Gemelas, inspiradas y deslenguadas
«Se vuelven a ver como si hiciera una vida que no se vieran. Se abrazan fuerte como si hiciera una vida que se conocieran»
Si uno de los viandantes de aquella empinada cuesta del barrio de Lavapiés se hubiera parado a atarse los cordones las habría visto. No había más que pararse justo donde la ventana ofrecía un respiradero al exterior para oír las risas de ellas dos que, como el olor de los ingredientes del cocido se unen para generar un nuevo olor, salían entremezcladas con el sonido de una. Así de bien compactaban también sus ideas que se convirtieron en proyectos y los proyectos en abundantes horas semanales y esas copiosas horas se llenaban de conversaciones variopintas, tantas que forjaron un sólido andamiaje desde donde seguir construyendo su amistad, tan intensa en el inicio como profunda sería años después. Pero no nos desviemos de esta historia. Ahora, en esta, en el inicio intenso que tuvieron, las dos se reían a carcajadas con la cabeza hacia atrás y cualquier perro que se hubiera parado a mear en la bajante de la esquina del portal, las habría visto quitarse las lágrimas con el dorso de la mano y coger aire para volver a partirse las dos en dos.
A Amanda le divertía su forma de hablar. Era una gaditana cabezota y con buen verbo, capaz de expresar con vehemencia justo lo que Amanda macera en su interior. Estaban plenamente de acuerdo solo que esta otra aún no lo sabe, claro, se han conocido pocas horas atrás. Amanda la deja hablar todo lo que Ella quiera. Se deja convencer. Se deja seducir. Se deja raptar por su voz melosa, por su sonrisa. Unas horas hacía que había llamado a la puerta del local que Amanda regentaba y allí yacían risueñas, gemelas, inspiradas, deslenguadas; cagándose en la leche, en Dios, en sus amantes, en la mar salá…
Tiene que irse. Amanda la despide exhausta y hormigueante, como si a cada palabra, chiste y confidencia un pequeño orgasmo le hubiera explotado en la corteza cerebral. Se siente aliviada de tanta tensión; también advierte ahora un hueco que le resulta inexplicable. Se pregunta si es posible que ya la esté echando de menos. Como respuesta, la busca en el teléfono y quedan para cuando el sol caiga y la Sala Equis abra; esta noche un prostíbulo poético acogerá a los sedientos de verso para susurrarles al oído poemas propios. Un plan irrechazable.
Se vuelven a ver como si hiciera una vida que no se vieran. Se abrazan fuerte como si hiciera una vida que se conocieran. Entraron juntas y comenzaron a pagar por esas bocas, por sus cuerdas vocales, por su memoria, su capacidad relatora, su tiempo, su canción. Jugaron a pagar por Candy, una cálida arrulladora que las penetró con su verso tras arrastrarlas tras las cortinas del local. Pagaron para jugar con Rose, Belle, Sue y Grace; por sus poemas, sus voces, sus pestañas postizas e inventiva para esconderlas en los lugares más insospechados y poder desde ahí catar cada rima, cada metáfora, cada concepto inserto en el vaivén de las palabras; un vaivén que les abrió el apetito, que les despertaron las ganas de crear, de besar, de quitarse la ropa y revolcarse todas ellas entre tinta fresca, pieles suaves y nombres de mujer. Mujeres y sexo; así, como el título de una canción.
Paseando, cerveza en mano, y formulando ideas que serían proyectos; animadas por el encuentro con las putas del reglón, deseaban también llegar a sus casas. Bonito hallazgo, qué gran día para ser un nuevo día, un primer día para la vida de ellas dos. Se abrazaron con un «mañana te escribo y vemos… » cuando un trago de cerveza se le coló por la garganta. Amanda tenía la boca abierta y Ella se la regaba con los últimos tragos de una lata que firmaba esta unión; una unión de lenguas, de ganas; una unión de coños y de bragas. Ella le cogió la cabeza entre las manos y dobló la rodilla para hincarla en la vulva de Amanda. La apretó y la besó con la fuerza de los versos, de las horas, del encuentro. A Amanda no le parecía que nada de eso viniera del cuerpo de una mujer: «nunca me había besado así antes una mujer», le confesó. «No sé que entiendes por mujer», le contestó Ella mientras levantaba la mano ante la luz verde del taxi que puso punto y final al primer día de su historia.