El desequilibrio sociológico de Xavi
«A Xavi le señalan los resultados, sus decisiones y sus indecisiones, su equipo técnico, su soledad y sus opiniones»
En tiempos de vodka de garrafón, de matrioskas más falsas que los duros de José María Tempranillo y de sospechosas alianzas con rancio sabor al extinto imperio soviético, Xavi se enfrenta al desequilibro sociológico con la testarudez de un ariete mellado. En el campo, cuando jugaba, repartía balones con la belleza y la precisión de una pincelada de Dalí; también cercaba al árbitro rodeado de compañeros. No daban un respiro al colegiado; tenían somatizado su propio reglamento, como Luis Enrique el cabreo. Fuera justa o demencial la reivindicación, no había otra consigna que acorralar al juez, protestar y amedrentarlo. Mayor presión no hay sobre alguien a quien sus ayudantes ni pueden socorrer ni proteger ni mantener a salvo del graderío enfervorecido, tampoco de jugadores ventajistas y teatralmente atolondrados.
En la sala de Prensa donde Ancelotti evita bajar al lodo «xavinianolaportista» porque es un profesional, Mourinho era «el puto amo» y Guardiola conciencia social envuelta en arrullo sibilino, el Xavi entrenador no da la talla, no convence y se enfanga. En el banquillo sale casi a tarjeta amarilla por partido –cuatro ha visto en enero, 19 como responsable técnico del Barça–, pierde los nervios porque es muy pasional, dice, pero le encaja mejor otro adjetivo, patoso. En esa silla eléctrica donde varias veces por semana tiene que sentarse frente a la canallesca es víctima de sus paupérrimos argumentos, con los que siempre encuentra una excusa para cada revés deportivo: la altura o la humedad de la hierba; el sol «por falta de costumbre»; la Prensa, ¡ay, la Prensa!, y, sobre todo, los árbitros: «Va a ser muy difícil ganar esta Liga», reflexionó en voz alta culpándoles de su frustración. Del mal juego del equipo, ni una palabra. Le faltan tablas.
El puesto de entrenador es incómodo, delicado, exigente, un reto constante. Cuesta digerir el remate del delantero contrario, «más solo que la una», y no merendarse al central que estaba vendimiando. O morderse la lengua porque el portero hizo exactamente lo que recriminó Di Stéfano a uno de sus cancerberos: «No te pido que atajes las que vayan dentro, pero por lo menos no te metas las que vayan fuera». Asumir los errores del equipo es parte de esta profesión divinamente remunerada; y templar gaitas cuando el directivo de turno, un forofete más, saca la lengua a pasear. Culpar al árbitro de la situación cuando es desesperada, gritando «¡es una vergüenza!» mirando a cámara, y a continuación a la Prensa es de mal perdedor.
Xavi fue un jugador extraordinario, de lo mejor que ha dado este país futbolero, merecedor de aquel Balón de Oro que regalaron a Messi en 2010 sin que en territorio azulgrana levantaran la voz frente a la injusticia; pero como entrenador es un fiasco, aunque haya ganado una Liga –con el Barcelona, no con el Girona–. El equipo no se sostiene, es frágil, da bandazos, se pierde en el pasto y cualquier rival le pone «colorao». A Xavi le señalan los resultados, sus decisiones y sus indecisiones, su equipo técnico, su respondona soledad y sus opiniones. Destacó la democracia de Qatar sobre la española por defender a unos «presos políticos» que no eran sino políticos presos mientras preparaba el desembarco en el banquillo azulgrana, que tan grande le ha venido. No, Xavi, la Prensa no tiene la culpa y si te ha dado «hostias como panes» es porque te has columpiado hasta el infinito y más allá. Necesitabas buenos ayudantes y optaste por palmeros, por el halago fácil, por ignorar la realidad, por no corregir tus debilidades. Con mejores escuderos podías haber arrodillado al célebre entorno; pero como en ese espacio te ha faltado protección has capitulado.
¿Has hecho lo adecuado anunciando tu renuncia con cinco meses de antelación? Posiblemente te has equivocado, hace muchos partidos que los jugadores detectaron tu debilidad, ¿verdad, Gündogan? ¿Y Klopp? Klopp se despide desde la cima y con varios títulos en el horno. Alguno se le echará a perder, a Xavi se le ha quemado hasta el pavo de Acción de Gracias. Le disgustaba que Simeone ganara los partidos por 1-0 y él levantó una Liga copiándole el método, se ciscó en el manido ADN blaugrana. Xavi en el banquillo y en sala de prensa es una contradicción en sí mismo. La incongruencia, una evidente inmadurez y la «presión insoportable de este club único que es el Barça» –dice él– demuestran que el reto le llegó temprano. Está verde, puede que sea víctima del madridismo sociológico, pero seguro que sociológicamente está desequilibrado y milagro será que termine la temporada si tropieza en la «Champions». Laporta asegura que no le destituirá. ¡Peligro!