THE OBJECTIVE
Fuera de Micrófono

Maite Rico: «Podemos ha aportado los peores vicios de la política latinoamericana»

Columnista, tertuliana y durante una década corresponsal en México y Centroamérica, no se muerde la lengua

Su madre, Clara Isabel Francia, fue directora de la segunda cadena de TVE y de Radiocadena Española en los años 80, y su padre, Julio Rico, director de Radio Exterior de España y Radio 1, de Radio Nacional de España. Quizá por esta razón, Maite Rico se pasaba horas pegada a la radio. Aunque llevaba el periodismo en la sangre, primero estudió Geografía e Historia. Sus padres la aconsejaron –con buen criterio- adquirir una buena formación antes de ponerse a contar lo que estaba pasando.

Reconoce que fue para ella una buena escuela la cobertura de las guerras de Somalia, Bosnia e Irak, así como los diez años de corresponsal de El País en México y Centroamérica. Delicada en las formas, no tiene ningún reparo en denunciar de manera contundente y sin contemplaciones los abusos del poder y las amenazas que se ciernen –según ella– sobre las democracias occidentales, incluída la española. «La democracia es algo muy frágil y me da la impresión de que las nuevas generaciones desconocen lo que costó conseguirla», afirma en esta entrevista concedida THE OBJECTIVE.

Sostiene que estamos viviendo momentos delicados. Momentos en los que la prensa está obligada a ser beligerante, como lo fue en los años de la Transición. Desde sus columnas de El Mundo, después de haber sido despedida del diario El País en 2018, junto al resto del equipo directivo de entonces, se aplica el cuento. Los despidos fueron, en su opinión, una depuración política. La revancha de Pedro Sánchez cinco días después de ganar la moción de censura.

Desde la experiencia latinoamericana y las presiones políticas a las que tuvo que hacer frente en su regreso a la redacción de Madrid, Maite Rico denuncia el asalto a las instituciones por parte de Pedro Sánchez. También el discurso victimista de un nuevo feminismo abanderado por Irene Montero. «El feminismo, entendido como la lucha por la igualdad de derechos –afirma en un momento de la conversación–, ha ido derivando hacia unos caminos que, lejos de ayudar a las mujeres, las silencia y victimiza».

PREGUNTA.- Hija de dos profesionales destacados de la radiotelevisión pública, Julio Rico y Clara Isabel Francia, ¿cómo se te ocurrió estudiar Geografía e Historia?

RESPUESTA.- Me contagiaron el periodismo, pero también me instaron a no estudiar Periodismo. De hecho, ellos habían estudiado otras cosas: mi madre Magisterio y mi padre Filología. La carrera de Periodismo la hicieron después. Cuando yo me incorporé a la Universidad, los periódicos empezaron a hacer los máster de periodismo. Al anunciar en casa que quería ser periodista, me dijeron: especialízate en cualquier otra cosa y después entras en Periodismo. Es un consejo que agradezco. Es mejor hacer otra carrera porque te da una visión del mundo y una formación más sólida para contar lo que está pasando. El periodismo es, más que nada, una técnica. Yo lo aprendí ejerciendo, trabajando en una redacción.

P.- Aunque ahora participas en tertulias de radio y televisión (Onda Cero, esRadio, Antena 3), tu trayectoria viene marcada por el periodismo escrito.

R.- Para trabajar, lo que más me gusta es el periodismo escrito. Pero, como oyente, me encanta la radio. Desde que era pequeña. Siempre estaba pegada a la radio, también por razones familiares. Sin embargo, en el periodismo escrito puedo hacer las cosas más reposadas, más a fondo.


P.- ¿La experiencia de corresponsal en México y Centroamérica fue una buena escuela para hacer luego periodismo de opinión?

R.- Lo de columnista y tertuliano debe llegar a posteriori. Después de una trayectoria, tienes más elementos para opinar. Tengo compañeros que hacen información política, que están todo el día metidos en la pomada, y, evidentemente, sus opiniones son muy importante en las tertulias. A mí siempre me interesó la información internacional. A ella he dedicado prácticamente toda mi vida profesional. Empecé cubriendo para El País la guerra de Somalia, estuve después en Bosnia y en los coletazos de la guerra de Irak. Después, me enviaron de corresponsal a América Latina, donde estuve diez años de mi vida. Fue un descubrimiento. Sigo muy vinculada porque, al volver a Madrid, seguí cubriendo periódicamente América Latina.

