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Mario Alonso Puig revela por qué hacer una pausa es clave para controlar la ira

La solución: recurre a tres inhalaciones y exhalaciones lentas y profundas, contando hasta cinco en cada fase

Mario Alonso Puig revela por qué hacer una pausa es clave para controlar la ira

Mario Alonso Puig. | El Diario de Córdoba

La ira, una emoción tan humana como el amor o la tristeza, puede convertirse en un torbellino devastador cuando se descontrola. En esos momentos, la razón se nubla y los impulsos toman el mando, llevándonos a actuar de formas que jamás imaginaríamos. Es como si un fuego interno se encendiera, consumiendo todo a su paso y dejando tras de sí un rastro de arrepentimiento y dolor.

Según Mario Alonso Puig, la ira descontrolada no distingue entre seres queridos y extraños, ni entre situaciones triviales y trascendentales; simplemente arrasa con todo, dejando a su paso relaciones rotas, oportunidades perdidas y una profunda sensación de vacío.

Cuando la ira nubla la razón, el silencio es el mejor aliado

Ante un arrebato de ira, la primera y más sabia decisión es el silencio. La ciencia confirma que, en momentos de furia, la capacidad para procesar información de forma objetiva se ve comprometida, dificultando la comunicación coherente. Por ello, la recomendación es clara: evitar abrir la boca.

Guardar silencio no solo previene la emisión de palabras hirientes, sino que también protege de acciones impulsivas de las que uno podría arrepentirse. Evitar comunicaciones escritas o verbales, ya sea por correo electrónico, mensajes o llamadas, es fundamental para no alimentar el fuego de la ira. En esos momentos, el silencio se convierte en un escudo protector que evita daños mayores, permitiendo que la razón recupere su dominio.

Una emoción que demanda atención, no represión

Reconocer la ira no implica dar rienda suelta a explosiones emocionales ni pronunciar palabras de las que luego te arrepientas. Al contrario, se trata de aceptar esta emoción como una parte natural de la experiencia humana. Desde la psicología, se subraya que reprimir la ira puede acarrear consecuencias perjudiciales tanto para la salud mental como física.

Cuando emociones intensas como la ira se mantienen en silencio, el organismo reacciona. Se produce un aumento de la presión arterial, la frecuencia cardíaca se acelera y los niveles de cortisol se disparan. Estas respuestas fisiológicas, explicadas por expertos como el cirujano y conferencista Mario Alonso Puig, pueden desencadenar problemas de salud más graves. La ira reprimida no desaparece; se acumula y, tarde o temprano, encuentra una vía de escape, a menudo con mayor intensidad y consecuencias más devastadoras.

El arte de la pausa

Una vez que has logrado sofocar el impulso de desatar una tormenta de palabras, reconociendo que la ira es una emoción pasajera, llega el momento de dar un paso crucial: la retirada estratégica. Porque la ira no solo nubla nuestras palabras, sino que también corrompe nuestras acciones. Golpear objetos, lanzar gritos al vacío o buscar venganza son meros espejismos de control, que solo alimentan la espiral de violencia y agravan el conflicto inicial. La verdadera maestría reside en la capacidad de observar la ira desde la distancia, como un espectador imparcial. Acepta su presencia, pero niega su poder para dictar tus actos.

Para desvincularte del torbellino emocional, recurre a la respiración consciente. Tres inhalaciones y exhalaciones lentas y profundas, contando hasta cinco en cada fase, pueden obrar maravillas. Repítelas hasta que sientas que la calma comienza a inundar tu ser. También puedes explorar otras técnicas de conciencia corporal: centra tu atención en las sensaciones físicas, en la postura de tus manos o en el roce de tus dedos sobre tu piel. Cualquier anclaje en el presente te alejará de los pensamientos iracundos y te devolverá el control.

Transformando la ira

Una vez que la ola de ira amaina, el paso crucial es discernir la raíz del conflicto: ¿qué es lo que realmente importa aquí? La ira emerge como un mecanismo de defensa, una respuesta ante lo que percibimos como una amenaza, una injusticia o un agravio. Es natural sentir enfado, pero la clave reside en canalizar esa emoción de manera constructiva.

Persona con ira. Foto: Freepik

En lugar de caer en la trampa de las acusaciones y las suposiciones, opta por expresar tus sentimientos con claridad y asertividad. Por ejemplo, ante la cancelación de una cita, en lugar de lanzar reproches como «eres un irresponsable», comunica cómo te hace sentir: «me siento infravalorado cuando cancelas a última hora». El objetivo es centrarse en la solución, no en el problema. La mayoría de las veces, el conflicto surge de malentendidos, no de intenciones maliciosas.

Si la comunicación asertiva no da resultados, es posible que te enfrentes a una persona tóxica o incapaz de respetar tus límites. En tal caso, considera tomar medidas más drásticas. Sin embargo, nunca permitas que la ira te domine. Sus efectos perjudiciales, tanto físicos como emocionales, son innegables. La ira descontrolada es un claro indicio de que necesitamos gestionar nuestras emociones de manera más saludable.

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