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Opinión

Sira Rego al cabo de la calle

Acierta, plenamente, este Gobierno con un Ministerio de Infancia y Juventud

Sira Rego al cabo de la calle

La ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego, posa a su llegada al Palacio de La Moncloa. | EFE (Juan Carlos Hidalgo)

Frente a las ministras prohibicionistas (García, Alegría) surge bajo el claro de luna, en el bosque de la sensatez, una voz pequeña y de ministra dialogante: Sira Rego. Le enmienda la plana a Pilar Alegría y, por vez primera, en temática digital referida a la infancia y juventud habla de diálogo, acuerdo, pacto intergeneracional, el programa televisivo Salvados, Gonzo, encuentros digitales seguros, y cincuenta expertos de la cosa (psicólogos, psiquiatras, terapeutas, sabios, teóricos) frente a cincuenta niños cualesquiera.

Qué descanso, qué relajo, qué paz blanca y aire nuevo, viento puro, dejar atrás la jactancia del ordeno y mando y decreto, el rebuzno habitual, el relincho espantoso. La única explicación no es pobre: Rego viene del Parlamento Europeo, Rego viene del «mejor juntos que separados», Rego viene de acordar lo hablado por consenso y no de esa tarima del trono inesperado y los tacones rotos. La hoguera digital es un hervidero de afluentes: la industria tecnológica y la salud mental, la conciliación familiar y profesional, el ámbito público y el privado, niños embotados y ágiles. 

Acierta, plenamente, este Gobierno con un Ministerio de Infancia y Juventud. La baja natalidad, la vivienda, el precariado, los sueldos, la fuga permanente de jóvenes, el exilio, el éxodo, el mercado laboral que ya no hace caso a las titulitis. Es la primera ministra a la que oigo nombrar o poner en valor un trabajo periodístico de primer orden, el de Gonzo en Salvados, con todos los agentes involucrados en la espita tecnológica dentro de las aulas y todos los contextos imaginables. No quiere prohibir nada, y pretende escuchar y tomar acta a los propios niños, algo insólito para este país. Sira Rego: una oreja bien lavada y una voz muda que piensa, apunta y calla.

Estamos en la resaca del informe PISA: nefasta educación pública. Estamos en la bofetada entera de la RAE: fallos intolerables a nivel ortográfico cada vez más tempranos. No saben leer nuestros críos: déficit cognitivo, déficit en dicción regular, déficit comprensivo. No saben escribir nuestros hijos: problemas intolerables de caligrafía en primaria, sin tonicidad en las manos ni saber hacer pinza, sin capacidad memorística, una innovación ridícula frente a una criatura casi analfabeta (reflexiona cierta terapeuta del sector: «Tenemos que volver a enseñar las letras: la ‘pe’ y la ‘a’ hacen ‘pa’; la ‘eme’ y la ‘a’, ‘ma’. Lo siento mucho, pero con 25 niños por aula, 27, en algunos, no se puede hacer de otra manera»).

PISA dice que hay que bajar la ratio: menos alumnos, trato más personalizado. Enseñanza individualizada y menos visual, pico y pala, lápiz y papel, lo que fue toda la vida enterarse de algo. Y más recursos, más pasta, para volver a lo que siempre estuvo ahí a los pies de la cama, como en el minicuento de Monterroso, la lectura y la escritura. «El modelo pedagógico que se lleva aplicando durante décadas en España no funciona porque penaliza el esfuerzo y el conocimiento» (PISA). Recuerdo aquel rector, aquella luminaria, que un día me dijo que la universidad era una empresa, y que sí había que dejar pasar de curso al personal, porque si no quién iba a pagar. Una empresa. Tremendo. PISA ataca hasta Finlandia, asunto gracioso, cuando aquí los nórdicos eran todos catedráticos, y sin olvidar que esos popes del frío han vuelto al papel y al lapicero de dos colores.

Vamos con el mejor poema en la plaza pública de todas las serpientes bailarinas: «Los jóvenes necesitan adquirir una base lo suficientemente sólida de conocimientos para no creer todo lo que les diga la máquina». Maravilloso. Vamos con otro poema del alto profesorado universitario togado y con ribete a las tres: «A los adolescentes cada vez más los tratan como a niños pequeños. Hay una obsesión por no suspender a nadie». A la generación perdida la hundió en el lodo los algodones mullidos, perfumados, familiares y calientes. PISA/RAE vienen a sostener que esto rezuma vagos a granel. El trabajito de los siete folios es un ful porque el muchachote lo copia antes de entrar en el Tinder a ver bañadores y bikinis.

El ‘corta y pega’ es epidemia porque a la máquina siempre le preguntamos lo que hay en la máquina y no fuera de ella. El nivel baja porque no se quiere dejar a nadie atrás. A las universidades llega gente que no entiende lo que lee pero pagan. El personal no sabe redactar un trabajo de fin de grado porque carecen de reflexión y serenidad. El universitario es un incrédulo sometido a depresión y ansiedad porque sabe que ahí no hay un euro que rascar. «La universidad es una fábrica de parados, en el mejor de los casos, y de desocupados, en el peor», dijo Gustavo Bueno. 

Sira Rego, personaje de las novelas de María Dueñas, obrera europea, ajena al bolígrafo rojo, oído bien lavado, oreja grande, manos suaves, ojos oidores y escuchadores, viene para arreglarnos a todos el pajar. Resulta imprescindible hoy el sabroso Ministerio de Juventud e Infancia, mucho más que el de Cultura, mucho más que el de Educación, mucho más que cualquier otro. Nuestros jóvenes son nuestra cantera, triunfo y porvenir. «Lo llaman porvenir porque no viene nunca», cantó Ángel González. Sira Rego –es lo que nos pone tan burros y toreros- mezcla a Gonzo con PISA/RAE. Es lo que antes se pedía a los mejores intelectuales, que se dejaran de torres de marfil y estuvieran al cabo de la calle. La mejor manera de predecir el futuro es creándolo, Sira, amor, claro. 

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