«El subcomandante Marcos era un personaje muy atractivo, pero sobre el terreno era diferente»

P.- Allí siempre pasan cosas. Te tocó la etapa del movimiento zapatista y escribiste un libro, con Bertrand de la Grange, sobre la figura del subcomandante Marcos (Marcos, la genial impostura. Editorial Cal y Arena).

R.- Llegué a México en 1994, un año de grandes sacudidas. Asesinaron al candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y el día 1 de enero había estallado el movimiento zapatista. Fue un año muy convulso. A pesar de ello, el Estado resistió y a partir de ahí pude presenciar la transición; la apertura política de México. Años después, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), hegemónico durante 70 años, perdió las elecciones. Fue una etapa muy bonita. Sobre los zapatistas, que tanta fascinación y tanto furor provocaron en Europa, escribí un libro con mi marido, Bertrand de la Grange, entonces corresponsal de Le Monde, que acabó siendo una deconstrucción del personaje. A pesar de la fascinación que ejercía el subcomandante Marcos, porque era un personaje muy atractivo, sobre el terreno era diferente.

P.- ¿Un cierto parecido al Che Guevara?

R.- De hecho, él imitaba al Che Guevara. Tenía asma, llevaba la cara cubierta, pero sí, era un poco la mimesis del Che Guevara.

P.- ¿Cómo ves la situación política actual en Latinoamérica?

R.- Con motivo del 35 aniversario del periódico El Mundo, donde escribo ahora, me pidieron un análisis sobre América Latina en estos años y lo titulé: «Treinta años de caminar en círculos». Esa es la sensación. Los noventa y principios del dos mil fueron una etapa muy esperanzadora. Habían caído las dictaduras militares y sólo quedaba Cuba. Los países empezaban a despegar económicamente, México se abría a la transición, Colombia estaba derrotando a la guerrilla… Veías que en todos los países había esperanza. Había comenzado a asentarse la democracia en Centroamérica y, de repente, todo eso da marcha atrás. Iba todo muy bien, pero, por circunstancias que tienen mucho que ver con la coyuntura internacional, hay un declive económico y, sobre todo, empieza a haber una serie de protestas de las clases medias que habían surgido en aquellos años. Al final, vuelven a aparecer los populismos y los caudillismos, muy presentes en la historia de América Latina. Países con una democracia ya asentada, como podía ser México, vuelven a las mismas pautas que había con el PRI, del que provenía Andrés Manuel López Obrador. Colombia también está en regresión; Nicaragua, donde ya se cortó la transición que llevaban a trompicones; Venezuela… Al final, ves cómo lo que habían evolucionado se ha hundido. Hay excepciones, pero, en general, son países muy convulsos donde las esperanzas de que las cosas vayan a enderezarse acaban en una marcha atrás. Tienes la sensación de contar siempre lo mismo. La misma decepción.

«La democracia es algo muy frágil y las nuevas generaciones desconocen lo que costó conseguirla»

P.- Hoy escribías en tu columna de El Mundo sobre el peligro de un retroceso en las democracias europeas. ¿Existen motivos para estar preocupados?

R.- Sí, me preocupa porque en Europa dábamos ya por sentada la democracia. En España es más reciente –45 años-, pero también la dábamos por sentada. Y, de repente, ves el malestar, y cómo empieza a cuestionarse la propia democracia liberal en Europa. Hasta ahora, eso nunca había pasado. Votabas, se cambiaban los partidos, se cambiaban los gobiernos, y ahora lo que se empieza a cuestionarse por los grupos más extremistas es el propio sistema, con unos discursos populistas y nacionalistas. Son grupos que impugnan la idea de la democracia liberal y la idea, en este caso, de la Unión Europea. Hay una especie de retorno a la tribu, a las fronteras cerradas. Te das cuenta que la democracia es algo muy frágil y las nuevas generaciones dan la impresión de que, al no haber tenido que pelear y luchar por ella, desconocen lo que costó conseguirla.

