Jolene
«Su voz albergaba la idea de que todo lo que fuera a decir tenía completo sentido antes mismo de ser dicho»

Mujer sosteniendo una botella. | Freepik
Fue la manera en que entró. No había viento ni sonaba nada de música pero, al mirarla, parecía que ondeaba. Las miradas más próximas a la puerta no pudieron evitar girarse hacia ella mientras, como ventrílocuos, movían las bocas sin interrumpir la conversación. Amanda la vio. La vio entrar como si el mundo le abriera paso, como si se abrieran sin conjuro las puertas de Ali Babá, caminando como si flotara; su sola presencia reconfiguraba la escena. No miraba a nadie pero todos la miraban.
La vio sentarse en su rincón habitual, con los codos apoyados en la barra, el cuerpo relajado y la sonrisa afilada lista para contestar con desparpajo a las bromas de los camareros. Eran amigos suyos. También de Amanda. Se irguió un poco en la silla, incómoda sin saber por qué. No era celos lo que sintió al principio, era algo más animal, como una advertencia. Como un presentimiento vago que se da entre mujeres. La vio y supo.
Jolene tenía ese tipo de carisma que no se aprende; esa facilidad para moverse en cualquier lugar como si ya lo conociera, como si nada le fuera extraño. Emanaba una especie de cercanía inmediata a través de sus gestos; cualquiera sentía que podía hacerse su amigo en un instante. Su forma de mirar, como si te conociera de antes, de inclinar la cabeza cuando algo le interesaba, de reír con todo el cuerpo, confundía a todos. Su voz albergaba la idea de que todo lo que fuera a decir tenía completo sentido antes mismo de ser dicho.
Amanda la miró de lejos, sin pretenderlo, con una mezcla de desconcierto y algo más difícil de admitir. No era solo la belleza de Jolene, sino esa extraña energía que la envolvía con una frase, un «podría ser tuya» implícito en ella, aunque no estuviera ofreciendo nada. Esa era la gran trampa: no era ella la que seducía, eran los demás los que, como moscas, se sentían atraídos por su luz. Incluido él.
Y mientras la barra se llenaba de risas, de vasos que chocaban, de historias repetidas, Amanda la seguía observando desde su rincón, con la copa en la mano y un nudo en el estómago.
La belleza de Jolene no pide permiso ni perdón. La veía reír ligera, sin culpa. Saúl inauguraba el silencio con una respiración diferente cuando Jolene aparecía por el bar. Él habla de ti mientras duerme, Jolene. Él es el único para mí, Jolene. Sabía que Jolene podría hacerlo volar todo con una batida de sus alas de cisne. Podrías tener al hombre que quieras, Jolene, por favor, no te quedes con mi hombre. No había odio en las palabras de Amanda, más bien era un ruego ante la posibilidad.
Sabía que Jolene no actuaba con malicia, que probablemente ni siquiera sabía lo que provocaba en ella a partir de él, pero eso no hacía que doliera menos. Te lo ruego, no te lleves a mi hombre. Por favor no te lo lleves, solo porque puedes, Jolene. Jolene atraía a los demás sin esfuerzo, como un campo magnético. Y Amanda, lo sabía. Lo sabía como una voz ancestral, como una advertencia susurrada entre mujeres. Te lo ruego, no te lleves a mi hombre. Por favor no te lo lleves, solo porque puedes.
« You could have your choice of men, but I could never love again
He’s the only one for me, Jolene
I had to have this talk with you . My happiness depends on you
And whatever you decide to do, Jolene.
Jolene, Jolene, Jolene, Jolene
I’m begging of you please don’t take my man
Jolene, Jolene, Jolene, Jolene
Please don’t take him even though you can»
Jolene, Dolly Parton, 1973.