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Motor

La guerra de Ucrania se cobra otra víctima: los Porsches de Rusia han dejado de arrancar

Los modelos posteriores a 2013 en suelo ruso dejaron de funcionar de repente y sin previo aviso

La guerra de Ucrania se cobra otra víctima: los Porsches de Rusia han dejado de arrancar

Una grúa se lleva un Porsche.

Inertes. Muertos por completo. No reaccionaban. Eran cientos los coches que no atendían al llamado de sus propietarios, y aunque estaban en Rusia, no eran ni Ladas ni Zastavas, sino flamantes modelos de la marca Porsche. Se negaban a arrancar como era lo normal, y la causa parece estar en el espacio.

Que se estropeen los coches de vez en cuando entra dentro del acuerdo que cualquier conductor firma con el destino. Lo que ya no resulta tan habitual es que todo un Porsche, coches de marcas prémium y hechos en Alemania con todas las garantías de calidad, se niegue a arrancar sin más porque ha perdido la señal del cielo. En sentido literal.

En Rusia, desde hace unos días, varios cientos de unidades de la firma alemana se han convertido en gigantescos pisapapeles sin gran utilidad, máquinas de altísima gama que han decidido tomarse un descanso. Todos al mismo tiempo, todos sin previo aviso, y no, no es un sabotaje ni ucraniano ni del Pentágono, como alguno ha gritado a los cuatro vientos. O no exactamente.

Todo comenzó el pasado lunes en Moscú, día 1 de diciembre para más señas, cuando algunos propietarios de Porsche se toparon con una escena digna de una película de suspense: coches que no arrancaban, alarmas que sonaban sin control y mecánicos que por más que abrían capós y revisaban conexiones no encontraban fallo alguno.

Desde Vladivostok y hasta San Petersburgo, el síntoma se repetía. Unidades de los modelos más rutilantes de la firma de Stuttgart como los poderosos Cayenne, los Macan, Panamera, e incluso los deportivos 911 sobre los que gravita la marca, dejaron de funcionar. Conviene recordar que todos estos modelos albergan más electrónica que la Estación Espacial Internacional.

Un evento común en todos ellos, ya sean SUV, deportivos biplaza, de motor térmico, híbridos o eléctricos, contiene un sistema denominado VTS desde que se comenzó a instalar en 2013. El Vehicle Tracking System no es un invento especialmente exótico. Suena a algo sacado de una película de ciencia-ficción, pero en realidad es un sistema de geolocalización. Pensado para que el coche pueda detectar si ha sido robado, avisa a su dueño, o mejor aún, impide de forma directa que el ladrón se divierta con su botín.

El problema es que, si el satélite que le envía la señal desaparece, el coche interpreta automáticamente que está siendo objeto de un robo y se inmoviliza, se bloquea. No pregunta ni razona; tan solo decide apagarse hasta que alguien con más autoridad haga algo. Todo apunta a que las interferencias provocadas por las defensas rusas han impedido que las señales por satélite alcancen a estos coches, y la respuesta fue una rendición sin los brazos en alto. Los Porsche funcionaron a la perfección: no hicieron más que seguir las instrucciones recibidas por su fabricante.

Tampoco es la primera vez que el uso y abuso de sistemas conectados acaba convertido en una pesadilla tecnológica. Los coches modernos, con todo su arsenal de sensores, chips, antenas y unidades de control remoto, han dejado de ser complejos mecanos para convertirse en ordenadores sobre ruedas. Y como tales, están expuestos a situaciones que antes no les afectaban: interferencias, desconexiones, software malicioso o incluso decisiones tomadas desde un despacho a miles de kilómetros de distancia.

Desde 2022, la marca Porsche dejó de operar de forma oficial en Rusia ante el levantamiento de restricciones comerciales para con el país de Vladímir Putin. Las ventas se suspendieron, pero los coches ya vendidos siguen allí. Son coches muy apreciados, sus dueños los han mantenido con mimo, e incluso algunos han logrado perforar las sanciones con su adquisición a través de terceros países. Pero eso no los ha librado de esta maldición digital, como si el coche recordara quién lo diseñó y dónde, y decidiera que su lealtad va con Stuttgart y no con Moscú.

Soluciones alternativas

A pesar de todo, hay quien ha logrado reanimar su Porsche tras desconectar la batería durante más de diez horas. Otros han probado a arrancarlo después de desactivar de modo manual el VTS. Algunos talleres han descubierto que, si se desconecta la antena que recibe las señales de satélite, el coche se tranquiliza. La situación arroja una pregunta incómoda sobre la mesa: ¿qué pasa cuando los coches dejan de depender de sus dueños para funcionar?

Porque lo sucedido con los Porsche no es un accidente aislado, y se ha convertido en una pauta recurrente. La industria ha abrazado la conectividad sin preguntarse si esa dependencia puede volverse en su contra, y no hace falta mirar muy lejos. Basta con asomarse a Escandinavia, donde otros vehículos —autobuses eléctricos de origen chino— han encendido las alarmas.

En Noruega, país que presume de tener una de las flotas eléctricas más avanzadas del mundo, se ha descubierto que muchos de sus autobuses urbanos pueden ser —en teoría— apagados a distancia por sus fabricantes. Concretamente, por Yutong, una marca china que ha instalado tarjetas SIM en sus vehículos para permitir actualizaciones remotas. Hasta aquí, todo en orden.

Parada solicitada

El problema es que esas conexiones podrían, según informes del operador Ruter, usarse también para inmovilizar los autobuses. Una especie de botón rojo digital que, si cae en las manos equivocadas, podría dejar a una ciudad entera sin transporte público en cuestión de segundos.

En Reino Unido y Dinamarca se ha abierto también una investigación. Y aunque desde Yutong han negado de forma categórica que puedan controlar los vehículos sin autorización, el miedo ya ha sembrado dudas razonables. El simple hecho de que sea técnicamente posible basta para que los gobiernos empiecen a levantar las cejas… y a revisar contratos.

También en España

En España, mientras tanto, los autobuses eléctricos de Yutong ya circulan por ciudades como Madrid, Barcelona, Toledo o Valencia. También han llegado a los aeropuertos, con lotes de vehículos que asisten las rutas entre terminales.

Este panorama dibuja una paradoja extraña. Hemos confiado tanto en la tecnología que nos hemos vuelto vulnerables a ella. Coches que se creen robados por culpa de una sombra en la órbita. Autobuses que podrían quedar desactivados por alguien con suficientes conocimientos y malas intenciones. Y al fondo, fabricantes que juran que todo está bajo control, que no hay nada que temer, que es seguro. Pero la historia de la automoción está llena de frases parecidas que acabaron estampadas contra el muro de piedra que conforma la realidad.

Lo de los Porsche tiene algo de cómico, si formamos con la imaginación la idea de un millonario atrapado en su Panamera como si fuera Mister Bean. Pero también es una advertencia que apunta a que el coche no nos pertenece del todo. Cada vez dependemos más de decisiones que no se toman en el taller, ni en el garaje, ni siquiera en nuestra ciudad. Y de que, si un satélite estornuda, puede que tu coche decida quedarse en casa.

Así que si tu coche un día no arranca, no te enfades, porque puede que no esté ni siquiera averiado. Al revés, puede que funcione tal y como se le programó. El problema es que puede haber sido a miles de kilómetros de donde estás pagando las facturas, incluso fuera de nuestra atmósfera…

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