Maite Rico. | THE OBJECTIVE

P.- El título de tu columna de El Mundo, Sujétame el vermú, parece más propio de Óscar Puente. ¿Eres beligerante porque el momento así lo requiere?

R.- Ese título provocó muchas discusiones. Mi madre estaba horrorizada. Pero, me hacía gracia. Es una manera de mostrar una beligerancia elegante. Los tiempos obligan a ser muy beligerantes, pero resulta muy cansino. La polarización política acaba trascendiendo a otros ámbitos. También es verdad que la prensa en España siempre ha jugado un papel político muy importante, por la propia Transición. Hablando de erosión democrática, creo que en España estamos atravesando una etapa en la que la democracia está sufriendo. Las instituciones están sufriendo por culpa de un Gobierno que no tiene sentido de Estado. Me parece grave lo que ocurre. Y hay que ser beligerante, cuando ves que se modifican los propios fundamentos democráticos: la separación de poderes, el respeto a la libertad de prensa, el respeto al poder Judicial o el respeto al propio Parlamento. Cuando un presidente empieza a saltarse todos los límites, es el momento de dar la voz de alarma. De ser muy combativos.

«Ningún primer ministro europeo habría aguantado con un tercio de los escándalos que persiguen a Sánchez»

P.- ¿La mentira y la corrupción han dejado de tener un coste político?

R.- Corrupción ha habido y habrá siempre . Es inherente al ser humano. Por eso tienen que existir contrapesos y organismos de fiscalización, entre ellos la prensa. Da la impresión –no sé si será cierto– de que en España somos más tolerantes con la mentira y la corrupción que en otros países. A lo mejor algún sociólogo lo podrá discutir en el caso de la corrupción, pero con la mentira me parece muy claro. Lo que está pasando en España, empezando por los plagios de la tesis doctoral de Sánchez, no hubiera ocurrido en ninguna democracia sólida europea. Ningún primer ministro, con la mitad o un tercio de los escándalos que persiguen a Sánchez, hubiera aguantado. En España, además, se rompió el clima de consenso que se había construido durante la Transición a partir de Zapatero. La resurrección del guerracivilismo ha calado. Ha cuajado, además, en nietos y bisnietos de la generación de la Guerra Civil. Hay mucha gente que es menos crítica con la corrupción de los suyos, de su propio partido, que con la corrupción del contrario. Existe una doble vara de medir que se refleja en las encuestas. Y, luego, hay una polarización y un sectarismo enorme que se traduce en lo siguiente: con tal de que no gobierne la derecha, prefiero que siga éste, con toda la corrupción y todas las veces que ha mentido a sus propios votantes. Yo, como votante, me sentiría estafada. Me extraña mucho que Sánchez siga teniendo el apoyo que dicen las encuestas. El 28% me parece muy elevado y desasosegante.

«Algunos medios digitales se han convertido en órganos de propaganda del Gobierno»

P.- ¿El asalto a las instituciones puede provocar un daño irreversible a nuestro actual sistema democrático?

R.- Los presidentes de Gobierno, ya fueran del Partido Socialista o del Partido Popular, siempre habían intentado meter mano en el sistema judicial, pero guardaban las formas. Había una especie de entente con los propios jueces. Ahora es descarado. Cuando ves la lista de instituciones que han tomado directamente por asalto –lo hemos visto con RTVE-, si Sánchez durase, el daño sería irreversible. Confiemos en que, cuando haya un cambio de Gobierno, se guarden las formas democráticas y se vaya resolviendo este problema. Pero, es un antecedente muy peligroso. Hasta ahora, le está saliendo bien. La democracia puede estar un poco desarmada porque quienes redactaron la Constitución pensaron en gobernantes normales que respetarían las reglas básicas del juego, las instituciones y las leyes.

P.- ¿Por qué nadie dimite o asume responsabilidades?

