Víctor Márquez Reviriego: «En España siempre ha habido mucho antifranquista póstumo»
Luchó contra la dictadura, hizo las mejores crónicas en la Transición y compra el periódico por el crucigrama
Ha leído mucho, ha escrito casi otro tanto –su libro El desembarco andaluz (1990) fue Premio Espejo de España– y lleva con paciencia y buen humor sus 88 años. A este brillante y documentado periodista onubense, con segunda vivienda en un pueblecito de Guadalajara (Hortezuela de Océn) le tocó ejercer la profesión sorteando la censura en la revista Triunfo, cuando los antifranquistas eran cuatro gatos, según cuenta en esta entrevista concedida a Fuera de Micrófono.
Tras terminar la carrera de Ciencias Políticas en Madrid y publicar los primeros artículos en el periódico de su Huelva natal, circunstancias familiares le llevaron a trabajar de periodista, dejando aparcado el sueño de ser catedrático de Historia de las ideas políticas. «El periodismo –confiesa– es un pícaro oficio, donde, una vez que entras, no hay salida». Salvo casos aislados, como Carles Puigdemont, que acabó dedicándose a la política.
A Víctor Márquez Reviriego le sorprende que, después de la muerte de Franco, hayan salido antifranquistas hasta debajo de las piedras. Como le sorprende –y lo dice sin acritud– que los actos del 50 aniversario del fallecimiento del dictador no se hubieran organizado hace 70 años, cuando él militaba en las Juventudes Socialistas. «Entonces –recuerda–, estábamos bastante solos».
Su memoria prodigiosa –apenas alterada por el paso de los años– le lleva a recordar pasajes de nuestra historia y de su trayectoria profesional que no deberíamos pasar por alto. Por ejemplo, le parece obligado subrayar el nivel moral y competencial de los políticos que hicieron la Transición, a años luz de la clase política actual. También le parece de justicia denunciar el fanatismo y el sectarismo actual, tanto en la derecha como en la izquierda.
«Lo que más me interesa del periódico es el crucigrama. Mi ámbito de interés se ha reducido muchísimo»
Colaborador y tertuliano en los programas radiofónicos de José Luis Balbín y Antonio Herrero –en Antena 3 Radio, y también con este último en la Cope-, defiende la valentía e independencia de ambos profesionales, ya fallecidos. «Yo no sé si soy de izquierdas o de derechas –afirma-, pero fui antifranquista y de izquierdas cuando vivía Franco, no como otros, que se hicieron antifranquistas y de izquierdas cuando Franco ya había muerto».
PREGUNTA.- Alguna vez has comentado que con la edad uno se hace más selectivo. ¿Sigues con interés lo que ocurre en nuestro país en estos momentos?
RESPUESTA.- Con limitaciones. Antes leía muchos periódicos, escuchaba la radio, y ahora leo un solo periódico de papel al día. Y lo que más me interesa, a veces, es el crucigrama.
P.- También has dicho que hubo un tiempo en el que quisiste cambiar el mundo y ahora te conformas con que el Ayuntamiento retire las hojas de la acera de tu casa.
R.- Eso lo he escrito alguna vez. Tardaron bastante en quitar las hojas, pero finalmente las quitaron. Lo dije en una entrevista que me hizo un amigo hace años. En esa entrevista citaba también a San Francisco de Asís, cuando decía que «para vivir necesitaba muy pocas cosas, y las pocas cosas que necesitaba las necesitaba muy poco». Yo necesito también muy pocas cosas. Mi ámbito de interés se ha reducido muchísimo.
P.- ¿Tienes la sensación de que estamos volviendo al enfrentamiento, a las trincheras?
R.- Hay polarización, evidentemente. La diferencia es que antes había una polarización que era fruto de una historia pasada, y ahora da la impresión de que es más un recurso. Dicho sea, con toda prudencia, porque ahora tengo menos información que cuando estaba en activo.
