Alien
Sus cuerpos entretejidos tomaron la forma de una criatura de dos cabezas y múltiples extremidades

Una pareja abrazándose. | Freekip
Con su doble abrazo, de piernas enredadas en su cintura y brazos firmes alrededor de su cuello, Amanda se encajaba contra Saúl con fuerza. Él la abrazaba con tanta fuerza que los huesos parecieron encastrarse sobre los suyos. Si pudiera, abriría sus costillas como un murciélago desplegando sus alas; o como una planta carnívora que se cierra sobre su presa, lo rodea por completo y termina atrapándolo dentro. Una vez allí, lo desharía lentamente con sus jugos, sellado dentro de su cuerpo, engullido por su tórax. Lo que
pretendía era derretirlo hasta hacerle derramarse entero en ella.
Bajo el abrazo de Amanda, la carne se le volvió a Saúl maleable y el cuerpo, ya no tan suyo, comenzó a ablandérsele. El beso se hizo presente. Sus bocas no se despegaron por horas. La lengua de Amanda le serpenteó por las encías, la laringe, el paladar y a veces
hasta se le colaba hasta el estómago; le estuvo explorando hambrienta de lo suyo. El límite entre sus pieles cobró la forma de un umbral que se desvanece. Se le extendieron los dedos a Amanda y se enredaron en Saúl como las raíces de un árbol que busca la
humedad más profunda. De tan dentro que empezaron a estar, el latido del corazón se les acompasó como si solo fueran un cuerpo en dos formas.
Un espasmo y otro dejaron a Saúl suspendido en la presión del abrazo. Jadeó y su propio aliento le volvió a la boca en un bucle infinito: un solo circuito de aire, un solo pulmón. Amanda, enroscada sobre él como una criatura que envuelve a su presa, se licuaba en febril y húmeda agonía extática para encontrar más caminos hacia sus dentro. La saliva se les volvió un hilo viscoso que viajaba del uno al otro sin saber quién era cuál, como un puente entre ambos que disolvía la noción misma de sujeto. Sus cuerpos entretejidos tomaron la forma de una criatura de dos cabezas y múltiples extremidades, tan imposibles de deshacer como un nudo gordiano.
Saúl tembló, pero no de miedo.
Las costillas de ella se cerraban alrededor de la espalda de Saúl, como pétalos carnívoros que se separan levemente para engullirlo en el abrazo. El hueco que había entre sus cuerpos se fue llenando de ese calor viscoso que los iba colmando, como la savia espesa de un fruto recién abierto. Resbalaba entre ellos, les cosquilleaba en su descenso, como el hilo de semen que gotea entre los muslos como un afluente; como el hilo de baba que acaricia las nalgas tras una larga comida. Las costillas de Amanda, flexibles, se ajustaban al torso de Saúl con la suavidad de un gato que juega con una polilla antes del zarpazo final.
Respiraban al unísono como un solo Alien de dos bocas. Se gruñían al oído en su hacerse esta criatura enredada y a cada movimiento se hundían más en la arena movediza que se había convertido el otro.
Amanda suspiró y lo absorbió más profundo. Apretó sus muslos más fuerte.
Saúl se arqueó como para partirse en dos, como si en el crack de su columna un río de lava fluyera y buscara su cauce. Fue el chasquido con el que se entregó al vértigo de ser menos él y más ellos.
—Déjame tragarte —susurró Amanda dentro de su boca, y Saúl no supo si lo había dicho en voz alta o si lo había pensado tan fuerte que él mismo pudo oírlo. Se besaban desesperadamente, en una mutua asimilación. Y él, lejos de resistirse, dejó que lo devorara.
En esta gran bola de carne, amor y ganas, el límite entre uno y el otro dejó de darse para pasar a un derramarse en la liquidez de la efusión mutua. Sus pieles porosas dejaron de ser frontera. Tampoco sus miradas, sonrisas y palabras. La sintió rodearle por dentro,
envolverle los huesos, filtrarse por sus músculos. El amor se les convirtió en una larga y lenta digestión del otro.
Desbordados, se absorben, se deshacen, se filtran entre sus pliegues más ocultos, se disuelven. Respiran al unínoso, como un solo cuerpo devorado por el otro.
El hambre del deseo se les hizo amor en una digestión larga y lenta. Un solo latido. Un solo monstruo.