De cara a la pared
«Pequeños fallos, honduras y relieves en apenas unos centímetros de aparente homogeneidad»

Una mujer de cara a la pared. | Freepik
De cara a la pared, la habitación pierde su condición espacial. El tiempo se muerde con incisivos nerviosos. Cada segundo pesa más gramos que un minuto y así cada minuto contiene prensada la huella de una hora. Se muerden y desgarran los primeros hasta tener la boca tan llena que ya no cabe ni uno más. Se paladean y soplan, estirando el tiempo como globos de chicle insuflados de paciencia. Luego la masa de tiempo se vuelve más densa; pasa a los molares donde el peso aplasta la angustia y cambia a estado gaseoso. Es solo así, cuando se trasciende lo infinito de la angustia, cómo se puede volar de cara a la pared.
Los detalles de la superficie, como accesorios del relato, toman relevancia, y de ahí, plena atención. Aparecen diferencias sutiles en el color y en la textura. Pequeños fallos, honduras y relieves en apenas unos centímetros de aparente homogeneidad. Apoyar la frente no se siente del mismo modo que descansar sobre las mejillas. Los olores se disputan entre el eco plástico de pintura barata y la humedad. La pared huele a pared. Girarse no es una opción.
Hace frío, el suéter de lana te abraza por los cuatro costados. Estiras las mangas para que cubran parte de tus manos, como cuando tiras del edredón para que te cubra hasta la nariz. En la pausa de acontecimientos, el tamaño del gesto no condiciona la relevancia del hito. Sobre la quietud, el movimiento es historia.
De cara a la pared, la falda se me arremolina en la cintura. Yo no la puse así. Al salir de casa caminando hasta aquí, el borde del tejido marcó la amplitud de cada uno de mis pasos. La prisa hizo que diera muchos más; pequeños y precisos, antagónicos a la amplitud natural de mis zancadas. Cuidé, con pequeños tirones a lo largo de todo el camino, que no subiera más allá de lo que habíamos pactado entre el largo de la falda y yo. Más tarde, de cara a la pared, la falda se arremolinó completa en mi cintura.
El culo se proyectó hacia fuera, alejándose de la pared. Yo no lo puse así. Sus manos, tras subirme la falda hasta la cintura, se posaron sobre mis caderas y tiraron hacia sí. Luego se alejó. Oí sus pasos. Fue ahí donde los minutos se me colaron entre las muelas hasta volverle a oír. Esta vez parecían dos, es decir cuatro, o tal vez llegaran a seis los pasos que llegué a percibir a la vez. No lo sé. Yo no les hablé mientras una mano me agarró de la garganta y otras dos volvieron a agarrarme de las caderas tirando de nuevo de ellas un poco más atrás. Las piernas cerradas sostenían el impulso de mi respiración agitada. Dos dedos pulgares dibujaron mi coxis hasta desplegar cada una de mis nalgas como el telón de una función. Entonces les oí. Era más de dos. Eran menos de cuatro. Me observaban el ano como los dientes de un caballo en venta. Silabeaban sobre mí con respiraciones y eses susurradas cuando dejaron caer su tacto ligero sobre mi culo y este respondió con una contracción. Soltaron las nalgas y me abrieron las piernas. Ajusté la inclinación de la espalda postrando la mejilla izquierda sobre la pared. Les oí deshacer el camino deslizándose como serpientes marcha atrás.
Un foco iluminó la escena mientras masticaba de nuevo el amargor del tiempo y vino él con sus manos a acariciarme el lomo y la grupa con golpecitos de buena chica. Pasaba sus manos grandes y robustas como pinceles de acuarela, suaves y precisos, dibujando y lavando a la vez el rastro de cualquier tacto anterior. Me temblaron los muslos e incliné más el lomo sin que se me pidiera. Reubiqué los pies como excusa y expuse mi hendidura como el hechizo atrayente del néctar de una flor, pero ni aun así Saúl cambió el firme rumbo de su tacto. Se me clavaron un montón de minutos entre los dientes; con las encías doloridas como una perra rabiosa, comencé a babear. Creí sentir la caricia extra de cada una de las miradas que latían en la distancia. «Que empiece ya», gemí sin percatarme de que mi lugar no estaba en el del público, con posibilidad de decepción ante el retraso. Tocaba esperar…
Continuará…