«Algunos se hicieron antifranquistas cuando Franco ya estaba muerto»
P.- ¿Qué opinas del programa de actos organizados por el Gobierno con motivo del 50 aniversario de la muerte de Franco?
R.- Esto es muy natural en la historia de España. Cuando vivía Franco, según la historia posterior, resulta que casi toda España era antifranquista. Con lo cual, asistíamos a un milagro: Franco, con casi toda España en contra, era aplaudido y homenajeado. Cuando murió, las colas eran interminables para ver su cadáver. En España siempre ha habido mucho antifranquista póstumo. Creí que eso se acabaría con los años, pero veo que está creciendo. Ahora, hay un antifranquismo oficial. Es una pena que estos actos no se hubieran hecho hace 70 años, cuando estábamos bastante solos.
«La Iglesia mantuvo iglesias quemadas durante muchos años porque así podía pedir dinero para arreglarlas»
P.- ¿Cómo era Madrid cuando llegaste desde Huelva?
R.- Vine a Madrid en 1954, hace 70 años. Había estudiado en Sevilla los tres últimos cursos del Bachillerato. Aunque Madrid fue la capital de España con Felipe II, la capital real del imperio español era Sevilla, porque era la puerta de América. El Madrid que yo conocí a mi llegada, en octubre de 1954, era todavía un Madrid de posguerra. Incluso, en la Red de San Luis había una iglesia quemada. Esto, por otra parte, no debe sorprendernos. La Iglesia es tan astuta que mantuvo iglesias quemadas durante muchos años porque así podía pedir dinero para arreglarlas.
P.- ¿Alguna anécdota de tu llegada?
R.- No. Te contaré algo muy posterior, que tiene que ver con nuestro común amigo Luis Carandell, que tenía una casa en Atienza (Guadalajara). Una de las siete iglesias que hay en Atienza necesitaba arreglo y creo que Carandell llegó a intervenir cerca de Felipe González, a ver si les daban dinero para arreglarla. No hay que olvidar que Felipe González intervino para que se terminara la catedral de la Almudena. No es la mejor obra de González, dicho sea de paso. Muchos años después, cuando murió Carandell y lo enterraron en Atienza, la iglesia todavía no se había terminado de arreglar. Pues aquí, en Madrid, pasó igual con la iglesia de la Red de San Luis. Mantener a Franco vivo es casi un negocio. La Iglesia sacaba dinero de las sedes que estaban en restauración.
«Algunos fracasan en el periodismo, pero triunfan luego en la política, como Puigdemont»
P.- Estudiaste, entre otras disciplinas, Ciencias Políticas. ¿Por qué te decantaste luego por el Periodismo?
R.- Tuve la desgracia de hacer un Bachillerato muy bueno. Cuando acabé, dije en mi casa que quería estudiar Periodismo y Filosofía y Letras, cosa que a mi padre le pareció un horror, con buen criterio. Me dijo: «¿Periodismo? Pero, si los periódicos se hacen con censura. Eso ni es periodismos, ni es nada». Mi padre, que había sido republicano, tenía razón. «¿Filosofía y Letras? Esa es una carrera para curas y para niñas bien». Total, que me dejé convencer y me vine a Madrid para preparar el acceso a la carrera de Ingeniería Agrícola. Eso parecía una oposición a registrador de la propiedad. Luego, estuve un año en la Facultad de Ciencias Químicas de Sevilla, pero tampoco me gustaba. Así que volví de nuevo a Madrid. No sabía qué estudiar y un antiguo compañero de colegio, que estaba en Políticas, me dijo: «Con lo que tú has leído, esta carrera te la haces en tres años». Curiosamente, encontré una carrera en la que estaba como en mi propia casa. Me gustaba muchísimo. Pensé terminar Políticas en tres años, pero mi mala cabeza me llevó a situarme en la izquierda y contribuí a hacer una huelga que nos hizo perder una convocatoria. Así que la terminé en cuatro años.
