La industria europea del automóvil se acaba de topar con un nuevo peligro: Donald Trump
La automoción del Viejo Continente cabalga el huracán de la electrificación, el coche chino y los aranceles
No ganan para sobresaltos. La industria europea del automóvil, una de las pocas materias en las que el viejo continente aún tiene cosas que decir, cabalga un huracán. Pero a la electrificación, el coche chino, y unas regulaciones de Bruselas poco o nada deseables, se les une ahora un nuevo peligro: el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Donald Trump no se cansa de repetirlo, quiere un país mejor, más alto, y más fuerte, y todo lo que llega de fuera le viene mal. Por eso los directivos de este lado del Atlántico se ponen nerviosos, y tienen motivos. Desde que se supo que el empresario volvería a la presidencia, las acciones en bolsa de las grandes marcas alemanas sufrieron bajadas notables.
El temor a los aranceles pone nerviosos a los inversores y tras a (re)elección BMW vio cómo sus acciones caían un 6,6 %, las de Mercedes-Benz un 6,4 %, las de Porsche descendieron un 4,9 % y Volkswagen perdía un 4,3 %. Por contra, las de compañías estadounidenses como Ford y General Motors subieron alrededor de un 4 % en las operaciones previas a la apertura del mercado, convencidas de que una presidencia de Trump será buena para su negocio.
No solo eso, sino que las de Stellantis, propietarios de Chrysler y Jeep, subieron un 1,3 %. Aunque el que puede celebrarlo por todo lo alto es Elon Musk, cabeza de visible de Tesla y uno de los correligionarios más cercanos a Trump, cuyas acciones crecieron un espectacular 13 %. Los inversores especulaban con que el apoyo de Musk a Trump beneficiaría a la compañía de alguna que otra manera.
El resultado es que entre los fabricantes extranjeros, en especial los alemanes, las alarmas llevan sonando hace ya tiempo por las amenazas de Donald Trump. Durante un mitin de campaña para las elecciones presidenciales el mes pasado, el candidato republicano dijo a sus partidarios: «Quiero que las empresas automovilísticas alemanas se conviertan en empresas automovilísticas estadounidenses». Huelga decir que la frase no hizo demasiada gracia en Bruselas.
En una de sus promesas para este segundo mandato en la Casa Blanca, Trump prometió que cualquier empresa automovilística extranjera que decidiera aumentar su producción en Estados Unidos recibiría impuestos, costes energéticos y trámites burocráticos más bajos. De forma velada, dejó caer la amenaza de aranceles sobre los vehículos no fabricados en Estados Unidos. Estas afirmaciones son el eco de una idea ya escuchada con anterioridad.
En las elecciones de 2016, las primeras que ganó, ya dejó en el aire que en su deseo estaba que todas las fábricas de productos vendidos en EE. UU. volviesen a construir en suelo patrio. Por aquel entonces, posibles aranceles del 35 % sobrevolaron la cabeza de todos. En respuesta, y para eludir este escollo, las marcas europeas realizaron fuertes inversiones en territorio estadounidense.
Volkswagen reaccionó incrementando el tamaño de su planta de Tennessee, Mercedes prometió inyectar 1.000 millones de dólares en su factoría de Alabama, y BMW aumentó la producción sus líneas de montaje en Carolina del Sur.
De México tampoco
A veces es complicado discernir del discurso de Trump qué es hipérbole en busca de un efecto, y cuando va a hacer lo que dice, que no siempre es lo primero. En una de sus bravatas, soltó que los coches llegados desde factorías en el vecino país de México podrían soportar unos aranceles del 200 %. México no tiene marcas propias, pero con costes de producción más bajos, muchas compañías operan en suelo azteca.
Precisamente las cuatro grandes marcas alemanas tienen fábricas en México. Volkswagen monta en Puebla los modelos Jetta, Taos y Tiguan. Audi inauguró en 2016 una planta situada en San José Chiapa, donde fabrica el Q5. BMW comenzó operaciones en su planta de San Luis Potosí en 2019; allí produce el coupé Serie 2 Coupé y el M2. Mercedes-Benz tiene una planta en Aguascalientes que emprendió sus operaciones en 2017. Esta fábrica produce algunos modelos para el mercado norteamericano y supuso una inversión por parte de Stuttgart de cerca de 1.400 millones de euros.
Menos ayudas
Pero hay más. No solo hay tasas e impuestos a la importación en cartera, sino posibles recortes a las ayudas para el coche eléctrico. Uno de los pilares fundamentales del auge de las inversiones ecológicas del aún presidente estadounidense, Joe Biden, pueden reducirse o incluso eliminarse.
Una parte de la financiación concedida a los clientes de los fabricantes alemanes en los últimos seis años se ha destinado a impulsar la electromovilidad. Si las ayudas desaparecieran, ocurriría lo que ha pasado en otros países, como en Alemania: sin subvenciones, las ventas cayeron en picado.
Y problemas laborales
Al igual que en Alemania, donde los fabricantes de automóviles se quejan de la escasez de trabajadores cualificados, en Estados Unidos ocurre lo mismo. Tras décadas de deslocalización y a medida que se jubilan los trabajadores automotrices de mayor edad, su industria se está quedando sin material humano.
Ya está ocurriendo que empresas alemanas con sede en México están teniendo que prestar personal a sus empresas hermanas en Estados Unidos para completar sus plantillas. Si las marcas alemanas quieren montar más factorías y más modelos en Estados Unidos, tendrán ese problema añadido.
Con Trump amenazando con políticas aún más proteccionistas, las marcas alemanas se enfrentan a una tormenta perfecta en un sector automovilístico mundial ultracompetitivo. Todas ellas siguen siendo muy rentables, gozan de una gran notoriedad y un gran respeto por el público. Su larga tradición y calidad del producto les asegura espacio para desarrollarse, pero seguramente será a costa de decrecer, reducir beneficios, y la necesidad de adaptarse de forma local.
El Plan B
Un ejemplo es Audi, que ha creado una nueva marca: Audi. Pero esa «nueva» marca del mismo nombre solo fabricará modelos para el mercado chino, pierde los cuatro aros representativos y que la acompaña desde principios del siglo XX. No sería de extrañar que otros alemanes siguieran una senda parecida, con productos, fabricación e incluso submarcas regionales.
El mundo está dejando de ser global y a la automoción no le queda otra que adaptarse. Trump, que tiene prohibido conducir cualquier tipo de vehículo a motor desde que fue presidente por primera vez, saluda con la mano al pasar subido en un coche Made in USA; desde la acera, los fabricantes europeos miran con las piernas temblándoles.