Thierry Mugler, el gran transgresor
El gran creador de estrellas ha fallecido cuando se celebraba una gran retrospectiva en París y el treinta aniversario del lanzamiento de su perfume Angel, su eterno fetiche
La noticia del fallecimiento de Thierry Mugler, el 23 de enero, ha conmovido al mundo de la moda. Llevaba mucho tiempo alejado de las pasarelas, pero no de su oficio. Una mente audaz no renuncia nunca a sus poderes, y disfrutaba vistiendo a los iconos del mundo del espectáculo como Lady Gaga, Beyoncé, Cardi B., Kim Kardasian o Irina Shayk. Chicas listas, porque para magnificar la voluptuosidad cuerpo femenino, Thierry Mugler no tenía rival.
Últimamente, la figura de este gigante de la moda estaba de plena actualidad porque París le había abierto, por fin, las puertas del Musée des Arts Décoratifs (MAD) acogiendo una extraordinaria exposición titulada Thierry Mugler, Couturissime que se inauguró en el Museo de Bellas Artes de Montreal (MMFA), en 2019. Hasta entonces, Mugler (1948-2022) había sido reacio a las exposiciones antológicas, a exhibir su obra de una manera estática, ya que su mundo era el espectáculo, la coreografía, la vibración sensorial, las conexiones entre música, moda y danza, su vocación primera.
Las aportaciones de Thierry Mugler a la historia de la moda, que son muy variadas, se han revalorizado con el tiempo, y diseñadores de máximo prestigio y tan distintos entre sí como John Galliano, Alexander McQueen, Dries Van Noten y Martin Margiela han reconocido su admiración por diferentes aspectos de su obra, llena de ángulos, prismas y destellos de genialidad.
No debió de ser fácil para el joven Mugler, hijo de un médico en una acomodada familia burguesa muy tradicional, seguir su instinto artístico, convertirse en bailarín clásico y abandonar finalmente Estrasburgo para irse de gira con el ballet de la Opéra National du Rihn. De 1967 a 1972 vivió entre Londres y Amsterdam diseñando anónimamente para grandes grupos textiles de París, Londres, Milán y Barcelona. Y en 1973 presentó en la capital francesa su desfile Café de Paris. El público reaccionó favorablemente y se instaló en la ciudad del Sena.
A finales de los años setenta, en pleno éxito de creadores como Kenzo, Sonia Rykiel, Issey Miyake o Yves Saint Laurent, una nueva oleada de diseñadores intrépidos asomaba la cabeza anunciando «el regreso de una mujer seductora»; un estilo de feminidad que siempre anuncia cinturas de avispa, esa rama de la moda que indefectiblemente remite a Christian Dior. Esa mujer se definía en aquellos días como muy parisina, coqueta, sexy y segura de su encanto, que no renunciaba al humor ni a la elegancia.
Son los inicios de la hiperfeminidad que marcará el arraque de los años 80 y sus superwomen. Lo encabezan Thierry Mugler con sus hombreras puntiagudas, Claude Montana con siluetas más envolventes y Jean Paul Gaultier, el más joven y gamberro de los tres, que juguetea con los conceptos de la androginia.
A finales de los setenta Mugler crea la glamazone, una mujer chic, urbana, vestida con trajes sastre negros y entallados que experimenta con materiales novedosos como el caucho, el látex, el metal y los tejidos elásticos como el stretch y el vinilo. En 1976 Helmut Newton fotografió la primera campaña publicitaria de Thierry Mugler iniciando una colaboración y relación de amistad. Y en 1979 David Bowie hizo alarde de un vestido de sirena con lentejuelas firmado por Mugler en su video musical Boys Keep Swinging. Bowie vistió trajes sastre de Mugler a lo largo de su carrera, aunque el verdadero escándalo lo protagonizó, en 1985, el ministro de Cultura francés Jack Lang al presentarse en una sesión de la Asamblea Nacional con un traje negro de cuello Mao de Thierry Mugler, que se apartaba del tradicional uso de corbata.
La exposición Thierry Mugler, Couturissime, abierta hasta el 24 de abril, que recorre su obra desde los años 1970 hasta 2002, demuestra la capacidad de Thierry Mugler para sublimar esa imagen femenina hasta el paroxismo. Sus sobrias y atemporales damas hitchcockianas, vestidas, con un traje sastre realizado en goma de neumático, fueron evolucionando hasta convertirse en mujeres pájaro o insecto, envueltas en humo o entornos sorprendentes, ya que desde el principio cuidó al milímetro sus puestas en escena. Necesitaba crear un clima para sus heroínas, un universo de fantasía. Para su primera boutique, en 1978, recurrió a la gran Andrée Putman, creadora de interiores y una especie de maga capaz de imaginar escenarios completamente diferentes según el encargo.
