THE OBJECTIVE
Opinión

La reina negra

«Al contrario de lo que sucede en el ajedrez, las tablas en una guerra como esta en absoluto suponen la vuelta a la posición de partida»

La reina negra

Volodímir Zelenski.

Al este del enorme tablero de juego que es Ucrania —a la derecha desde la perspectiva del observador— se sienta Putin. A él corresponden las piezas blancas que, por mover primero, tienen la iniciativa. Un estratega más cualificado optaría por una apertura cauta, desplegando sus piezas en una secuencia lógica que habría de llevar en primer lugar a la destrucción del poder aéreo ucraniano y, conseguida esta, a la neutralización de su capacidad de combate sobre el terreno. Pero Putin, que ha ganado ya dos fáciles partidas en Georgia y Crimea, se cree a la altura de Bismark o Napoleón, y nadie en su entorno se atreve a contradecirle. Desprecia, además, a su enemigo, un Zelenski sin experiencia bélica de quien sospecha que esta partida le viene grande. De ahí la torpeza de la primera jugada, una fracasada operación quirúrgica sobre Kiev que recuerda a lo que en ajedrez se llama mate del pastor. Es esta una forma rápida de decidir la partida, pero que solo tiene éxito cuando el contrario es ingenuo. Y Zelenski, que es quien se sienta a la izquierda con las piezas negras, no lo es.

Para sorpresa de Putin —y del mundo—Zelenski no huye y el Ejército ucraniano resiste. Kiev puede ser bombardeado, pero no tomado. Largas caravanas de vehículos rusos esperan en vano en las carreteras que van hacia la capital. Tardan muchos días —no es rápida la cadena de mando rusa— en comprender que nadie va a abrirles las puertas que dan acceso a sus calles. Decepcionado, Putin reorienta sus piezas para adaptarlas a una apertura más convencional.

La libertad de acción del autócrata ruso no es ilimitada. Aparentemente no se atreve a arriesgar su reina, el gas natural, quizá su baza más poderosa en el tablero global. Necesita además reservar sus ominosas torres, repletas de ojivas nucleares, para aislarse de toda interferencia exterior. Pero avanza con sus piezas menores desde Bielorrusia, en el norte, y desde Crimea en el sur, buscando dominar el centro del tablero y así aislar a la reina negra, la pieza más valiosa de Zelenski: el adiestrado ejército que se enfrenta desde hace años a los insurgentes de las provincias de Lugansk y Donetsk, bien apoyados por la que parecía formidable máquina militar rusa.

La valerosa resistencia del ejército ucraniano y los errores técnicos y tácticos de los generales de Putin logran hacer realidad un pequeño milagro: Rusia se atasca en Járkov y Mariúpol y no consigue una ventaja decisiva en la apertura de la partida. La situación de los frentes se estabiliza. El rey negro está seguro en Kiev. Su enroque es muy sólido y los bombardeos rusos, además de inhumanos, son estériles porque las ciudades, y las ucranianas no son una excepción, no suelen rendirse sin combatir en sus calles. En el sur de Ucrania, Putin solo ha conseguido capturar algunos peones —Jersón, Melitopol— valiosos pero no decisivos. El temido asalto a Odesa, la valiosa torre negra de dama, se convierte en una quimera. Se hace cada día más evidente que todo ha de terminar en tablas, si no acordadas —parece difícil que Putin acepte ni siquiera reunirse con un rival que no considera a su altura, a menos que sea para aceptar una rendición incondicional que no se va a producir— al menos por repetición de movimientos: cada vez que Ucrania trate de recuperar terreno, Putin bombardeará sus ciudades.

Por desgracia, al contrario de lo que sucede en el ajedrez, las tablas en una guerra como esta —una guerra que, despojada de toda retórica, es de conquista— en absoluto suponen la vuelta a la posición de partida. Es mucho más probable que las blancas se queden con la parte del tablero ucraniano que hayan conseguido ocupar. Zelenski lo sabe y defiende con determinación cada metro cuadrado de su suelo soberano.

La continuación de la guerra hoy en Ucrania, los miles de muertos y los millones de desplazados, no tienen más sentido que dar tiempo a Putin para ajustar su estructura de peones, que es la que definirá las fronteras que, de facto, separarán a Rusia y Ucrania en los próximos años, pese a las sanciones económicas y a la evidente falta de legitimidad. La casilla crítica, la ciudad costera de Mariúpol, situada dentro de los límites de lo que Putin ha reconocido como la República Popular de Donetsk, es donde hoy tiene lugar la batalla que Putin no puede perder. Necesita esa casilla para poder expulsar a la reina negra de ese Donbás que ha prometido liberar. A los ojos del pueblo ruso, el cumplimiento de esa promesa es lo que diferencia la victoria o la derrota. Por eso es allí donde Putin muestra su verdadera cara y da a sus fuerzas carta blanca para cruzar todas las líneas que establece el Derecho Internacional Humanitario. Es allí donde Putin se labra una reputación de criminal de guerra que, fuera de Rusia, le acompañará para siempre.

Si, como parece probable, Putin consigue que Zelenski retire la reina negra a posiciones más seguras, podrá decir a su pueblo, el único interlocutor cuya aclamación espera conseguir, que ha desmilitarizado Ucrania porque la magia de controlar la prensa permite que cada ataque a un hospital, un teatro o un supermercado se convierta en un objetivo militar destruido. Podrá decir y, de hecho, lo está diciendo cada día, que en los combates ha «eliminado» el número de nazis que le parezca oportuno estimar. Podrá decir que ha impedido la integración de Ucrania en la OTAN, que ha asegurado Crimea y que ha liberado el Donbás. Podrá, en definitiva, dar por terminada su «operación especial» y consolidar el territorio conquistado hasta que su autoasignado papel de monarca medieval, obligado por la historia a una reconquista épica y legitimado ante los ojos de su pueblo por sus éxitos bélicos, le exija agredir de nuevo a otro de sus vecinos.

Esperemos que, para entonces, el mundo —ese mundo del que los españoles debemos formar parte, con nuestros recursos pero también con nuestra opinión y nuestra voz— haya aprendido la lección y esté mejor preparado para hacerle frente.

Juan Rodríguez Garat es almirante retirado.

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