BMW Z4 Final Edition, la despedida al coche que estalló con James Bond al volante
La marca bávara liquida un coche icónico y deja una versión especial a modo de despedida

BMW Z4 Final Edition.
Una supernova, aparte de una olvidable película protagonizada por la cantante Marta Sánchez, es lo que provoca el fallecimiento de una estrella. Podría decirse que el BMW Z4 y sus iteraciones previas llegaron como un ciclón y se va a marchar casi en silencio. Para evitarlo, la marca bávara cierra la vida de un coche que marcó una época con una edición especial para este deportivo que en su momento fue una supernova.
No fue la cantante madrileña, sino James Bond. Esa fue la catapulta. El BMW Z3 original se presentó en 1995 y la firma bávara pretendía vender unas 15.000 unidades al año. Pero el agente secreto al servicio de su majestad salió subido en uno en la película Goldeneye, y en dos años colocaron cerca de 80.000. La factoría de Spartanburg, en Estados Unidos, tuvo que ser ampliada para acoger el incremento de producción.
Desde entonces el Z3 se convirtió en Z4, y más tarde en el Z4 actual, tercera generación del roadster con el que una vez huyó de los malos el espía con licencia para matar. El público acogió con entusiasmo el pequeño biplaza, pero su aura se ha apagado de manera paulatina. Los descapotables ya no tienen el tirón que tuvieron: al comprador actual dos puertas le saben a poco y pide cuatro, y las cada día más duras restricciones en términos de seguridad vial limitan la libertad a los caballos de este tipo de vehículos.
La parca automotriz ha llegado a un modelo que ha dibujado muchas sonrisas en el rostro de sus propietarios. Y BMW ha decidido darle un buen entierro. En su responso ha optado por aplicar el lenguaje que mejor conoce: el del diseño puro, la mecánica precisa y una estética de las que marcan tendencia sin pegar voces. El BMW Z4 Final Edition se despide con elegancia y personalidad.
Esta tercera generación se presentó en Pebble Beach en 2018, y mantuvo intacta la fórmula que lo convirtió en uno de los modelos más reconocibles de la última década. Lo hizo con unas proporciones clásicas, reparto de peso 50:50, los enérgicos motores de corazón bávaro y una vuelta al techo de lona tras el paréntesis metálico de su predecesor. Siete años después, el modelo se despide sin alharacas, con una edición especial que apunta a pieza de coleccionista. Y lo hace vestido de negro, pero no de luto, sino de gala.
El Frozen Matt Black que cubre la carrocería del Z4 Final Edition no es solo una elección estética. Le acompañan molduras Shadowline en negro brillante que recorren el contorno de ventanas, parrilla y tomas de aire, que completan un conjunto a caballo entre el sigilo de un extra de película y la provocación visual que suele caracterizar a un BMW de esta especie.
El negro sigue en los riñones, en los espejos, en los faldones. Hasta en la capota, que se mantiene de lona como en el original de 2002, pero ahora con acabado Moonlight, algo más grisáceo en su trama. Las llantas, en medidas escalonadas —19 pulgadas delante, 20 detrás—, presentan un diseño de radios dobles que permite ver el rojo vibrante de las pinzas de freno. Para quien prefiera otra tonalidad en la carrocería, BMW permite elegir cualquier color del catálogo sin sobrecoste, pero entonces ya no será de manera exacta un Final Edition.
El interior, en cambio, no ofrece escapatoria posible. Todo está cosido a conciencia. Un hilo rojo recorre el salpicadero, la consola central, los paneles de las puertas y los asientos deportivos M tapizados en cuero Vernasca y Alcantara. El volante M, también forrado en Alcantara, retoma esas costuras con precisión y el toque deportivo de la marca. No hay pantallas gigantes, ni ornamentos digitales innecesarios, que aquí se ha venido a conducir, oiga.
Bajo el capó, la gama se mantiene fiel a las tres variantes mecánicas disponibles en el Z4 desde que nació esta generación. El acceso lo ofrece el sDrive20i con 197 caballos, una opción más tranquila que encuentra en la agilidad su mejor argumento. Por encima está el sDrive30i con 258 caballos, quizás el equilibrio perfecto entre prestaciones y contención. Y, coronando la oferta, el Z4 M40i con su seis cilindros en línea biturbo, 340 caballos y un sonido que sigue poniendo la piel de gallina sin necesidad de altavoces. Si hay un coche que te hará olvidar la hibridación y lo eléctrico es este. Se te mete dentro y te agita los huesos.
Todos los motores van asociados a la conocida caja automática ZF de ocho velocidades, muy popular entre coches europeos de altas prestaciones a excepción de los Mercedes, que tiran por su propio carril. Para los más puristas, desde 2024 se puede optar por un cambio manual de seis marchas en las versiones más deportivas gracias al paquete Handschalter. Es un regalo tardío, una rareza en tiempos de levas y algoritmos, una caja con la que no se ganan décimas pero sí sensaciones.
Precios de supernova
Los precios arrancan en 68.637 euros para el sDrive20i, alcanzan los 73.650 euros en el sDrive30i y tocan techo con los 85.800 euros del M40i. El paquete Final Edition añade 4.200 euros más en las dos versiones superiores, pero en el 20i el coste sube a 7.400, al no incluir el kit M Sport de serie. Esa diferencia cambia el carácter del coche y le aporta los elementos necesarios para que todo encaje como debe. Si te lo puedes permitir, no lo dudes.
En cuanto al comportamiento, el Z4 siempre ha sido un coche más enfocado al disfrute que a las décimas. No pretende batir al cronómetro, sino conquistar al conductor. El M40i, en particular, ha sido elogiado por mantener esa conexión directa con el asfalto que cada vez se encuentra menos. Su chasis, desarrollado junto a Toyota y compartido con el Supra, consigue que el coche no se sienta artificial ni filtrado. El reparto de masas está tan bien calculado que el conductor se convierte en parte del eje, no solo en un pasajero al mando.
Con el modo Sport activado, el Z4 responde como un felino recién comido. No muerde, pero muestra los colmillos. Y cuando se vuelve a Comfort, puede rodar con la elegancia de una berlina bávara. Esa doble cara le permite sobrevivir en un entorno hostil para los coches emocionales.
Casi sin rivales
En cuanto a rivales, su adiós se plantea en un escenario donde apenas quedan estrellas. El Audi TT ha abandonado el partido, el Mercedes SLC se marchó, y el Mazda MX-5 sobrevive como un samurái solitario en un segmento que parece haber perdido la batalla frente a los SUV. El Toyota Supra, con el que comparte plataforma, motor y algunas entrañas, ha confirmado su continuidad con una nueva generación. BMW, en cambio, baja el telón sin promesas de futuro.
El mercado ha cambiado, los números no salen, y los modelos de nicho que no rinden en la hoja de Excel, aunque brillen en la carretera, caen como las hojas en otoño. El Z4 no ha sido un superventas. Fue siempre ese coche que uno no necesita, pero sí desea, y eso no tiene cabida en un mundo donde la racionalidad ha convertido al automóvil en electrodoméstico.
Esa es la razón por la que cada Z4 que salga de la factoría de Graz hasta marzo de 2026 será una pequeña victoria frente a la monotonía. La planta de Magna Steyr lo verá morir con la dignidad de quien sabe que hizo lo que debía. Quizás, como dijo una vez alguien que sabía de emociones, lo verdaderamente inolvidable no hace ruido. De manera simple se queda contigo, como las películas del agente 007, y no aquella de la cantante de Olé-Olé que no recuerda nadie.
