Entre, sobre, bajo, tras: preposiciones del nosotros
«Entre dos que se gustan, el deseo se hace de carne»
Entre silencio y silencio uno no deja de estarle presente al otro. Andan abiertos, ofrecidos, permeados por un tú que hizo de la vida propia una nueva a estrenar. No es física la presencia, no hay ausencia detrás de unas manos que juegan al ¡cucú! ni en los kilómetros, ni en las horas. Una vez la respiración se ha mezclado con la del otro sin prisa, no hacen falta las palabras; lo no dicho flota entre silencio y silencio, como si una distancia breve esperara a ser rota entre los dos. Es más cosa de miradas, más elocuentes que las frases; esas, las miradas, sí que trazan el recorrido de lo que vendrá. Marcan el pacto latente de lo que somos y lo que seremos después.
Entre los cuerpos, el calor se genera y se escapa en pequeños gemidos. Las manos buscan el espacio donde responde el otro en su piel, un gesto leve que los une sin decirlo. Entre uno y el otro lo que permanece es el roce de las piernas que se encuentran, se entrelazan y les acercan. Entre movimiento y movimiento -rodando por colchones, sofás o cualquier sitio que los albergue abrazados- parecieran a ratos solo uno. Un encuentro de ideas, de olores, de tactos, visiones y sabores entre, en medio de, dentro de, en el interior de uno y uno, que a veces suman nosotros.
Sobre las pieles compartidas, el tiempo tarda otro tiempo. El baile de certezas aumenta la tensión de la expectativa y las manos se posan allá a donde se les espera. Pero es sobre la incertidumbre donde la posibilidad de sorpresa arranca respuestas al cuerpo como el que despoja de monedas el tesoro escondido de un pirata de cuento. Tanto, tan valioso y tan cerca. Tanto perseguido con mapa y encontrado por casualidad. Un nuevo lenguaje que nace de cada gesto, como si una verdad antigua fuera buscando códigos para salir a la luz; como si se hubiera sabido siempre una vez que nos es revelada. Sobre las pieles compartidas se esconde lo más profundo de lo humano; tu aliento que se me posa en el pecho, tan cálido como resultas a mis ojos. Entre dos que se gustan, el deseo se hace de carne.
Bajo la penumbra, los límites se diluyen. Nos gusta la oscuridad, la hacemos cómplice para cubrir lo evidente y dejar lugar a lo otro, lo que vaya surgiendo, que se revele. Bajo el peso del cuerpo del otro, no hay otra realidad más allá de ese instante suspendido. Bajo las sábanas, aparece una nueva gravedad; el peso del cuerpo del otro parece hacerte más ligera. El calor de su piel contra la tuya más que oprimir, te libera. Un montón de carne capaz de disolver tus propias tensiones, como si al ceder bajo su peso, la mente se vaciara y diera paso a un largo ahora. Bajo sus manos, tu espalda arquea respuestas. Bajo el otro, el cuerpo descansa, se llena de vida.
Tras cada caricia, la promesa del próximo roce, como si los dos ya supieran un cómo, cuándo y dónde que siempre hubiera estado ahí, al alcance de cualquiera. Sin embargo, no es cosa para todos y mucho menos de cualquiera. Tras vagar por el mundo un tiempo algo se abre contigo, un nuevo tú que trasciende los límites de lo imaginado. Tras cada curva de un cuerpo, la del otro. Tras cada curva del otro, la de uno. Unos brazos que te sostienen para permanecer ahí, dure lo que dure el ahí en el tiempo.
Tras cada mueca que adivina vergüenza, la confesión de lo que somos; un nosotros que ha tomado forma, huérfano de nombre.