R.- Como un escándalo tapa al anterior, acabas perdiendo la cuenta. ¿Quién se acuerda hoy de la Ley de Amnistía? Lo que ocurre en España me recuerda mucho a lo que pasaba en América Latina. Por ejemplo, en Guatemala, donde estuve viviendo varios años. Una sensación de que estábamos en la Unión Europea y ahora nos acercamos más a la otra orilla, a imitar los peores vicios de aquellos países. Es preocupante. Hay medios que ocultan las informaciones, que no cuentan lo que pasa. Gente de mi entorno, que escucha la Ser y lee El País, vive en una España diferente a la de quien escucha Onda Cero y lee ABC. Existen ciertos medios, sobre todo algunos digitales, que apoyan ciegamente al Gobierno hasta el punto de haberse convertido en órganos de propaganda. Eso antes no había pasado.

P.- ¿Te refieres al equipo de opinión sincronizada?

R.- Ese término, acuñado por José Ignacio Wert, es así.

P.- Pero también está la fachosfera.

R.- Estamos en la polarización absoluta. Llaman fachosfera a sacar información. Y eso sí que es nuevo. Nunca había ocurrido que un grupo de periodistas firmara un documento de apoyo a la idea del presidente de crear un organismo para controlar a los medios de comunicación. Hay críticas de periodistas a otros periodistas que sacan las informaciones. Eso nunca había pasado.

«Quienes más ayudaron a aupar a Sánchez están metidos hasta las cejas en los escándalos de corrupción»

P.- ¿Hay que reivindicar de nuevo el papel de la prensa como contrapoder?

R.- Exacto. O eres contrapoder, o estás apuntalando a un gobierno. Hablan de la desinformación, pero no contar las cosas también es desinformación. Evidentemente, la prensa refleja la polarización política, pero una cosa debería ser la línea editorial y otra cosa el sentido común y la constatación de los hechos.

P.- El Mundo publicó recientemente una foto de Sánchez con Ábalos, Koldo y Cerdán. Tu apostilla a ese documento gráfico fue: «Se veía venir».

R.- Parecía sacada de un spaghetti western. Esas tres personas que estaban con él eran las del Peugeot y ahí empezó todo. Es significativo que quienes estuvieron con él desde el principio, quienes más apoyaron y ayudaron para auparlo, son los que están metidos hasta las cejas en los escándalos de corrupción. Y son los que más poder han tenido durante varios años de gobierno de Sánchez, lo cual es muy llamativo. Ese tipo de políticos ha encumbrado a este señor.

«El papel de Vox cada vez lo entiendo menos: atacan más al PP que al Gobierno»

P.- Mientras tanto, ¿qué hace la oposición?

R.- La crisis grande del PP, tras la salida de Pablo Casado y su equipo, generó una serie de rupturas y deserciones. Mariano Rajoy se centró muchísimo en la resolución de los problemas económicos que había en ese momento y descuidó por completo la parte política. A partir de ahí, el PP no ha recobrado todavía su pulso. Feijóo intenta aunar todas estas corrientes, pero lo tiene complicado. Por otro lado, le ha salido Vox, a partir precisamente de las deserciones que hubo en la época de Rajoy. Vox hace un papel que yo cada vez entiendo menos.

P.- ¿Vox es un problema añadido para el PP?

R.- Sin duda. Una cosa es que tú tengas un discurso más contundente que el PP en determinadas materias, que seas una derecha más conservadora, y otra que estés en una guerra permanente. Están disputándose el voto, pero el discurso y la deriva de Vox – que hayan expulsado a todos los que tenían una posición más liberal, o sus alianzas con Orbán y con el sector más próximo a Putin – me parece preocupante. Y, sobre todo, no entiendo por qué atacan más al PP que al Gobierno. Por la propia polarización política, con un bipartidismo fuerte, pero que ya no suma, van a tener que entenderse si quieren que haya alternativa de gobierno. El PSOE, gracias a los pactos con los nacionalistas, los independentistas y la ultraizquierda, parece que lo tiene resuelto. Lo hemos visto también en Francia. Todo se está polarizando y los que eran partidos hegemónicos moderados se están echando en brazos de los extremos para poder tener mayorías. Es una situación endiablada.

