Los aranceles de Trump no afectarán a los coches hechos en España, pero sí a sus marcas
Los aranceles del presidente norteamericano ponen una zancadilla más a los fabricantes de coches

El presidente de EEUU, Donald Trump, anuncia los aranceles que recibirán los distintos países. | Reuters
La bala trumpista no acertó, pero pasó cerca. La imposición de aranceles por parte del nuevo gobierno de la Casa Blanca no afectará de manera directa a la industria automotriz española, aunque sí de forma subsidiaria. Los modelos que se fabrican sobre la piel de toro viajan a EEUU con cuentagotas; sin embargo, sus compañías propietarias sufrirán los rigores fiscales estadounidenses.
La jugada de Donald Trump está clara: que cada cual se las apañe, y que el dinero americano se quede en su tierra para producir e invertir allí, y no se diluya en destinos ajenos. Para ello, y a base de elevar el precio de las importaciones, el americano medio consumirá más productos nacionales. La alternativa de su presidente es que marcas y compañías extranjeras se radiquen en su territorio y que produzcan de manera local.
La afección en el mundo del automóvil será alta por la especial idiosincrasia norteamericana. En las últimas décadas, su capacidad industrial relacionada ha decrecido en gran medida. La muestra visible y paradigma de este decrecimiento es el enorme declive de la ciudad de Detroit. Conocida como Motor City, sede de Ford, General Motors, Chrysler y sus marcas asociadas, llegó a contar con casi dos millones de habitantes para pasar a los alrededor de 630.000 de la actualidad, con edificios, fábricas e instalaciones abandonadas. El otro resultado de esta cuenta es que el 46% de los coches que ruedan por el país se producen fuera de sus fronteras.
El productor con la mayor cuota de mercado es México. El cuarto exportador de vehículos del mundo envía cada año unos 2,5 millones de coches a su vecino. El 70% de su producción pasa la frontera hacia el norte, con modelos como el Ford Bronco Sport, el Ford Mustang Mach-E, el Chevrolet Blazer, los BMW Serie 2 de varios tipos, el Serie 3, el Honda HR-V, el Mercedes GLB, El Jeep Compass o el Toyota Tacoma entre otros.
Canadá remite cada año 1,1 millones de coches, de las marcas Dodge, Toyota, Chrysler, Toyota, Lexus y Honda. Corea acude a este mercado con 1,4 millones de coches, con Hyundai y Kia como abanderados, y los japoneses aportan 1,3 millones de vehículos de su sólida industria del motor. Con México y Canadá se está negociando y puede que lleguen a una imposición de tipo cruzado que ronde el 10%. Sobre Japón recaerá una tasa del 24%, y del 25 sobre Corea del Sur. Las cifras de venta de coches chinos son muy bajas, pero sufrirán un enorme castigo, el 34% de incremento.
La producción europea merece un estudio aparte y más pormenorizado, porque atiende a una situación distinta. De acuerdo con cifras del banco de inversiones Goldman Sachs, alrededor de 700.000 vehículos europeos cruzan el Atlántico cada año para pasar a ser poseídos por conductores norteamericanos. El prestigio y calidad del diseño europeo hacen que el tipo de coche no sea, por norma general, el habitual que se vende en masa.
Miles de Audi, Mercedes, BMW, Lamborghini, Ferrari, Zonda, Porsche y algunos modelos de Volkswagen realizan la travesía por mar. A nadie escapa que son coches caros, de gama alta o muy alta, y con cuotas de mercado por modelo inferiores. Las tres marcas italianas combinadas apenas venden 7.000 coches en Estados Unidos, y a alguien que se gasta un millón de dólares en un deportivo como el de Lewis Hamilton, doscientos mil más, no le van a sacar de la lista Forbes.
Por otra parte, BMW, Mercedes, Volvo y Volkswagen tienen plantas en suelo yanqui, y los modelos fabricados allí se consideran «coches americanos» en términos fiscales. Sin ir más lejos, Volkswagen baraja la posibilidad de construir Porsches y Audis en su fábrica de Chattanooga, Tennessee, con idea de eludir los aranceles, que es justo lo que desea Trump.
El mercado del automóvil norteamericano es muy especial y amplio. El precio medio de los coches que allí se venden es de 48.641 dólares (45.083 euros). Un incremento de un 20% de media, elevaría su coste en esa medida y forzaría a los compradores a mirar con mejores ojos a los modelos hechos en su país; peor a los venidos de lejos.
Made in USA
Trump dejó sobre la mesa un mensaje relacionado: «Felicidades, si haces tu coche en los Estados Unidos, vas a ganar mucho dinero. Si no lo haces, probablemente tendrás que venir a los Estados Unidos, porque si haces tu coche en los Estados Unidos, no hay arancel». Puede que lleve razón, al menos en parte, porque hay otra lectura.
Los coches construidos en Estados Unidos podrán llevar la etiqueta del Made in USA, pero muchos de sus componentes son importados. Motores y transmisiones se compran en Japón, Alemania y México. La electrónica avanzada para los sistemas de asistencia al conductor, componentes para vehículos autónomos y conectividad, como sensores, cámaras, chips semiconductores y software especializado, vienen principalmente de Alemania, Corea del Sur, y Japón. Cosas de la globalización.
Y hay algo más. A nadie escapa que dos tercios de las baterías que se fabrican en el mundo, imprescindibles para coches de combustión, híbridos y eléctricos, se hacen en China, y estas sufrirán un castigo del 34%; castigo que incidirá de manera directa en los precios finales de los coches que las incluyan, que serán todos.
Y las anomalías…
Dentro del terremoto comercial que han supuesto los aranceles del gobierno estadounidense hay varias anomalías, alguna bastante curiosa. Llama la atención el insoportable 95% arremetido a Laos, aunque más llamativo es lo de las islas Heard y McDonald. Situadas entre las costas de Sudáfrica y Australia, recibirán unos aranceles del 10%. Lo pintoresco es que están deshabitadas y sus únicos moradores son pingüinos.
Otra, de varias, es que los dos únicos países del mundo sin aranceles son Rusia y Corea del Norte. Vladímir Putin y Kim Jong-un deben estar felices con sus Audi y Mercedes-Benz que tanto les gustan. Tampoco pagarán aranceles por ellos, igual que Trump, que no pagará ninguno por sus coches. No es por ser presidente de su país, sino porque, por ley, tiene prohibido conducir vehículos a motor. Ya le llevan otros que pagarán por él.