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Opinión

Los 300 millones de Taylor Swift

Singapur pactó con la cantante una cláusula para que no tocara en el sudeste asiático, lo que irritó a los países limítrofes

La cantante Taylor Swift.

Hace unos días se desató cierta tensión diplomática en el sudeste asiático, y el motivo nada tenía que ver con la imposición de aranceles o el desarrollo de maniobras militares. Esta vez el detonante fue la música, y más concretamente una serie de conciertos que la cantante Taylor Swift ofreció en Singapur.

El gobierno de Singapur contrató a la cantante para la celebración de seis conciertos en su territorio entre el 2 y el 9 de marzo. El importe no trascendió, pero el caché de la artista oscila alrededor de los tres millones de euros por concierto, por lo que podría haberse embolsado, junto con su equipo, alrededor de 18 millones de euros. Las 300.000 entradas puestas a la venta se acabaron a los pocos días. Hasta aquí parece un procedimiento habitual en el sector de la música en vivo. Ahora bien, ¿cómo se convierte en una crisis diplomática?

El acuerdo entre la cantante y Singapur incluía una cláusula para que la artista no realizara ningún concierto en el sudeste asiático, hecho que molestó a Tailandia, Malasia e Indonesia, países limítrofes. En la música en vivo es habitual firmar lo que se conoce como «cláusula de radio» por la que el grupo o artista contratado se compromete a no celebrar ningún otro concierto en un radio de determinados kilómetros a la redonda. Lo habitual suelen ser 100, 200 o 300 kilómetros, pero no toda una región que abarque a diversos países. Evidentemente, esta cláusula de exclusividad suele ir acompañada de un incremento de caché por parte del artista. Esta cláusula le valió a Singapur la enemistad de diversos Gobiernos, que lo acusaron de elitista e insolidario.

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La principal pregunta ahora es: ¿le compensó al Gobierno de Singapur la celebración de estos conciertos? A tenor de los números, parece que sí. El impacto económico directo e indirecto fue de alrededor de 300 millones de euros, una cifra razonable si la comparamos con la que ofrecen en nuestro país determinados eventos como las Fallas de Valencia, con un impacto económico de cercano a los 800 millones de euros; el MWC en Barcelona, con algo más de 500 millones de euros; o la actividad de 500 millones de euros generada alrededor de las luces de Navidad de Vigo. Otra dimensión alcanzan los macro eventos deportivos como el Mundial de futbol, que en su pasada edición generó más de 7.500 millones de euros. Además, existe un valor intangible, difícilmente cuantificable, del hecho que el nombre del país haya sonado en todo el mundo gracias (o por culpa) de esta polémica.

¿Por qué determinados artistas generan tanto revuelo? Por dos motivos, el primero hace referencia al boom de las «experiencias» tras la pandemia, cuando el hecho de probar la falta de contacto con otras personas hizo que se buscara la cercanía de gente con tus mismos intereses. Y el segundo, tiene que ver con la falta de liderazgo y credibilidad de muchos gobernantes. La sociedad busca referentes y, cuando no los encuentra en los gobernantes, en la familia o en la religión, acude a otros sectores. Aquí es cuando nacen figuras como Trump, Milei o el propio Zelenski, presidente de Ucrania, que habían conectado con la ciudadanía a través de la televisión. 

El fenómeno no viene de ahora. Evita Perón, Ronald Reagan, Berlusconi o Arnold Schwarzenegger también labraron su futuro político en la pantalla o en los escenarios. Taylor Swift no se presentará a las elecciones estadounidenses (de momento) pero sin duda, en unas elecciones de noviembre donde uno de los principales comentarios entre los votantes es que «no les gusta ni Biden ni Trump» el peso de la opinión de outsiders de la política como Swift jugará un papel clave en la decisión final de muchos electores.

En resumen, existe una intersección entre la cultura, la política y la economía, y los hitos y eventos en la industria del entretenimiento, que pueden tener amplias ramificaciones en el ámbito diplomático y social.