P.- ¿Qué han aportado Pablo Iglesias e Íñigo Errejón a la estabilidad y calidad democrática?

R.- Habría sido todo distinto si el PSOE hubiera tenido una línea más crítica. Recordemos que Sánchez dijo que él no dormiría si tuviera que pactar con Podemos, y acabó pactando con ellos. Y no solamente eso, sino que acabó asumiendo parte de su programa. Hasta el punto de que el PSOE sanchista se ha podemizado por completo. ¿Qué han aportado? Me imagino que era inevitable que hubiera rupturas, cierto cansancio con el bipartidismo o la partitocracia, pero las alternativas no han sido las deseadas. En el caso de Ciudadanos, creo que fue una lamentable pérdida su desaparición porque aportaban en el debate general un poco de aire fresco, frente al PP y al PSOE, con respecto, sobre todo, a los nacionalismos. Podemos ha aportado a la democracia los peores vicios de la política latinoamericana: el sectarismo, el populismo y la trampa. Cuando los vi aparecer, yo ya había conocido esa izquierda en América Latina. Esa izquierda comunista, de toda la vida. Han aportado una degradación de la conversación política y de la propia forma de hacer política. Y han acabado imponiendo leyes mal hechas, como la del ‘solo sí es sí’ o la ley Trans. En las materias que les ha dejado Sánchez, como el Ministerio de Cultura, son de un dogmatismo también increíble. En mi opinión, su aportación ha sido absolutamente negativa. Han sido tóxicos y están siendo tóxicos, con un poder que por votos nunca tendrían.

P.- Fuiste durante un tiempo editorialista de El País. ¿Qué opinión te merecen los editoriales de ahora en defensa del Gobierno?

R.- En el año 2013, Lluis Bassets, que era el director de Opinión, me invitó a unirme a la sección de Editoriales. Ahora es otro periódico. Yo formé parte del equipo directivo purgado cinco días después de llegar Sánchez al poder. Fuimos despedidos por la nueva directora, Soledad Gallego-Díaz, que había sustituido a Antonio Caño.

P.- ¿Sin explicaciones?

R.- Sabíamos que Pedro Sánchez no estaba particularmente contento con las críticas que había recibido en algunos editoriales: el apoyo del periódico, en ese momento, a Mariano Rajoy por el tema del procés y las críticas al nacionalismo por una cuestión de simple responsabilidad. Nos estábamos jugando mucho y El País siempre ha estado con la Constitución. Cuando el intento de golpe de Estado del 23-F y ahora. El giro fue radical. A la semana siguiente, el editorial se titulaba Punto y aparte. Hubo un acercamiento a las posiciones nacionalistas. Incluso, compañeros nuestros que opinaban una cosa, de repente, estaban opinando otra. Sánchez había estado contactando antes de nuestra salida con empresas y accionistas de El País, para intentar forzar un cambio editorial. Le dolió particularmente un editorial de octubre de 2016, cuando se produjo la gran crisis en el Partido Socialista. En aquel editorial se le llamaba «insensato sin escrúpulos». Yo lo siento, pero El País ha cambiado por completo. Tengo compañeros y amigos que siguen trabajando allí; pero el periódico es la correa de transmisión del Gobierno. Siempre se ha acusado a El País de estar muy vinculado al Partido Socialista y de estar muy cercano a Felipe González, pero, insisto, una cosa es la línea editorial y otra cosa es que eso se traslade a la propia información. Está en una posición sumamente beligerante. Me da pena. Ya hay una respuesta también de la audiencia. El periódico ha perdido el papel referente que tuvo en su momento.

«Irene Montero ha tenido un poder político que no se corresponde con la representación que tiene»

P.- En alguna ocasión has criticado a Irene Montero por su manera de entender el feminismo. ¿No te gustan sus referencias al victimismo feminista?

