Doce caminos, un camino
«Se atraganta igual que lo hizo hace doce meses, cuando se empeñó en sorberle enteramente los huevos a Saúl y le pidió que se acuclillara sobre ella para zamparlos como un racimo»
Cuatro*; por los días que fueron.
Cinco; por los que serán.
Seis; por los que iban a ser y no llegaron.
Siete; por los que no llegarán.
Se había arrastrado hasta la cocina en una nube de toses y mocos que la devolvieron en volandas de nuevo a la cama; entre las manos, anémicas y temblorosas, un bol de uvas. El año anterior dormía plácidamente junto a Saúl mientras al otro lado de la pantalla cantaban una a una las campanadas que anunciaban un año nuevo. Se desperezaron aún borrachos con una marcada incógnita en el entrecejo ante tanta llamada inoportuna. Con la menor de las dulzuras, uno despertó al otro y se angustiaron, enfadaron y rieron por igual. « Castiguito del niño Jesús», sentenció Saúl, « por borracha y algo zorra…» . Amanda le pegó un manotazo en la espalda exagerando un fingido pudor. La cama mojada daba pistas de lo que juntos, cachondos y beodos habían llegado a liar. Estos dos, borrachos, ajenos al decoro de las apetencias más íntimas, se chuparon las ideas menos solubles. También se lamieron los culos, se tiraron del pelo, se sentaron en la cara del otro, se escupieron, se besaron sobre lo escupido y se miraron te quieros. Las sábanas acunaron estos cuerpos sucios y entretejidos hasta que el sueño les aflojó los párpados, la lengua y la polla.
La misma interrogación en el entrecejo fue la que se engulló Amanda con varias uvas a la vez al grito de « ¡cuatro! » en esta ocasión. El año pasado les revoleó el vino, el anís, el orujo y el gin celebrando desde el almuerzo una cena de final de temporada a la que no consiguieron llegar; en este había sido la fiebre. La cama secretaba humedad, otra y de otra, la de ésta ella; una sin él y con otros a los que no llegaba a asimilar. Se tragó obediente la quinta a la voz de la sexta y una banda de trombones, clarinetes y tambores repartiendo caramelos de supersticiones sobre esta ceremonia acompañó el paso de la séptima. «Este año me las como todas aunque me muera atragantada» .
Ocho; por lo que quise decir y no dije.
Nueve; por cómo supe amar.
Diez; por entregarme de nuevo a la vida.
Once; por apartarme del «qué dirán».
Amanda tiene los carrillos llenos de uvas a medio masticar. Se atraganta igual que lo hizo hace doce meses, cuando se empeñó en sorberle enteramente los huevos a Saúl y le pidió que se acuclillara sobre ella para zamparlos como un racimo. El ardor de la fiebre siempre le ha calentado el coño a Amanda y estos recuerdos apuntan hacia el mismo lugar. « Ay, Saúl, Saúl, Saúl, Saúl» , suspira mentalmente atragantada esta vez por el recuerdo. La televisión la devuelve al momento; vitoreos, chiflidos y aplausos desde la Puerta del Sol de Madrid celebran, sobre un número nuevo, un camino que se abre, uno que devuelve la esperanza. Cada año, los deseos, propósitos e ilusiones se apoderan de nuestra mente tribal y del mismo modo que estos otros que nos rodean, compramos agendas en blanco para rellenarlas con el brillo de la curiosidad por lo venidero.
Sonó el teléfono cuando aún le quedaba una. Una uva con rabo la miraba desde el bol. Se la metió en la boca y sacó a Machado del cajón.
Doce: « Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar» .
*Cuatro, quinta, etc : hace referencia a la cuarta uva del ritual de fin de año que se da en algunos países de habla hispana. Según esta tradición, tomar doce uvas al son de las campanadas conduce a un año de buena suerte y prosperidad.