El misterio de las Navidades de Isabel Preysler
«Casarse con hombres ricos y ser madre ha sido el método infalible para mantener un tren de vida que rompe las reglas»
La semana pasada fue el villancico de Leticia Sabater y hoy, la serie Isabel Preysler: Mi Navidad. Mi cita semanal con los lectores lleva camino de convertirse en el resultado de un trabajo de riesgo. Y voy a tener que pedir un aumento de sueldo porque esta columna amenaza con afectar mi salud mental. Pero qué demonios, no podía dejarles a ciegas ante un estreno que arroja luz sobre «la reina de corazones», la mujer que más portadas ha ocupado y más titulares ha generado en la prensa rosa de este país. Va por ustedes este sacrificio.
En un momento dado de esta serie creada para su lucimiento, la propia Isabel Preysler recuerda una cita de Jean Louis Mathieu, afamado relaciones públicas de otra era: «Las mujeres pierden el misterio, y no saben lo importante que es el misterio». Es posible que el veterano profesional del protocolo tuviera razón y hubiera sido preferible que no se perdiera el aura misteriosa que rodeaba al personaje isabelino, cuyo éxito después de tantos años sigue siendo un enigma para muchos. Al fin y al cabo, Isabel no canta, no baila, no escribe, no emprende… Ella solo pone la cara y posa en exclusivas. Casarse con hombres ricos y ser madre ha sido el método infalible para mantener un tren de vida que rompe las reglas del juego estadístico. Para que se hagan una idea, cada español tiene la intención de gastarse 634 euros estas Navidades. Es el promedio. Vamos, que miles de ciudadanos no se gastarán un duro mientras Isabel derrocha miles. Por eso, exponerse de esa manera no deja de ser un riesgo: adiós al misterio.
Cuando uno ve Downton Abbey, uno no olvida que está ante una ficción, pero Isabel Preysler: Mi Navidad es una realidad, por mucho que nos parezca un contenido de otro mundo. Tal vez por ello los creadores han decidido mostrar el «lado humano» de la protagonista, para que así podamos empatizar con alguien cuya mayor preocupación es que los bordes de las copas están un poco dañados y hay que reponer las piezas de la cristalería. Ella es de este mundo, sí, pero está en otro. A Isabel nos la presentan como un mujer amable, generosa, de gran corazón. Y se pasa el tiempo revisando fotos antiguas para despertar la nostalgia y camuflar el derroche a golpe de sentimentalismo. Es rica, sí, pero también llora, la pobre.
«Ella, cuando quiere, se pone profunda. Lo desconcertante es que lo diga todo con la misma cara»
Dispónganse a descubrir la mansión y la vida de la madre de Enrique Iglesias y Tamara Falcó. Y sepan que no hay rastro del Nobel del literatura: el fantasma de Mario Vargas Llosa no habita ese hogar. Nunca ha existido. En cambio, los viajes en el tiempo a golpe de película de Súper 8 acaban por convertir cada entrega en un homenaje a papi, Miguel Boyer, «un padrazo y un celebrón, porque era muy de celebrar». Isabel hace una confesión: «Nadie daba un duro por nuestra relación y duró 26 años».¿Ven la importancia del misterio?
Verla desayunar es un espectáculo: come como un pajarito. Literalmente, con sus semillas de lino. Y añade agua caliente con lima, zumo de pomelo y kiwi. Y en ocasiones, agua de Jamaica. He tenido que googlearlo: té de hibisco, pero en fino. Los carbohidratos quedaron abolidos. Nos presenta a su cocinera, su chófer, su mayordomo, su entrenador personal… Y pasea por ese casoplón de dos plantas flotando con la elegancia de un espíritu: no sabemos si por las cirugías o por el hambre que pasa. También hace confesiones íntimas: «Es un horror envejecer», «He sido una privilegiada», «No he sido muy moderna», «He vivido, no he pasado por la vida sin pena ni gloria.» Ella, cuando quiere, se pone profunda. Lo desconcertante es que lo diga todo con la misma cara. A veces parece que la imagen se ha detenido o que se ha quedado dormida con los ojos abiertos, pero no: son sus facciones las que han quedado paradas en el tiempo. De nuevo, la cirugía o el hambre. Ahí sí que perdura el misterio.
No sabemos cuándo empieza Isabel los preparativos para celebrar su Navidad. Viendo los dos primeros episodios, sospechamos que muy pronto: desconocemos si se debe a necesidades de producción o al cambio climático, pero lo cierto es que hace buen tiempo y nadie lleva ropa de abrigo cuando el servicio saca las cajas con la decoración. «La Navidad es la familia y los buenos deseos, porque a todo el mundo le deseas salud, paz y felicidad», asegura la Preysler antes de pedir un deseo para estas Fiestas: «Que se paren todas las guerras y que podamos todos celebrarla». Luego, si eso, comido el turrón y entregados los regalos, que las guerras vuelvan como siempre.