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Opinión

España se quema en silencio

«Los medios no paran de contarnos chorradas y sucesos que nada tienen que ver con lo que nos pasa. Es la subvención mediática de la desinformación»

España se quema en silencio

Imágenes de los incendios de los concejos de Valdes y Tineo (Asturias). | Europa Press

La España que nos queda está quemada y no sólo literalmente. Huele a ceniza y se ve de lejos el hollín que deja el humo negro soplando desde norteña. ¿Ganaderos o molinos de viento? Expertos de toda índole y condición argumentan en el foro las causas, señalan con el dedo a culpables, y se modifican legislaciones al amparo de los intereses de algunos indeseables. 18.000 hectáreas abrasadas en Cantabria y Asturias llevamos este año que recién estrena abril al paso de una Semana Santa que no huele a primavera sino a chamusquina.

Por un lado, la falta de políticas forestales hace que se desbroce todo menos el monte, faltan cortafuegos, y la ganadería agoniza al tiempo que se imponen nuevas leyes para que pastar sea un complemento de sus mascotas. En Madrid miran a otro lado, mucho derecho animal y leyes «animalistas» pero los filetes del supermercado los engullen como si cayeran del cielo o de algún laboratorio de gestación subrogada. Es lo que tiene ser ciudadano del asfalto y el semáforo. No se sabe nada en cuanto se cruza la M-30 y por eso nos encontramos en este embudo por el que no caben los que no pertenecen a la polis del cinismo tres punto cero. La quema del suelo, el monte que arde y el cabrón que los prende, busca vengarse del lobo y de la Administración al mismo cerillazo. No se trata de colocar molinos de viento ni tampoco de cambiar el uso del suelo para pasto. Lo que pasa es que cada día se matan más terneros y ovejas porque el lobo campa a sus anchas y llega a Cáceres o a Madrid mientras todo el mundo mira hacia otro lado y la Agenda 2030 condena lo que no sea bonito para el urbanita que quieren que seamos. 

Los parques eólicos, que destrozan el paisaje y al paisanaje de las localidades, tienen su mayor extensión en provincias como Soria, Burgos o Albacete. No hay, por tanto, una vinculación directa entre las llamas del norte y la instalación de esos gigantes de plástico y fibra de vidrio que diseñó Sir Norman Foster para jodernos la vista. Me imagino que también le debe costar a él darse cuenta del terrorismo medioambiental que supone para todo lo que no sean sus bolsillos. Parecido ocurre con los pastos. Se señala con el dedo al ganadero que necesita más prados para dar de comer a sus vacas, cuando en realidad se están vengando de los mordiscos del lobo que engancha a sus animales. Hablan del lupus asesino pero no entienden que el lobo come a uno y mata a siete porque tiene todavía el comportamiento de la época glaciar, cuando necesitaba conservar bajo el hielo las reservas de alimento ante su futura escasez invernal.

Lo que sí es nuevo es que los lobos bajen a zonas que no están acostumbradas a sus aullidos, y tanto pastores como administraciones se toman la justicia por su mano. En el norte siempre los hubo y por eso se contaban algunas bajas como daños colaterales de forma habitual. Desde que se prohibió su caza, en cambio, la proliferación de manadas y de ataques está fuera de control y la Administración no solo dificulta el cobro de indemnizaciones, sino que trata al lobo como si fuera el chihuahua que prolifera en las ciudades en carritos de ruedas. Coge la caca, tira la bolsa que si no multa y embargo, porque así funciona ahora lo que tiene tantas normas y tan poco sentido. 

«A este paso conseguirá dejarnos sin bosques aunque con más géneros sexuales que etarras en las cárceles»

En dos suspiros pasará lo mismo con los buitres, por ejemplo, que ya no pueden comerse la carroña de animales muertos en el monte porque está penalizado y se están especializando en la caza en las afueras de la ciudad. Están acostumbrados a esperar y mirar, son animales pacientes, pero dentro de bien poco compartirán las mismas calles que los habitantes de la periferia, puesto que los precios de las viviendas en el centro están igual de altos que los vuelos de los carroñeros. Así que vamos directos al hoyo mientras los medios y las televisiones no paran de contarnos chorradas y sucesos que poco o nada tienen que ver con lo que realmente nos pasa. Es la subvención mediática de la desinformación. 

La lluvia está ayudando a que se apaguen las llamas de esta guerra que mantienen los ganaderos y agricultores con el Gobierno. Eso, y el esfuerzo de forestales, bomberos y vecinos de los concejos y ayuntamientos que sienten el monte como propio. Es año de elecciones con lo que escucharemos promesas que se quedarán en el aire —salvo que le den la victoria a Sánchez y se repita el sinfín de concesiones que le mantienen en Moncloa: sedición, malversación, pistoleros, corrupción y volando voy en Falcon que no llego a otro concierto con tanto viaje internacional— Mientras, nos asomamos al tiempo en el que los incendios llenarán el telediario y la prensa, y uno se pregunta cuánta España tiene que arder para que se sienten de una vez las distintas administraciones con la gente a la que le pertenece el monte, la que lo vive y lo trabaja. Dejen de legislar desde Madrid los que no saben hacer la o con el canuto mientras se las gastan en Ramses, en putas, en coca, y en pulirse los fondos europeos para seguir disimulando lo arruinados que estamos. 75.000 millones de dinero público extra es la cifra que mantiene el desorden de este Gobierno, que a este paso conseguirá dejarnos sin bosques aunque con más géneros sexuales que etarras en las cárceles

Quizá, en una utopía pasada los pastores desbrozarán de nuevo con su ganado, los cortafuegos delimitarán las llamas, y los ríos y bosques se limpiarán para que dejen de desbordarse y de servir de combustible para que el fuego galope. Pero claro, en esa utopía no caben ni mentirosos ni políticos de fotomatón que se dedican a sonreír mientras los demás españoles lloran.

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