P.- ¿Dónde nace tu conciencia política de izquierdas?
R.- La tenía ya en el colegio, pero muy indecisa. En la Facultad de Ciencias Políticas me fui aclarando. Tuve la suerte de encontrar allí a un amigo, casi ocho años mayor que yo, que había sido joven falangista del SEU y en el año 1956 dio el vuelco al otro lado. Me metió en las Juventudes Socialistas, donde éramos cuatro gatos. Allí conocí a Miguel Boyer, a Luis Gómez Llorente, a Miguel Ángel Martínez y a este amigo mío, Ángel de Lucas. Parece que estaba ya definido por la socialdemocracia y también profesionalmente. Me habría gustado ser profesor de Historia de las ideas políticas, pero justo el año que terminé la carrera falleció mi padre. Como me gustaba escribir, mandé un artículo al periódico de Huelva (Odiel), me lo publicaron al día siguiente y seguí mandando más. Fue su director quien me aconsejó que me presentara a los exámenes de ingreso en la Escuela Oficial de Periodismo. «Si ingresas, te puedes venir aquí, como colaborador fijo y categoría de redactor. Así podrás estar cerca de tu familia». Entonces, había muy pocos periodistas y menos todavía con carné. El periodismo es un pícaro oficio, donde una vez que entras no hay salida. Bueno, hay algunos que, afortunadamente, fracasan en el periodismo, pero triunfan luego en la política, como Carles Puigdemont.
«La política tiene dos manifestaciones: el compadreo o el enfrentamiento»
P.- ¿Te duele que se critique la Transición y se hable de compadreos o del Régimen del 78?
R.- Compadreos siempre ha habido en política. La política tiene dos manifestaciones: el compadreo, más o menos amistoso, o el enfrentamiento. Las dos cosas pueden coexistir. Entonces, había enfrentamientos, pero con unos límites que no se sobrepasaban. Ahora hay un enfrentamiento en la clase política que no creo que lo haya en la sociedad. Los que entonces nos llamábamos progresistas aspirábamos a la secularización de la vida. La historia de España ha sido triste y violentamente religiosa. Basta con leer un poco para darse cuenta de ello. Nosotros aspirábamos a que la razón estuviera por encima del sentimiento. Mi tocayo Víctor Hugo, que no era precisamente tonto, decía que la fe es la virtud que excomulga la razón. La secularización a la que aspirábamos no ha sido tanta. Creíamos que España se iba secularizando, pero resulta que el fondo religioso español se mantiene. Y ese sentimiento religioso se ha incorporado, en buena parte, al sentimiento político. Hay gente que es de un credo político hasta la muerte, por encima de la razón.
«Las motivaciones del fanatismo y el sectarismo están por encima de la razón»
P.- Decías en una entrevista que en España tenemos una derecha fanática y una izquierda sectaria.
R.- Las motivaciones del fanatismo y del sectarismo están por encima de la razón. La diferencia radica en que el sectarismo condena a quien no piensa como él y el fanatismo, en el fondo, cree que sólo lo suyo es bueno. El fanatismo y el sectarismo se parecen mucho. Las definiciones de ambos términos en el diccionario son similares.
P.- Partiendo de estas dos maneras de entender la política es imposible llegar a puntos de encuentro.
R.- Yo envidio a Gran Bretaña porque, además de tener una diplomacia inteligentísima, casi tanto como la vaticana, es un país pragmático. Tienen a Winston Churchill que les hace ganar la Segunda Guerra Mundial y luego lo mandan a su casa y votan a los laboristas. Eso en España es impensable. Aquí hay gente que vota a la derecha porque su padre, su abuelo y Adán y Eva eran de derechas. Y seguirán votando siempre lo mismo. En EEUU, Gran Bretaña y países más racionales la gente vota con criterio, pensando en lo que le puede ofrecer cada partido.
