The Objective
Mi yo salvaje

De cara a la pared. II

«Es la prisa la que cosquillea el tiempo por mi espalda y la espera la que me exprime con los jugos de una fruta madura»

De cara a la pared. II

Una pareja. | Freepik

De cara a la pared, la sugerencia está vacía de rostro. El arte de insinuar crea la duda necesaria para poder obtener lo que se busca, manteniendo la tensión de lo inesperado. Si le pido, Saúl hará lo contrario. Si le pido lo contrario, no hay garantías de que vire hacia el rumbo que me chorrea entre las piernas. De ganas, de tantas, ya he empezado a temblar. Hago cálculos. Realizo operaciones mentales de Jara y Sedal, de Kasparov, de Napoléon. Sin rostro, la sutileza de la inclinación de mis cejas o el tirón espontáneo de la comisura de mis labios no son vocabulario visible para esta oración. Y yo le rezo al Padre y al Hijo, le rezo si hace falta a todos los santos para que el óvalo de mi rostro se reflecte en lo redondo de mi culo y Saúl me lea con el desafío de las Santas Escrituras.

Vuelvo a inclinar el lomo un poco más hundiendo la espalda, inclinándome desde la cadera. Intento que me vean la pelvis desde atrás. Los isquiotibiales me lanzan flechas que se me clavan con un dolor intermitente al que reacciono poniéndome de puntillas y provocándolo un poco más. ¿Me estaría Saúl viendo el coño desde atrás? Los invitados fumaban en la lejanía. Deduzco una distancia de más de 3 metros. Intuyo el humo, pero no llega a alcanzarme la vista. Pasa igual con las palabras; siguen susurrando y no logro distinguir ni una vocal. Pero a mí lo que me importa es saber que Saúl sabe lo que quiero; que lo sabe sin que se lo diga; que lo dé por sabido como si la idea le hubiera surgido espontánea; que le apetezca en el mismo instante que a mí; que coincidamos en la sorpresa del mensaje entendido cuando el emisor parece ausente y el receptor tiene el todopoderoso ánimo de un dios. 

Que empiece ya o las ganas se me tornarán delirio. De cara a la pared, los segundos se me cuelan como avispas por la axila. Quiero sacudirlos de mí a sabiendas de que la espera es la que me tira del isquiotibial tan fuerte que creo partirme en dos. El coño me gotea; se ha hecho fuente donde la fauna invertebrada que me habita las axilas puede bajar a beber. Es la prisa la que cosquillea el tiempo por mi espalda y la espera la que me exprime con los jugos de una fruta madura. Le clamo a la existencia superior que se revele y demuestre, aquí y ahora, alzando el pene de Saúl hacia mi vulva. Que me acerque su glande tórrido, por el amor de dios, y se me deslice dentro como un cuchillo sobre mantequilla templada.

Saúl oye la llamada, pero sería construir la casa por el tejado; tiene audiencia y se debe a su público antes que a la baba de un coño con tan pocos modales. Echó la mano atrás, preparado para un saque de tenis. Me asestó una palmada en la vulva que me encogió la pelvis hacia la pared. De inmediato, me agarró de las caderas para colocarme de nuevo como estaba. «Shhssss». Prolonga las eses mientras me cierra los labios marchando un chitón con el que me caza el clítoris y lo presiona. Acolchado por la carne, la presión discontinua de Saúl sobre el clítoris me eleva los talones y la temperatura unos grados más. Sudo. Necesito quitarme el jersey o las avispas terminarán clavando su aguijón en mis axilas. Agacho la cabeza y agarro la tela desde atrás. Saúl me ayuda con la mano que no anda mascándome el coño. Ahora, con la cara sobre la pared y el culo expuesto al foco que enmarca la escena, mi pecho pende como las ubres colgantes de una vaca. De nuevo el tiempo se me agolpa en la piel con la desesperanza de un náufrago. «Que me agarre las tetas, una con cada mano, y me la meta hasta el fondo así desde atrás», deseé, procurando no ser oída para que el buque de sus ganas no virara hacia otra dirección. 

Continuará…

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