Tú serás un viejo facha
«Cuando dicen ‘políticos con rebosante sabiduría’ es que opinan lo mismo que tú. De lo contrario, son ‘casposos’»
Los viejos están siendo utilizados, sí. En esta España de la sobrepolitización los ancianos también juegan un papel interesante. Lo hemos visto estos días con Alfonso Guerra y Felipe González, octogenarios ambos. Se atrevieron estos peligrosos expolíticos, desleales y postrados ante la derecha, a criticar la posición de Pedro Sánchez y del PSOE, perdonen la redundancia, sobre la amnistía. Apenas se les ha atacado en sus argumentos, puesto que piensan lo mismo que pensaba Pedro Sánchez y su cohorte de opinadores sincronizados hasta hace apenas dos meses.
Han venido a decir los críticos que Guerra y González tienen envidia de que el poder lo tengan otros ahora. Que no entienden el país en el que viven. O que «conviene saber cuándo se ha de expresar una opinión», dijo el defenestrado José Luis Ábalos. Se han quedado «antiguas» sus opiniones, manifestó Miquel Iceta. El ministro de Cultura sabe bien de antigüedad en el partido, lleva desde los 18 años afiliado al mismo. Y su opinión nunca se queda antigua, puesto que adopta la opinión variable de su jefe. Variable en función de la semana, del día, de la hora, de los segundos del minutero.
«Son los viejos dinosaurios del PSOE sacando la cabeza», expresan algunos respetuosos analistas, mientras comparten y alaban las tesis defendidas por el joven jurista José Antonio Martín Pallín. 87 lustrosos años tiene Martín Pallín, sí, pero tengan en cuenta que Pallín le ha dado la razón al PSOE en lo de la amnistía. Entonces debemos respetar la senectud del emérito magistrado gallego y atacar con fiereza las opiniones de ese abogado sevillano, caduco y trasnochado, que dirigió España durante unos breves 14 años. «Envejecer es complicado», soltó Nicolás Sartorius, 85 años, hace unas horas. Sartorius sí lleva buena vejez, está a favor de la amnistía. El arte de envejecer bien es estar de acuerdo con Pedro Sánchez.
Así son las cosas en esta era del «te respeto si eres de los míos». Con las personas mayores se suele utilizar ese asqueroso paternalismo, «nuestros mayores», como si fueran bobos, frágiles. Como si al cumplir cierta edad pasasen a ser incapaces de aportar algo bueno al espacio público. Y luego, la ley del embudo española. Cuando dicen «experimentados políticos con rebosante sabiduría» es que opinan lo mismo que tú. Si hablas de «viejos casposos y fachas que ya no entienden la España de 2023», en realidad quieres decir que no estás de acuerdo con ellos. Y viceversa. Así funciona este juego.
En España, un 20% de sus ciudadanos son mayores de 65 años. Irá subiendo, porque a pesar de que ya se ha solucionado el acuciante problema de que la fabla aragonesa esté presente en el Congreso de los Diputados, no tenemos hijos en este país. Igual si Puigdemont pone como condición para la investidura que cada familia extremeña tenga un par de críos, el Estado se pone manos a la obra con una incentivación real y efectiva de la maternidad. Va el propio Pedro de comadrona. Pero hasta entonces, seremos cada día más un país en ruta al invierno demográfico.
Y resulta preocupante que el espacio mediático y político caricaturice a las personas mayores. Pasó no hace mucho con Ramón Tamames. Por más estrambótica que fuera la moción de censura de Vox, el señor candidato mereció críticas más elevadas que las dirigidas a su edad. ¿Acaso no es mejor orador el señor Tamames con 89 primaveras que cualquier diputado advenedizo de treinta y pocos años? Como también ocurrió con Manuela Carmena en su momento. Motejada en numerosas ocasiones como la «abuelita senil» de la política madrileña.
Hace un par de días, las juventudes socialistas –las juventudes de los partidos dan para otra columna– se mofaron en redes de dos señoras mayores que fueron a la manifestación contra la amnistía convocada por el PP. Pidieron disculpas a la manera de Rubiales, o sea, mal, tarde y sin creérselo. Dado que son ancianas, ¿cómo van a ir como personas normales a una manifestación? Seguro que son admiradoras de Franco, quieren prohibir el catalán y desayunan caviar por la mañana. Algo así habrá sido, grosso modo, su pensamiento.
España, como aquella película premiada de los hermanos Coen, no es un país para viejos. O mejor dicho, no es un país para «putos vejestorios», si nos referimos a aquellos mayores de 70 que se atreven a elevar la voz contra lo que creen injusto, haciendo caso omiso de lo que dicte mandar opinar el poder. Y no es un país para «personas ancianas muy respetables», si no estas no se entrometen en la política. Las que se callan para que tú defiendas lo que te han dicho que tienes que defender. El tiempo avanza inexorablemente. Me temo que todos nos acabaremos convirtiendo, de algún modo u otro, para un alguien en su «viejo facha». Suena romántico.