El negocio del fraude habitual
«La inspección levanta acta, pide la laborización de los autónomos, lo que obliga a la empresa a pagar cotizaciones y sanciones»
La Seguridad Social es una señora enlutada, muy de negro, varicosa pero delgada, casi espectro, gasta mapa y no cara, siempre con una vela en el cuarto de los ratones buscando trocitos de queso curado. Es la mujer con alcuza de Dámaso Alonso: «¿Adónde va esa mujer,/ arrastrándose por la acera,/ ahora que ya es casi de noche,/ con la alcuza en la mano?». Dámaso le daba al porrón de tintorro, no a la alcuza, y cuando lo encerraban en las tabernas del Madrid Viejo, tan letrado, sótanos oscuros y almacenes con gatos, solía advertir: «Llamad a la Academia, que vienen a por mí, llamad ahora». Con tal de cobrar, sí, llamaban.
La Seguridad Social, decíamos, estrena velas nuevas, que pone sobre una alcuza para hacer de detective. Iñigo Botas, el cineasta maldito que pagó la primera película de Wyoming, y subrayó ya entonces su rapacería, solía decirme: «Haz de detective, vístete de amarillo, y que no te vea nadie». La Seguridad Social, muy amarilla en sus fiebres, digo, va ahora por los falsos autónomos de las inmobiliarias. Aseguran el cierre de muchas empresas. Muchos afectados, con ingresos de cien mil euros anuales, no quieren laborizarse (¡hay que joderse!). Andan con campañas informativas Fadei, Pimec y los colegios de Api para afrontar las inspecciones. La Seguridad Social ilumina los túneles del sector inmobiliario, tan opaco, y equipara, según mis fuentes, a los falsos autónomos con los riders, relaciones mercantiles con la empresa pese a tener completa dependencia organizativa con la firma. Un descojone, vamos.
Sale en escena una señora, Montserrat Junyet, presidenta de la Federación de Asociaciones de Empresarios Inmobiliarios, y explica que las investigaciones, las preguntas y los interrogantes comenzaron en Valencia, pero que se generalizaron a toda España en pocos meses. Las sanciones millonarias abocan al cierre masivo. La policía de alcuza es clara, y para mi santa, y esto son casi unas misiones pedagógicas de las que hacía Giner de los Ríos y luego Gamoneda con los poetas abandonados: la inspección levanta acta, a continuación pide la laborización de todos los autónomos, lo que obliga a la empresa a pagar las cotizaciones sociales de los últimos cuatro años, además de las sanciones. Las cifras, al ser inasumibles, provocan el cierre inmediato de las persianas metálicas. Un sonido similar al de la sonrisa de la vieja con la alcuza iluminándose el coño, a ver si topa restos buenos de queso fresco.
El Ministerio de Trabajo y Economía Social niega toda manía. Antes, en el columnismo, había mucha manía, el mismo tema durante todos los días, y había que llamar a la firma, siempre, para que desconectase. Umbral no soportaba que Dragó le levantase las ninfas, y cuando llamaba Fernando, el maestro negaba la mayor, lo que tenía gracia: «Que no, Fernando, que no, no hay ninguna manía. Lo dejo ya». El Ministerio, con o sin manía, dice algo muy jugoso: «Utilizamos tecnología de inteligencia artificial para identificar a qué sectores pertenecen las empresas en que se detectan fraudes, y así se identifican los controles en otras compañías similares». No cuela. Hay manía con las inmobiliarias, y todo eso que ellas venden, tanto lujo y tanta filfa, está bien ponerlo al descubierto, a la luz de la alcuza, para que veamos todos el ful.
El Ministerio también aconseja: «Hay que ponerse al día y pagar las cotizaciones de los últimos cuatro años para que los trabajadores recuperen por ejemplo el derecho al desempleo». Históricamente, los agentes inmobiliarios fueron asalariados, pero en los últimos años las grandes firmas pasaron a contratos mercantiles, y todas las grandes firmas que venden pisazos de escándalo lo tienen claro: «Es el modelo anglosajón». El Ministerio, con algún trozo de queso entre los dientes, tan sabroso, contesta al quite y pase torero: «En algunos casos son efectivamente relaciones mercantiles, pero en otros tienen todas las características de una relación laboral». Son riders de corbata, son riders sin bici, son riders de sonrisa parda y luminosa, porque mientras se enseña un piso a una mujer, también se folla mucho en los descansos.
El Ministerio, a bocados, adopta el tono cursi de los taberneros que encerraban a Dámaso Alonso en las catacumbas por muy borrachón: «Viene en las actas de inspección, oiga, los agentes a veces tienen escritorio en la propia oficina, horario, reparto del trabajo en equipo, turnos de vacaciones y teléfonos y ordenador de la empresa». Lo mejor es vender los pisos en bicicleta. Lo mejor es sacar el piso del cuadrado o mochilón del rider y enseñarlo en el descansillo de la escalera. Lo mejor es decir que sí.
La presidenta de Fadei lo tiene claro: «Las inspecciones son arbitrarias». Hay agentes que no son solo agentes, tienen libertad organizativa, hacen más cosas y todas muy ricas: «Son personas que a menudo tienen ingresos muy elevados y muchos de ellos no quieren en absoluto entrar en una relación laboral». Vender un pisazo sigue dejando un pico importante para otras hoscas impronunciables o vida secreta. Los franquiciados temen a las inspecciones de la Seguridad Social como los taberneros a Dámaso Alonso y la RAE. Algunos laborizan ya a los currelas a la hora en que se apagan las mejores velas. Otros cambian su estructura, para darle más hilo al cometa. La inspección rechaza toda relación que no sea laboral. Qué rico sabe el queso ajeno. Qué barato.