Lo que el BDSM puede enseñarte sobre el sexo y sobre tus propias fantasías sexuales
El BDSM sigue rodeado de mitos y prejuicios que poco tienen que ver con la realidad. Hablamos con una experta

El BDSM tiene muchas cosas positivas | Freepik
¿Qué puede enseñarnos el BDSM sobre el sexo que solemos tener? Mucho más de lo que pensamos. Al menos eso es lo que aseguran los expertos. En una cultura donde el sexo denominado vainilla (práctica sexual convencional y tradicional) sigue guiado por guiones heredados y poco diálogo real, las prácticas BDSM (acrónimo que agrupa varias prácticas y dinámicas eróticas o sexuales que giran en torno al consentimiento, el poder, el control y la exploración de sensaciones) plantean estándares de cuidado y escucha activa que podrían transformar (para bien) nuestras relaciones íntimas.
En ese marco, JOYclub, comunidad basada en la sexualidad liberal, revela un creciente interés no solo por estas prácticas, sino por los valores que las sostienen: el 14 % de los encuestados tiene fantasías relacionadas con dominación o sumisión; el 35 % quiere aprender más sobre juguetes sexuales; el 53 % busca mejorar la comunicación con sus parejas; y el 20 % desea una mejor formación en consentimiento.
«Cuando practicamos sexo vainilla, damos muchas cosas por sentadas y nos comunicamos poco», explica Cecilia Bizzotto, socióloga, sexóloga y portavoz de la citada comunidad, a THE OBJECTIVE. «El BDSM, por el contrario, nos obliga a hablarlo todo: qué queremos hacer, qué no, cómo nos cuidamos después… y eso es una lección fundamental que deberíamos trasladar también al sexo normativo», añade. Hablamos con la experta para saber más al respecto.
¿Qué puede enseñarnos el BDSM sobre consentimiento, comunicación y confianza sexual?
¡«La verdad es que muchísimo! Cuando practicamos sexo vainilla (esto es, sexo normativo como el coito, el sexo oral…) a menudo nos comunicamos muy poco y damos por hecho que a todo el mundo le gusta lo mismo. Hay un ‘guion sexual’ que la sociedad nos ha inculcado a través de películas, conversaciones, literatura… y que nos dice cómo debe ser el sexo y qué prácticas debe incluir. Según este guion sexual, el sexo es sinónimo de penetración, tocar genitales y acabar con un orgasmo. Sin estos tres ítems, no ha habido sexo. ¿Nos suena, verdad?», asegura Bizzotto a este medio.

«El problema de este guion es que impone un esquema de sexualidad que no es el que todo el mundo desea en todo momento (por ejemplo, no siempre nos apetece que haya penetración) y que da por hecho que eso es lo normal, por lo que no buscamos comunicar ni consentir activamente durante el encuentro sexual más allá del ‘¿quieres sexo?’», añade.
El BDSM es un abanico amplísimo de prácticas que van desde prácticas extremas (asfixia, azotes, etc.) hasta prácticas sin ningún tipo de riesgo físico como hacer cosquillas
En detrimento de ello, «el BDSM es un abanico amplísimo de prácticas que van desde prácticas extremas (asfixia, azotes, etc.) hasta prácticas sin ningún tipo de riesgo físico como hacer cosquillas, hacer role-play, dominación psicológica… Tan amplio es el abanico de prácticas BDSM que nos obliga a pactar en cada sesión qué es lo que sí queremos y no queremos hacer. Además, dado que muchas veces se trata de prácticas que entrañan riesgos físicos y psicológicos, la comunicación debe ser mucho más exhaustiva», explica.
Por ejemplo, «si vamos a jugar a atarnos tenemos que saber las condiciones físicas del otro y si a una de las partes le duelen las rodillas, debe comunicarlo para evitar malestares. Pero… ¿por qué no comunicamos eso durante el sexo vainilla? Otro ejemplo: las personas bedesemeras consensuamos hasta el tipo de aftercare (es decir, los cuidados posteriores al encuentro sexual, como caricias, charlar, comer algo rico…) que deseamos recibir. ¿Por qué no hablamos de ello cuando vamos a tener sexo normativo con alguien? ¿Acaso no es importante el cuidado posterior en el contexto del coito? ¿No nos sentimos vulnerables y con necesidad de conexión después del sexo?», se pregunta la sexóloga.
Y añade otra reflexión: «Durante las sesiones BDSM no se debe beber alcohol ni tomar drogas, ya que se trata de prácticas de riesgo que en condiciones de ebriedad pueden realizarse mal y poner en riesgo la salud física y mental de nuestro compañero/a de juegos. Pero ¿acaso esto no sucede en el sexo normativo? ¿Y por qué entonces cuando queremos ‘ponernos a tono’ buscamos esa copa de vino o desinhibirnos con varios cubatas?
¿Por qué están cada vez más presentes estas fantasías?

Le preguntamos al respecto a Cecilia Bizzotto: «Por un lado, considero que gracias a la mayor normalización de las conversaciones sobre sexo, estamos hablando mucho más y con mayor naturalidad de la diversidad de prácticas sexuales. También el feminismo ha empujado la descentralización del coito como sinónimo de sexo y, en esa línea, nos estamos permitiendo explorar nuestros deseos más allá de los ajustados cánones del siglo pasado. Nuestras eróticas se han vuelto más complejas y divertidas y, en esta mayor complejidad, entra el BDSM. De hecho, el BDSM ha existido siempre (aunque no lo hayamos llamado de esta manera)».
«También podemos hablar de ‘moda’ en tanto que películas como 50 sombras de Grey o la reciente Babygirl han promovido la conversación sobre este tipo de prácticas. Aunque no son una buena representación del BDSM real y tienen muchísimas cosas muy criticables, tienen un lado positivo: cada vez más personas conocen la existencia del BDSM y, gracias a ello, pueden encontrar información, normalizar sus deseos, etc.», nos cuenta.
Por último, «es innegable que la pornografía también ha tenido muchísimo impacto en nuestra erótica: cada vez vemos porno más jóvenes (ahora desde los 8 años ya hay peques accediendo al porno), seguimos teniendo una pésima educación sexual en el ámbito formal y el porno se ha radicalizado, ofreciendo con mucha más frecuencia que antes contenidos extremos donde hay humillaciones, sadomasoquismo… De hecho, hay estudios que demuestran cómo el contenido pornográfico se ha ido volviendo más extremo con los años para responder a la mayor necesidad de impacto visual de los consumidores asiduos (cuanto más porno vemos, más solemos necesitar un contenido más impactante). Esto, evidentemente, moldea nuestros gustos y preferencias sexuales».
Aunque esto no tiene por qué ser un problema (ya que absolutamente todo lo que vemos moldea nuestra sexualidad, no solo el porno sino también el cine convencional o la literatura), «si no sabemos cómo tener prácticas sexuales consensuadas y seguras, ya que nuestra educación formal es paupérrima, entonces ahí sí podemos caer en abusos y riesgos físicos y psicológicos», sentencia la experta.