THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Petardos, cohetes y fuegos artificiales

«Las chispas se dispersan como estrellas fugaces. Dibujan patrones efímeros»

Petardos, cohetes y fuegos artificiales

Fuegos artificiales. | Freepik

Rosa, verde, rosa, verde y dorado. Luego rojo. Luego solo azul y poco segundos después dorado. Los cohetes marcan su trayectoria con un silbido. Yo aguanto la respiración a lo largo de todo el trayecto, no vaya a ser que de soltarla se desinfle el impulso y todo lo que sube baje en una espiral desorientada. Una sombra recuerda el recorrido de cada proyectil. Cada uno sube a lo más alto que dé su fisonomía y allá donde explote quebrará la noche con un destello que rasgue el cielo y a mí con un jadeo involuntario

Primero aprecio una chispa solitaria, intensa pero tímida, que va ascendiendo en silencio. Intento seguirla. El disparo se alza erguido por una promesa de esplendor con una gracia contenida. En la base, la chispa que se enciende. Es tenue al principio y con un anticipo en forma de murmullo comienza a ascender. Sube, escala y progresa desde el impulso que obtiene de un estímulo constante. Es como un susto que despierta al inmóvil que ignora el instante que será despabilado. Yace la mecha ajena a todo alzamiento y un susurro eléctrico la eleva desde su base como si su corazón despertara de un largo sueño y comenzara a latir desesperado por el tiempo perdido. Emerge así la llama. Se acumula la tensión y la energía empuja el petardo contra la gravedad y determinación. A medida que se eleva, la presión se libera en una serie de explosiones controladas que van añadiendo velocidad a su trayectoria. Aparece la luz. El resplandor lo ilumina todo, incluso con los ojos cerrados. Comienza la coreografía; el cohete tiene un propósito claro, como un héroe de leyenda

Una estela de humo traza su propio sendero en el vasto firmamento. A medida que trepa hacia el cielo, la cáscara de luz envuelve su cuerpo que palpita con cada estallido de energía. La noche, que parecía imperturbable, se convierte en el telón de fondo de este baile en el que cada segundo se prolonga en una espera. De nuevo, la promesa de lo que está por venir. Solo con confianza y fe podemos esperar lo que esté preparado para nosotros. No sé rezar, pero cruzo las manos en mi pecho y siento la llamada de Dios. Si a mí Dios me llama, tiene que ser de esta manera. La luz de su estela se mezcla con el vapor de la propulsión; esto crea un halo brillante que me cosquillea cada poro. Cada chisporroteo se sincroniza con el pulso del universo mientras el fuego artificial se contiene hasta llegar a su punto culminante.  

Ahí, en su altura máxima, con el cielo y conmigo aguantando la respiración; con el momento suspendido en una calma que se tensa a la espera de una explosión que la calme, el fuego se prepara para su gran despliegue. Ahí, en un estallido enorme, la oscuridad se rompe con una explosión de luz y un torrente de colores se desata pintarrajeando la negrura con el pulso de un borracho.  Las chispas se dispersan como estrellas fugaces. Dibujan patrones efímeros. Ante mis ojos, una flor de fuego se abre en mil colores, como si el mismo universo hubiera también guardado su aliento hasta eructar en un instante toda esa maravilla. Estallidos de rojo ardiente, de azul profundo y dorado reluciente. El cielo estallaba una y otra vez y en cada explosión escucho como si el latido del cosmos me hablara en morse en los oídos. El asombro me lanza al vértigo, y éste a un sentimiento de vergüenza, como si cada apertura fuera la muestra de un decoro roto y exhibido

El tiempo se detuvo. De nuevo, la luz triunfa sobre la oscuridad. La noche rezuma magia y es aquí donde vuelvo a sentir la llamada. Grito, «¡Dios!». 

«Saúl, Dios no, Saúl», contestó mirándome sonriente desde entre mis piernas. «Y si no es mi boca sobre la que te acabas de desparramar entera, que baje Dios y lo vea». Que no hay milagro sin testigo, pensé, ni un buen final sin un largo camino. 

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