Mugler siempre necesitó completar la ropa concibiéndola como una ceremonia y narrar su vida en un tono épico
Thierry Mugler no se limitó a desarrollar la figura de gran couturier, que lo fue, pues sus habilidades como sastre eran excelentes y llegó a desfilar como invitado en las colecciones alta costura desde 1992. Siempre necesitó completar la ropa concibiéndola como una ceremonia y narrar su vida en un tono épico: su paso por el ballet, que le abrió las puertas del teatro, su descubrimiento de los juegos de luces, la creación de trajes solemnes y la importancia de los escenarios. Con todo ello Mugler contribuyó al despertar de la alta costura de los años noventa apoyándose en un bestiario fantástico habitado por heroínas de cómic, ciencia ficción, seres marinos, pájaros, robots, siluetas futuristas o diosas luminosas.
Especialmente notables fueron sus colecciones de alta costura Insectes, de 1997, a base de vestidos adornados con alas de mariposa, bordadas por la Maison Lemarié y la colección La Chimère de 1997-1998, con una criatura llena de escamas articuladas e iridiscentes, bordadas con cristales. Sin olvidar la colección de prêt-à-porter de 1995-1996 que celebraba sus veinte años en la moda presentando una armadura robótica totalmente articulada que requirió seis meses de trabajo, con la que deslumbró al mundo.
El hombre que declaraba «mi medida es el exceso», hizo de la moda un arte visual con coreografías que se acercaban más a los espectáculos de cabaret o las performances extravagantes, colaboró con fotógrafos de la talla de Helmut Newton, Guy Bourdin, David LaChapelle, SarahMoon, Jean Paul Goude o Dominique Issermann. Sus modelos también jugaban el importante rol de musas, muy especialmente Jerry Hall, Iman, Veruschka, Elle MacPherson, Linda Evangelista, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Nadja Auermann… y puso de moda invitar a desfilar a celebridades como Diana Ross, Tippi Hedren o Sharon Stone.
Asimismo escribió el guión y dirigió el videoclip Too Funky de George Michael donde las supermodelos más famosas de la década de 1990, desde Eva Herzigova a Linda Evangelista, desde Emma Sjöberg a Estelle Lefebure, pasando por la modelo transgénero Connie Girl, lucen atuendos de Mugler. Pero una pelea final entre ambos divos —Michael y Mugler— acabó haciendo caer de los títulos de crédito el nombre de Thierry Mugler como director del filme.
En 2002 se alejó de la moda e investigó en áreas que siempre había vinculado a su trabajo: la fotografía, la creación de piezas únicas para espectáculos, como la gira mundial I Am…, de Beyoncé, la coreografía y escenografía de la revista Mugler Follies en La Comedie Française.
También intervino hasta el final en las publicidades de sus perfumes, que eran sus niños mimados. Con el primero, Angel —uno de los cinco perfumes más vendidos de la historia—, creó una nueva familia olfativa, la de los orientales amaderados. Angel inició la moda de la perfumería gourmand, con notas afrutadas y dulces, pero no florales, que ha marcado la perfumería moderna hasta hoy mismo, cuando sigue siendo una de las tendencias más destacadas.
Angel, que cumple ahora treinta años desde su creación, fue compuesto por los perfumistas Olivier Cresp e Yves de Chirin, pero sus nombres permanecieron en secreto, ya que en aquella época los perfumistas trabajaban en la sombra, como creadores fantasma. No suele ser usual que un diseñador siga vinculado a las campañas de sus perfumes cuando vende su marca, pero él así lo exigió cuando fue adquirida por el grupo Clarins. Actualmente la marca pertenece al grupo L’Oreal.
Mugler fue el responsable del nombre, Angel; del concepto de la fragancia, que tiene un carácter adictivo e intenso; del diseño del frasco en forma de estrella, un símbolo de buena suerte para él; de la idea de hacerlo recargable; de la imagen de las campañas publicitarias, y de la elección de las modelos que personificaron sucesivamente su fragancia-fetiche.
El coqueteo constante con una imagen hipererótica que vestía a iconos como Ivana Trump, terminó resultando agotador. Y cuando el minimalismo de los años noventa entró en escena, todo aquello resultó obsoleto, fuera de lugar.
Sin embargo, pasado el tiempo, las actuales revisiones de las que ha sido objeto su obra por creadores como Hedi Slimane para Saint Laurent, en cuya estela han seguido Anthony Vaccarello, Nicolas Ghesquière en Balenciaga cuando hizo la colección robótica, pero también Dolce&Gabbana, Versace, Viktor & Roolf o Ricardo Tisci en Givenchy, nos vuelven a recordar la riqueza de su legado, lleno de matices. Aunque, sin duda, la herencia más bella es la influencia que se rastrea en dos de los diseñadores más importantes del cambio de siglo: las vampiresas de John Galliano para Dior y las mujeres pájaro de Alexander McQueen.