R.- Estamos en una nueva ola feminista – no sé si es una cuestión generacional o más bien ideológica- que ha llevado a la ruptura entre el feminismo histórico y el nuevo feminismo. Hay cuestiones generacionales y novedosas, como el tema trans, pero ese discurso victimista resulta insoportable para las mujeres. Hemos hablado de mi madre, que fue feminista en su momento. Ella y sus compañeras pelearon por sus derechos con esfuerzo. Entonces, decir ahora que el hombre es violento por ser hombre y que la mujer es víctima por ser mujer es un discurso que choca con la realidad de hoy en día. Irene Montero ha tenido un poder político que no se corresponde en absoluto con la representatividad que tiene. Ese ha sido uno de los grandes daños que ha hecho Pedro Sánchez. A eso hay que añadir las leyes que ha sacado, que han salido todas mal, como la del ‘sólo sí es si’, sacando violadores a la calle, o la ley Trans que ha generado una reacción muy fuerte, con un trasfondo homófobo. No hay acuerdo posible dentro del feminismo a la hora de calibrar estos asuntos. El feminismo, entendido como la lucha por la igualdad de derechos, que es una base de acuerdo obvia, ha ido derivando hacia unos caminos que, lejos de ayudar a las mujeres, está silenciándolas y victimizándolas. No me parece razonable. Por eso he sido muy crítica con Irene Montero.

P.- ¿Eres partidaria de las cuotas?

R.- Filosóficamente, te diría que no, pero es cierto que en algunos casos las cuotas sí han ayudado en determinadas empresas a forzar un poco el cambio. Pero, por principio, es un problema. A mí me ha pasado. Cuando yo llegué a formar parte del comité editorial de El País, alguien muy progre y muy de izquierdas dijo: «ah, la cuota». Esa sensación es muy fastidiosa. En principio, no creo que debiera haber cuotas. A veces, ¿puede ser necesario? Quizá en determinadas empresas. Desde luego, los gobiernos paritarios, que hacen 50/50, me parecen una chorrada. No tienen por qué ser el 50% estupendos, siendo mujeres o siendo hombres. Y, ¿por qué no es un 80% de mujeres? Es un paripé político. Dudo mucho que se esté buscando a las personas más capaces.

P.- ¿Cómo ves el periodismo actual y qué valoración haces de las nuevas generaciones?

R.- La precariedad es escandalosa, no solamente para la gente que llega, sino para la gente que sigue y para la que está ya de salida. El precariato es la regla. Las nuevas generaciones creo que llegan muchísimo menos formadas. También mi generación estaba menos formada que la de mis padres. Y veo que hay una ignorancia enorme en las nuevas generaciones. A lo mejor es inevitable, pero, en cuestiones de historia y de política, son unos profundos ignorantes. Puede que estén más preparados en la parte técnica. Esto se arregla, evidentemente, leyendo, trabajando, formándose y aprendiendo. Sobre la historia reciente, son unos ignorantes profundos, y eso me parece muy desolador. Por otra parte, los despidos anticipados en las empresas periodísticas están dejando a las redacciones sin veteranía. Y, por tanto, sin una cadena de formación. A mí, me enseñaron en El País los veteranos.

«Sánchez es inmejorable como estratega del mal y su continuidad dependerá de las causas judiciales»

P.- Apenas hemos hablado de cultura, pero fuiste la primera directora de La lectura, el suplemento cultural de El Mundo. ¿Cómo andamos de salud en este terreno?

R.- Los editores están muy contentos. Los datos de lectura de libros, sobre todo entre las mujeres, son buenos. Creo que el índice de lectura empezó a subir a partir de la pandemia y se ha mantenido. ¡Ojalá se incremente!

P.- Para terminar, ¿tendremos Sánchez para rato?

R.- Si por él fuera, sí. Es sumamente hábil y tiene 700 asesores dedicados exclusivamente a eso. Con lo cual, como estratega del mal es inmejorable. Su continuidad dependerá de las causas judiciales. Políticamente, no tiene por qué caer. Tiene el apoyo de los nacionalistas y de la extrema izquierda. No podrían estar mejor con otro.

P.- Encantados de que les siga dando lo que le exigen.

R.- Claro. El tema es que la justicia lleva su tiempo. No veo que haya visos de que esto pueda cambiar.

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