P.- Has sido testigo directo del camino recorrido por los españoles en los primeros años de democracia. ¿Es cierto que los políticos de entonces anteponían el interés general al particular?
R.- El político tiene que tener tres intereses: el interés común, el de su partido y el interés personal. En la jerarquía normativa y moral, el interés que debería prevalecer es el interés común. En segundo lugar, el interés del partido y, en tercer lugar, el interés propio. La realidad nos demuestra que es justamente al revés. Pero, todo tiene sus limitaciones. Por ejemplo, Felipe González lo mejor que podía haber hecho era no presentarse como candidato del PSOE a las generales a partir de 1993. Cometió el error de presentarse en 1996. Si hubiera querido hacer pactos, habría seguido de presidente del Gobierno. Tuvo un gesto digno de alabanza. No intentó hacer pactos y se quitó del medio.
«Había más altura moral en los políticos de la Transición que en los de ahora»
P.- Conociste bien a Felipe González y Alfonso Guerra ¿Es difícil establecer comparaciones entre ellos y Pedro Sánchez?
R.- A los políticos de entonces los conocía mejor que a los de ahora. Aunque nunca se termina de conocer a las personas. Ni siquiera a uno mismo. Hay que recordar aquella frase escrita en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Las comparaciones siempre son odiosas, sobre todo para el que sale mal. Se supone que no se deben de hacer, pero los que estamos fuera de juego podemos hacerlas. No es eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero, evidentemente, da la impresión de que había más altura moral y más competencia política en los políticos de la Transición que en los de ahora. En 1977 había un gran interés por la política y a los partidos llegó gente preparadísima. Veo los bancos de UCD de la época y en la tercera escala había abogados del Estado. Ahora no creo que veas muchos abogados del Estado en la tercera escala de un partido político.
P.- ¿La crónica parlamentaria, de la que fuiste maestro, es un género en declive?
R.- No lo sigo. Y, aunque lo siguiera, jamás diría nada porque he sido de ese oficio.
«Landelino Lavilla ha sido el mejor presidente del Congreso de los Diputados»
P.- ¿Quién ha sido para ti el mejor presidente o presidenta del Congreso de los Diputados en nuestra reciente historia democrática?
R.- De los que he conocido, lo tengo muy claro: Landelino Lavilla Alsina. Fernando Alvarez de Miranda fue notable, buen tipo. Se equivocaba mucho, pero lo hacía con magnífica intención. Tuvo la fortuna de que, en la primera legislatura del Congreso, llamada legislatura constituyente, todos los grupos políticos tenían, prácticamente, el mismo interés: que aquello saliera bien, seguir adelante y hacer una Constitución. Landelino llegó a la presidencia del Congreso en 1979, después de la victoria de UCD. Al PSOE, por los motivos que fuera, las cosas no le salieron como esperaba. En la noche electoral hice una ronda por las sedes de los partidos y la euforia de UCD en el Palacio de Exposiciones y Congresos era tremenda. Estaba por allí la cantante Encarnita Polo, que dijo una frase muy buena, digna de Pío Cabanillas. Dijo que ella «siempre era de los nuestros». En la sede del PSOE – calle García Morato, hoy Santa Engracia – aquello era la desolación. Apenas había luz y el pobre Guillermo Galeote sólo, dando la cara ante los periodistas.
P.- ¿Por qué te quedas con Landelino Lavilla?
R.- Llegaba a los plenos del Congreso como un opositor a un examen. Se sabía a la perfección lo que se iba a debatir en cada pleno. Mejor que los ponentes de cada partido. Landelino Lavilla sólo metió la pata de manera gorda en un caso: el día de la investidura. Forzado por su partido, UCD, no hubo debate. Titulé mi crónica: «La guerra de la sin vestidura». Era difícil enmendarle la plana a Don Landelino; como querer enseñarle religión al Papa.
