THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Otegi gallea sin trabas

«Otegi suspira por el añejo pacharán de todas las esencias doradas: la izquierda radical abertzale»

Otegi gallea sin trabas

Arnaldo Otegi y Pello Otxandiano

Bildu mueve la brocha, Bildu pasa y pasea la brocha, el blanqueamiento da resultado, le da igual empatar con el PNV, viejo conocido, que someter al PSE, a quien ya tiene agarrado por el escroto para que cante lo suyo. Otegi levanta el dedo, abrocha el chubasquero con capucha y camisa blanca, luce rape de soldado, el que siempre tuvo. Escribe el maestro Miguel Sánchez-Ostiz: «Si no tienes buenos dientes, no discutas con los lobos». La carnicería, sin disimulo, es ya banquete atroz.

Viva la nación vasca, viva el futuro de Euskadi, viva el calor de la camada, viva el arrimo de la tribu, viva el ordeño de fondos nacionales con el que encender los puros y pagar los caldos. Ismael Pradales (PNV) teme a Otegi (Bildu) y no puede evitarlo. Frotar los metales nocturnos bajo la almohada con el pañito de las gafas es algo que se oye tras la puerta, como limpiar la plata. Urkullu, con eso de que lleva treinta años, saca algo más de pecho y luce sus medallas oxidadas. Al PNV, en las tabernas golfas, ya lo llaman blandito. Otegi sabe calentar al rebaño con sus silbos y miradas frías.

Ortuzar (PNV) es prudente, cuenta la horquilla de indecisos, y a su manera ataca a Otegi sin levantarse mucho del pupitre: «¡Son los mismos que antes! ¡Los mismos que antes!». Nadie menta la bicha, pero la bicha salta de la ciénaga y canta como una rana de mucho pasado: «¿Se puede cambiar tanto en tan poco tiempo? ¿Lo de ahora es sincero? ¿Es de verdad?». No se atreve a honrar al jesuita Arzalluz, con aquello del árbol y las nueces, y lo que tenían que mover el árbol algunos para que cayesen las nueces, mientras Aznar lloraba por el bigotín de Charlot y ZP peinaba las cejas.

Ortuzar, en la fiesta vasca, la Aberri Aguna de la Plaza Nueva en Bilbao, dijo que había que separar entre ser «un barrio de la periferia» o «una nación europea próspera». Está bien el cuento. La boina, calada hasta el ombligo, pega poco con los cacharritos digitales. En ese cuento todo el mundo elegiría Europa, aunque todo es chalaneo, patraña, falacia, filfa. Pradales publicita los mil millones prometidos para el 2026 en la planta Mercedes Benz de Vitoria. Todos miran de reojo a Otegi, que va por aire y no por tierra, que busca esa línea secreta entre independencia y gobierno, al modo catalán, pero sin perder a los obreros amorrados al tinto de la casa: «Este es un país que tiene un proyecto nacional de soberanía al servicio de las mayorías sociales». Todos lo saben, nadie lo confiesa: Otegi mueve más jóvenes que el PNV, viejuno y fósil, sin parias, mucha gente ya con los garbanzos y la luz pagada, estabilizado y burgués.

Otegi suspira por el añejo pacharán de todas las esencias doradas, ese ámbar subterráneo: la izquierda radical «abertzale», donde está el tomate y el mogollón. Juega y no al soberanismo (días antes afirmó que no tiraría por ahí) mientras en cada mitin congrega a quince mil tíos con el cuerpo caliente muy alegre, al revés que la artrosis y artritis del PNV geriátrico. Pocos estudian esa línea de Otegi con sus nuevos amigos del BNG y ERC, Diana Riba y Rubén Cela, todos ellos planificando al parchís una nueva república; todos ellos con una saca de ingenios y cachivaches sobre el hombro que quieren vender en Europa. Ortuzar sabe lo peor del cuento: Otegi es quien recoge los logros económicos del PNV tras treinta años de diálogos con unos y otros, sin perder micrófono ni firma, entre nueces negras y árboles asesinados.

Urkullu sube el tono que Ortuzar quiere dejar próximo al susurro de las oportunidades perdidas, tan lacónico siempre y metaliterario. Urkullu sí viste, por tramos, guantes de boxeo: «Contra aquellos que buscan solo desestabilizar y alientan una conflictividad permanente, quienes confunden y niegan el progreso de Euskadi y provocan el malestar colectivo con exigencias imposibles». Urkullu blasona de sus doce años en Ajuria Enea, y habla más de autogobierno que de nación, lo cual es buen golpe de muñeca mientras sigue el rito trilero de los tres cubiletes y la bolita. Urukullu habla más de pan, trabajo, posibilidades, progreso, frente a populismo e insatisfacción. Otegi quiere discoteca, sin homilías. El pimpampum siempre funcionó.

Lo escribió Iván Redondo, ese gurú monclovita ahora con la bola de cristal y el tarot: «Pello Otxandiano (EH bildu) se parece más al primer Iñigo Errejón que a Arnaldo Otegi. Sin núcleo irradiador, eso sí, aunque con las mismas gafas. Ambos son el futuro, pero parecen las puntas de lanza de otros». El pimpampum tiene que se ser emocional porque no hay otro nacionalismo. Emociones, no razones. Mucho Camela. Bar de carretera. Gasolineras. Tralla.

Todos temen a Otegi. El cansancio de PNV y PSE, quienes gobiernan desde hace cuarenta años, como denuncia Alba García (Sumar) puede provocar despertar antes de la siesta. Dice García: «La gente está harta del barro y quiere soluciones, que bajemos los alquileres». Susurraba el viejo Sánchez Ferlosio, con barba de pescadero y benjamín de Codorniú, en zapatillas y al alba del madrileño Café Comercial: «Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere». El barro es oro en las ruedas. La riqueza es excremento, que huele y propaga su mensaje. Otegi dirige la orquesta, sin miedo a ninguno, y con un teléfono rojo con el que imita a Puigdemont. El calor de la camada debe ser lo que siempre fue: desprecio completo de la ley ajena. El ruido mismo del mercado es vivir al acecho, entre la queja y la amenaza. El corral entero es suyo.

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