Rufián desfila por la pasarela iluminada
Gabriel Rufián, con la excusa de un hijo que llegaba, dejó un hueco que le quedaba muy grande a Pere Aragonès
Qué bien le sienta a nuestro héroe la paternidad recién vivida por segunda vez. Gabriel Rufián estrena calzas verdes por los pasillos de los pasos perdidos, americanas a cuadros, se ha subido los bajos del pantalón un par de cuartas y quitado todo el pelo de la dehesa sobre el escudo, es ya un Cayetano perfecto, un Borjamari de cuento. La barba recortada, con atisbos de perilla, es de mosquetero y no de sombra patilluda en Sierra Morena. Rufián vuelve feliz a los flashes diurnos.
ERC estuvo muda hasta la fecha y ahora que Puigdemont amenaza con dejar la política va a por la escalera para recoger las cerezas y los melones más altos. Gabriel Rufián, con la excusa de un hijo que llegaba, dejó un hueco que le quedaba muy grande a Pere Aragonès, similar a meter un hámster en un estadio de fútbol. Rufián se fue y los republicanos hablaban pero nadie les escuchaba; por eso, en ese instante, Junts cacareaba y agitaba tanto la carraca. El truco es viejo y viene en algún libro de Miguel Sánchez-Ostiz: «Hazte el loco y agita la carraca». La peor palabra política es la robada por las siglas vecinas.
Los republicanos tienen mucho que decir, aunque en su tierra no les voten, porque esto de un híbrido entre Borjamari y Cayetano no pega mucho con la boina y el chaleco. Aragonès tiene ganas de zamparse el hueco de Rufián y ya estuvo, desde el primer instante, sentado a la mesa del botín con el babero puesto. A veces silbaba –me cuentan- para espantar el canguelo o parecer más alto. Rufián y Tardá, que siempre iba con un libro sobaquero como Alfonso Guerra, saben mucha letra y buena. Al ser altos, podían leer de pie.
Todos encienden los petardos (especialmente, Lucía Méndez) y es que Rufián leía mucho a Antonio Lucas, para robar alguna joya, algún iceberg que llevarse a la boca y deslumbrar en las noches primaverales. Hay un empeño social –un tapón- en que los republicanos no cuenten en las próximas elecciones catalanas pero el regreso de Gabriel Rufián, como Ulises con el pantalón por la rodilla, es otro motivo para el acojone. Todos los saben: nadie supera a Rufián como interlocutor con Pedro Sánchez, también socio, además de ventrílocuo de todo lo que pasa en Cataluña en el lenguaje madrileño de chulos y chotis. Los hijos de Pujol se tiraron al monte –dijo la Méndez- y quedó Rufián con una sonrisa primero torturada, luego larga y lenta, y finalmente de copazos y copuces del barrio de Salamanca sin lamerones cerca. Fue el primero que le dijo a Puigdemont: «Arréglate la avería y vuelve a tocar la guitarra eléctrica en público». Hasta el Rey quiso escuchar a Rufián.
¿Y quiénes son los chicos de ERC? Los independentistas naturales, piensan muchos, sin los delitos ni circos de Puigdemont y Aragonès. Saben lo principal que hay que saber: los delincuentes no pueden poner multas. Visten de calle, muy sport, y los libros modernos de Tardá bajo el brazo, muchos de Mondadori, eran todos extranjeros y olían a ginebra y café (Coetzee, McCarthy, Lobo Antunes, etc.). Aragonès sueña todas las noches con zamparse a la mitad que le falta, que es la de Rufián, pero ERC no cree en Blancanieves ni en el Alibabá de Waterloo. El PSOE subió a Rufián como interlocutor, teórico, amigo, confidente y tío calmado del buen rollete. Los republicanos son moderados –asunto curioso- y Aragonès teme que queden los segundos, tras Illa, para desgracia de sí mismos. Aragonès odia mucho, por eso no crece y encoge. Cada vez más.
La llegada esta semana de Gabriel Rufián al Congreso tuvo mucho de aparición: es el enterrador, vestido de Gucci, del procés, tan paleto y aldeano. Las cosas no pueden hacerse con urnas de zapatos en la calle sino con apretones de manos con mucho reloj Rólex y eclipses lujosos por la luz en la muñeca. Aragonès se sube por las paredes, o cuando no tiene paredes a lomos de Junqueras, que necesita fardo en la columna para dormir a gusto mientras discursea sus cosas a la velocidad del caracol y la tortuga. Rufián viene a comerse el plato de todos los de su tierra, apenas con una libreta de goma y un lápiz barato sobre la oreja, mucho perfume para salir pronto del hemiciclo (días cortos, noches largas). Rufián quiere ser más izquierdista que independentista, y eso solo se consigue por la noche, sin gente mayor cerca. Rufián llamó James Bond a Puigdemont, el de la guitarra sin melena de músico y con miopías: «No nos representan. Son señoritos que se pasean por Europa reuniéndose con la gente equivocada, porque así se creen James Bond durante un rato».
Temen a Gabriel Rufián. Por abajo Aragonès, por arriba el Puigdemont, y a lo ancho Junqueras. La noticia siempre fue –ahí están las hemerotecas- cuando ERC respondía a Junts y no cuando Junts pinchaba en hueso a ERC. Todo eso lo hace una chaqueta molona, unos pantalones pequeños y un libro nuevo para calzar los mocasines sin calcetines y con borlas. Gabriel Rufián, con un biberón en una mano y un puñal en el otro, tiene el mejor mapa a seguir. El reto es que Puigdemont caiga encima de alguien, como Aragonés, para dejar el suficiente hueco donde un oso llamado Junqueras crea sentirse a gusto, antes de la segunda voladura electoral. Gabriel Rufián conoce bien a los amos viejos con veinte años más en el careto y las bolsas y andorgas obesas. Tampoco dejará que le cuelguen el monigote por atrás cuando baje del desfile. Vive sin aglomeraciones.