«Me quedo con tres parlamentarios: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñon, Luis Gómez Llorente y Eulàlia Vintró»
P.- ¿Cuál ha sido para ti el mejor orador en sede parlamentaria?
R.- Prefiero mejor llamarlos parlamentarios que oradores. Me explico: Manuel Fraga era un mal orador, porque se comía las sílabas. En cambio, era un buen parlamentario. De los años en que fui intensamente al Congreso, me quedo con tres parlamentarios: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón –primero en UCD y luego en Alianza Popular-, Luis Gómez Llorente, del PSOE, y Eulàlia Vintró Castells, del PSUC. Yo creo que han sido los tres mejores.
«Han dicho que Antonio Herrero era de derechas, pero era independiente, como José Luis Balbín»
P.- También trabajaste con algunos de los mejores comunicadores, especialmente con José Luis Balbín y Antonio Herrero, en Antena 3 Radio y Cope. ¿Qué recuerdo tienes de ellos?
R.- Eran independientes. Balbín tuvo que dejar de hacer La Clave en TVE cuando intentaron evitar que el entonces concejal socialista, Alonso Puerta, participara en uno de los programas. Y de Antonio Herrero se ha sabido luego que, poco antes de morir, José María Aznar había intentado echarle de la Cope. Han dicho: Antonio Herrero era de derechas. Yo he estado en las tertulias de Herrero en la Cope y puedo contar que estaban: Ramón Tamames, que había sido del comité central del Partido Comunista de España (PCE); Antonio Romero, diputado malagueño, también comunista, que llevaba la comisión de Defensa y sabía más que el ministro del ramo; el canario de UGT, Justo Fernández; o Antonio García Trevijano. Aunque había voces de derechas que sonaban mucho más. Y estaba yo, que no sé si soy de izquierdas o de derechas, pero que en la época de Franco fui antifranquista y de izquierdas. Cosa que no pueden decir muchos que, luego, han resultado ser antifranquistas y de izquierdas cuando Franco ya estaba muerto.
P.- Escribiste en 1994 un libro titulado Un mundo que se va. ¿Hemos cambiado muy deprisa?
R.- La editorial Espasa Calpe me pidió un libro para la colección Páginas Escogidas, reservada para escritores ya mayores. Entonces, seleccioné una serie de artículos relacionados con la naturaleza. En algunas de las reseñas que se publicaron sobre Un mundo que se va se decía que era mi mejor libro. Otra reseña decía que yo era ecologista antes de que existiera el ecologismo; algo excesivo porque la palabra ecología es del siglo XIX. No soy ecologista de café, copa y puro. Por cierto, puros no he fumado nunca.
P.- Otra de tus innovaciones periodísticas fueron las auténticas entrevistas falsas, que publicaste en el semanario Tribuna de Actualidad y en la revista Leer.
R.- Julián Lago, director de Tribuna, quería que hiciera la última página de la revista. Él me dio la idea. ¿Por qué no te inventas una entrevista con el personaje de la semana? El nombre de auténticas entrevistas falsas es suyo. Era una entrevista totalmente imaginaria.
P.- ¿Qué entrevista falsa recuerdas con especial cariño? Recuerdo una muy buena que le hiciste a Joaquín Leguina en el Metro de Madrid cuando era presidente de la Comunidad.
R.- Claro. Es que Leguina viajaba en metro. Yo he sido muy viajero de metro y me he encontrado en este medio de transporte a cinco políticos. Al que más me encontraba era a Javier Sáenz de Cosculluela, que fue ministro socialista de Obras Públicas y Urbanismo y convirtió las carreteras estrechas en autovías. Me encontré a Alfonso Osorio, que había sido vicepresidente del Gobierno, que venía de los toros, y a Miguel Arias Cañete, viniendo del aeropuerto. También recuerdo haber coincidido en el metro con Jorge Verstrynge.
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