Esa gordófoba llamada Carmen Calvo
«Una broma de apenas unos minutos al final de una tertulia radiofónica se convierte en ofensa para unas cuantas personas que ponen el grito en el cielo»
Era una conversación distendida al final del Hora 25 de la Cadena Ser. El presentador Aimar Bretos le comentaba a los insignes tertulianos allí presentes, Carmen Calvo, Pablo Iglesias y José Manuel García Margallo, un reciente estudio de la Universidad de Yale. «Las personas gordas tienen más dificultades para adelgazar porque al comer, el cerebro reacciona diferente de cuando comen las personas delgadas, genera menos dopamina», explicó Bretos. Calvo, flamante número uno del PSOE por Granada, hizo la pregunta que rompió la calma. «¿Disfrutáis menos?», le inquirió la otrora vicepresidenta al director del programa. Hay maneras elegantes de llamar a alguien gordo y esta no es una de ellas.
Bretos hizo una ostentación teatralizada de su indignación. Calvo rió. Iglesias río, Margallo, con la sorna que le caracteriza, soltó un «estás mucho mejor cuando solo se te oye y no se te ve». Risas y más risas. Lo que viene siendo un momento cachondo, de cuando nadie pensaba en los ofendidos. Que llegaron como el sol que sale cada día. Como las olas del mar. Como el aire que respiramos. Los ofendidos llegaron como el amor llega en primavera. De golpe, apasionadamente. Horas después, Aimar Bretos y Pablo Iglesias pidieron sendas disculpas en Twitter. «Pues la verdad es que nos equivocamos y ofendimos a muchas personas haciendo bromas con esto», esgrimió Iglesias.
En estas estamos. El futuro era esto. Una broma de apenas unos minutos al final de una tertulia radiofónica se convierte en ofensa para unas cuantas personas que ponen el grito en el cielo. Obligados a apagar el fuego, se piden perdones urgentemente so pena de ser juzgados en la plaza tuitera. Ahora, entiendo, cuidarán las bromas en antena y seguirán haciendo las mismas coñas, pero fuera del micrófono. Ofenderte, cerrar los puños, apretar los dientes, no te da la razón. Qué alguien se ofenda por esas bromas no convierte a las bromas en ofensivas. Parece fácil, pero en la práctica hay quienes se empeñan en ver ofensas por doquier. Adictos del victimismo. Yonkis de la atención. Savonarolas de tres al cuarto.
«Si de veras alguien quiere convertir un rato de charla amigable entre coñas en un acto de ‘violencia gordófoba’ está en su derecho, pero los tertulianos no deberían ceder»
En 2016 José Mota, símbolo preclaro del humor negro, hizo un sketch donde un paciente iba a consulta y el médico le diagnosticaba una enfermedad terminal, apenas le restaba un mes y medio de vida. Apesadumbrado, el paciente le pedía al doctor un último favor, que fuera sincero, pero al 60%. «En ese caso le diré que la enfermedad es grave, pero afortunadamente disponemos de una medicación experimental con resultados muy positivos», zanjaba el facultativo. Mínimamente aliviado, le volvía a reclamar al médico que fuese sincero, pero esta vez al 10%. «Está usted como una rosa, evite los dulces y estará dando coces por el campo en dos días». Un espectador se dirigió, ofendido, a RTVE, la cadena donde se emitió el sketch. Había sentido que era denigrante, que ofendía a los pacientes terminales. La cadena pública se vio obligada, eso cree ella, a lamentar que se hubiera sentido ofendido. O lo que es lo mismo, le dio la razón a un espectador que no la tenía. Le otorgó un poder que no le pertenecía.
Ofenderse se ofende todo el mundo y a todas horas. Por comentarios políticas, deportivos, culturales y hasta por cómo dan el tiempo en la televisión y si dicen Girona y no Gerona. Si de veras alguien quiere convertir un rato de charla amigable entre coñas en un acto de «violencia gordófoba» está en su derecho, como quien quiere hacernos creer que el Sol gira alrededor de la Tierra. Pero no deberían contar con el brazo torcido de los tertulianos. Como en aquel sketch de Mota, les dan la razón a espectadores que no la tienen. Les otorgan un papel censor que no les pertenece. El joven Aimar, que es el único que debería sentir la ofensa, porque al final es al que llaman gordo, se ríe con sus «gordófobos» tertulianos.
Manu Carreño entró al final del programa para avanzar información sobre el deporte. «Tú no mires a Carmen Calvo que va a decir que esas entradas que tienes amenazan alopecia», le dijo, pícaro, Iglesias a Carreño. A nadie ha debido importarle esta broma sobre la alopecia y ese terrible acto de «violencia calvófoba». Como hombre con entradas me reí en un primer momento, pero ahora quiero que me pidan disculpas. Que me den el poder. Que atiendan mi dosis de victimismo. En estas estamos. El futuro podría ser esto. Calvos exigiéndole a Calvo una disculpa. Tiene su gracia, no se me ofendan.