasladaron en su coche a Gaza, donde comenzaron las marchas interminables, los cambios constantes de ubicación. «Me movieron más de 30 veces, entre túneles, apartamentos, escuelas y casas y pasé por las manos de unos sesenta terroristas». Primero estuvieron en un túnel. «Nos dijeron que estaba a 40 metros bajo tierra. No sé si era cierto, pero costaba respirar, y caminar unos pocos pasos te dejaba sin aire. Aviva tenía ataques de claustrofobia y pedía calmantes, pero nunca se los dieron».
El agua era salada, la comida escasa, y el miedo permanente. «Vivíamos con la sensación de que podían matarnos en cualquier momento, o que moriríamos en un bombardeo. Un día la onda expansiva de una bomba me lanzó de una silla», recuerda.
Torturas, abusos y culpa
Uno de los episodios que más le cuesta verbalizar ocurrió cuando los terroristas introdujeron en la habitación a una joven que, al principio, Siegel creyó palestina al ir completamente cubierta. Era una israelí, secuestrada el 7 de octubre, encadenada a una cama y sometida a agresiones sexuales durante semanas. «Me dijeron que fuera a convencerla para que confesara que era oficial del Ejército. Quise negarme, pero tenía a tres terroristas delante torturándola. La golpeaban con barras metálicas. Apretaban un objeto de hierro contra su frente. Le ataron manos, pies, le cubrieron la boca. Me obligaron a convencerla, aunque yo sabía que no tenía nada que confesar».
Respira hondo y hace una pausa larga antes de continuar. «La culpa me acompaña hasta hoy. Ella me dijo después que no podía haber hecho nada, pero verlo… y no poder ayudar… eso no se olvida».
«Ahora te mato»
Tras varias semanas, le separaron de su esposa, Aviva. Siegel pasó largos periodos solo, o en manos de captores especialmente crueles. Uno de ellos se convirtió en una figura central del terror psicológico. «Dormíamos en la misma habitación. Él ponía la pistola en mi cara y decía: ‘Ahora te mato’. Simulaba disparar y reía. Luego se apuntaba a la cabeza: ‘Ahora me mato yo’. Y pensaba: si se mata, dirán que fui yo. Su estado cambiaba de un segundo a otro: amable, agresivo, violento, imprevisible». Durante meses sufrió humillaciones sexuales, limitación extrema para usar el baño y constantes amenazas de muerte: «Era abuso psicológico, emocional, sexual. Todo mezclado».
En una fase más avanzada del cautiverio, Hamás comenzó a grabar vídeos propagandísticos. «Me dijeron: ‘¿Qué quieres decir a Hamás?’ Yo respondí: ‘No lo sé’. Entonces me indicaron: ‘Dales las gracias por protegerte, por darte agua y comida’. Lo repetí en cada coche, en cada cámara, porque no sabía si no hacerlo significaría que no me liberarían». Siegel intentó contener las lágrimas ante la cámara porque quería que su familia lo viera fuerte, pero difundieron el vídeo con el momento en que lloraba.
Desnudez, cámaras y un escenario lleno de terroristas
Dos días antes de su liberación, los terroristas empezaron a preparar el espectáculo. «Me obligaron a desnudarme completamente. Me dieron otra ropa. Luego me llevaron de coche en coche, al menos cinco, siempre filmándome». Finalmente, lo condujeron a una playa y luego a un escenario. «Había decenas, quizá cientos, de terroristas armados. Me dijeron que saludara. Lo hice. No sabía si era parte de mi liberación o si me iban a matar allí mismo».
Tras su liberación, Siegel no se permite descansar. «Soy un afortunado. Aviva y yo volvimos a casa. Pero hay familias que llevan más de 700 días de sufrimiento. No podemos olvidarlos». Ha viajado a Estados Unidos, donde se ha visto tres veces con Donald Trump. Personas de confianza le aseguraron que el presidente americano fue «una fuerza decisiva» en el acuerdo que facilitó la liberación de los primeros rehenes.
Siegel lleva siempre un pin con el nombre de Ran Gvili, un rehén muerto cuyos restos siguen retenidos por Hamás. Es el último de los 251 cautivos todavía en manos de los terroristas: «Su familia no ha podido enterrarlo. Es insoportable. Y es nuestra obligación moral recordarlo».
Una esperanza final: paz para todos
Pese a lo vivido, Siegel insiste en que su deseo sigue intacto. «Siempre he querido la paz. Para Israel, para Gaza, para todos los seres humanos inocentes. No importa religión, política o país: toda persona humane merece vivir segura». Sin embargo, recuerda las palabras inquietantes de sus captores: «Habrá otro 7 de octubre. Eso me lo dijeron ellos mismos. Y por eso es tan importante que el mundo comprenda contra qué luchamos».
