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Bugatti Brouillard: un coche único, para cliente con una cuenta bancaria abrumadora

Algún día se subastará a cambio de una cifra propia de un Picasso

Bugatti Brouillard: un coche único, para cliente con una cuenta bancaria abrumadora

Bugatti Brouillard. | Cedida

Entre 8 y 30 millones. Ese es, según a quien se pregunte, el precio del Bugatti más exclusivo de todos los tiempos sin ser un coche histórico. La causa última del disparatado precio es que solo hay uno en todo el universo conocido.

Se llama Bugatti Brouillard y se ha hecho como un traje a medida para su comprador. No ha trascendido su nombre, pero muchos intuyen que se trata de Michel Perridon, empresario neerlandés, fundador de Trust Gaming y dueño de la mayor colección privada de Bugatti del mundo.

En su garaje conviven desde un Type 13 de 1910 hasta un Bolide, pasando por EB110, Veyron Vitesse y varias ediciones del Chiron. El año pasado sorprendió a todos al recibir el primer Rimac Nevera en territorio Schengen, tercero del ciclo histórico; el primero de todos fue para Nico Rosberg, campeón del mundo de Fórmula 1 en 2016.

Bugatti ha decidido recuperar un concepto que parecía desterrado a la época de los carroceros: el coche como pieza única, diseñada y ejecutada para una sola persona, con nombre propio y una biografía irrepetible. Nada de procesos en serie, solo exclusividad y personalización.

La marca francesa da un paso más en esta renacida exclusividad extrema con el primer modelo de su nuevo Programme Solitaire. Un one-off, una pieza única de la que no habrá otra igual, con 1.600 CV, nombre de caballo y alma de museo.

Brouillard era el caballo favorito de Ettore Bugatti: un animal blanco, elegante, noble, tan inteligente que, dicen, era capaz de abrir por sí mismo la puerta de su establo gracias a un ingenioso mecanismo diseñado por su dueño. Aquella conexión entre hombre, máquina y naturaleza no solo inspiró al creador italiano en su época, sino que ha servido ahora como base conceptual para este primer modelo del Programme Solitaire.

Dicho programa es tan exclusivo que solo permitirá dos creaciones al año y que va más allá del ya selecto Sur Mesure, otra línea de producción similar. Aquí no se parte de un coche existente para personalizarlo, sino que se parte de una idea, de una historia. Y se construye algo desde cero, como si fuera un traje de alta costura.

Y lo han hecho a lo grande, con 1.600 caballos y un diseño firmado por el argentino Facundo Elías. Nacido en Ushuaia, exdiseñador en Lamborghini, ahora es el Lead Exterior Designer de Bugatti Rimac. Esta es su primera obra firmada como autor principal.

Elías ha querido suavizar la imagen exterior y evitar la agresividad. No hay líneas rectas ni nervios marcados. Todo fluye, todo es músculo bajo una piel tersa. Una reinterpretación contemporánea del cuerpo equino: poderoso, pero armónico; veloz, pero digno.

«Hacer que algo parezca sencillo es en realidad increíblemente complejo. El diseño debe integrar todos los aspectos tecnológicos necesarios, toda la termodinámica y aerodinámica de un hiperdeportivo de 1.578 caballos y, al mismo tiempo, seguir una filosofía central establecida tanto por nosotros como por el cliente», afirma Frank Heyl, director de diseño de Bugatti.

Mezcla de detalles

La conexión con el legado reciente está ahí: el alerón fijo rememora al del Chiron Profilée, pero con sutiles cambios. La aleta tras la puerta contiene las formas del Divo y el nuevo Tourbillon, y las tomas de aire del techo son muy similares a las del Veyron.

Técnicamente, el Brouillard se construye sobre la misma base que el Chiron y el Mistral: un chasis de fibra de carbono y aluminio, un motor de 16 cilindros y 8,0 litros con cuatro turbos. Monta el mismo sistema de escape con cuatro salidas verticales del Chiron Super Sport 300+.

Pero la ejecución cambia todo. No es un roadster, como el Mistral, ni tampoco un coupé cerrado al uso. El Brouillard tiene un techo de cristal fijo, un alerón tipo «cola de pato» integrado y una silueta que oscurece visualmente el tercio inferior de la carrocería para aligerar el conjunto. Las proporciones son nuevas, con una longitud que ha crecido. La fluidez de su línea central, visible desde el habitáculo, crea una continuidad desde el frontal hasta la zaga que no se ha visto en ningún otro Bugatti.

Personalización única, rincones minimalistas

El exterior está plagado de referencias discretas, casi crípticas. La parrilla en forma de herradura sigue ahí, como mandan los cánones de la casa. Los faros delanteros LED se montan sobre los pasos de rueda, y los pilotos traseros en forma de X, herencia directa del Mistral, se funden con la zaga como si estuvieran esculpidos en el mismo bloque de carbono.

El alerón no sube ni baja. No hay elementos móviles, porque tampoco los necesita. El diseño prioriza la estabilidad pasiva gracias a un difusor trasero de canalización múltiple y una silueta que controla el flujo de aire como si fuera parte del viento.

Pero donde el Brouillard se aleja definitivamente de todo lo conocido es en su interior. Aquí, el lujo no es ostentoso, sino íntimo. El habitáculo respira una mezcla entre taller de joyería y sastrería parisina. Todo ha sido creado de forma personalizada para este modelo, desde el tartán tejido a mano en Francia con hilos de crin sintética hasta los motivos ecuestres bordados en los paneles de las puertas y asientos.

En este sentido, llama la atención la palanca de cambios tallada en aluminio macizo que encierra una cabeza de caballo en cristal. Una pieza digna del Musée d’Orsay. El color dominante es el verde, aplicado con sutileza: verde en la fibra de carbono tintada, verde en las costuras, verde en la luz ambiental que inunda la cabina a través del techo transparente. Un verde que no molesta.

El precio es un misterio

Bugatti no habla de cifras, pero las indicaciones menos ambiciosas apuntan a los 8 millones de euros, mientras que otras llevan su precio a más de 20 millones de euros; incluso algunos rumores elevan la apuesta hasta los 26 millones de euros. En cualquier caso, ya no se trata de precio, sino de valor. Y ese valor no está solo en los caballos —1.600— ni en la velocidad punta —más de 420 km/h—, sino en el simbolismo.

El Brouillard va más allá de ser una inversión. Es un coche que no solo se conduce, sino que se custodia y adquiere el status de obra de arte. Como un Stradivarius. Como una carta manuscrita de Leonardo da Vinci. Como una escultura de Chillida.

Con el Brouillard, Bugatti cierra el capítulo del W16 por todo lo alto, porque será el último modelo que fabrique con esta arquitectura. Lo hace justo antes de abrir la era híbrida con el próximo Tourbillon, previsto para 2026, que incorporará un V16 atmosférico con apoyo eléctrico.

Veremos al Brouillard en la Monterey Car Week, el próximo 15 de agosto, bajo los focos de The Quail. Un Bugatti como este se contempla, se recuerda y —por qué olvidarlo—, cuando la mayoría no estemos aquí, se subastará algún día a cambio de una cifra de ocho o nueve dígitos, propia del coste de una nave espacial. O un Picasso.

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