Fe, esperanza, calidad y Joselu
«La racha del goleador ni es efímera ni domina la fórmula de la regularidad, va y viene, oscila»
Minuto 88, el Bayern cree que tiene en el bolsillo las tarjetas de embarque del vuelo a Londres. En un horizonte muy cercano, Wembley. Intenta aislarse del rugido del Bernabéu, de ese aficionado que puebla sus gradas como si asistiera a la ópera o a una película de cine de barrio, que ha dejado de comer pipas y grita y anima, encendido por la pasión y la entrega de sus futbolistas. En su área, Neuer se imagina alzando la “séptima” hacia el cielo siempre nublado que escolta al Támesis. Domina su mirada la candidez que el fútbol desaconseja, sobre todo cuando la ferocidad asoma en los ojos de los rivales, fieras que huelen la sangre. Ensimismado, sonríe como cuando Sergio Ramos le lanzó un penalti por encima del larguero; visualiza la escena de la clasificación inminente, es Tom Ewell embelesado por Marilyn Monroe: “Tengo una botella de champán en la nevera, con unas patatas fritas y mi ropa interior. Subo a por ella. Y a por las patatas”. El trallazo de Vinícius le despierta de la ensoñación. Con los dos remates a bocajarro de ese número 14 que surge del ruido infernal y el anonimato, la ropa interior de Marilyn ya no es una opción, ni el viaje a Inglaterra.
Entre envidias e ideas peregrinas, milagros y taumaturgia, el Real Madrid ha vuelto a plantarse en una final de la Liga de Campeones –la decimoctava– sin que la lógica explique semejante hazaña. Tampoco le hubiese resultado fácil plasmarlo a Billy Wilder. El autor material del enésimo prodigio merengue fue testigo directo hace dos años de la conquista de la decimocuarta, en París, contra el Liverpool. Mezclado entre los aficionados que hacían cola para entrar en Saint Dennis, destacaba por su estatura, embutido en una camiseta de Dani Carvajal, su cuñado. Después de meterle dos goles al Bayern en tres minutos, entre el 88 y el 91, ha dejado de ser el “cuñao”. Todo el mundo le conoce por su nombre, Joselu, a un millón y medio de euros de renovar con el equipo de su vida.
Joselu es un buen delantero, no un exquisito del área, tampoco uno de esos matadores que como Kempes convertían en gol casi todo lo que tocaban. Pero está dotado del olfato del ariete, sabe dónde debe situarse para consumar la suerte suprema, aunque a veces yerra lo incomprensible. Le ocurre a Morata, delantero centro de la Selección; le sucedió a Torres y a Santillana. No son infalibles, ni siquiera Cristiano cuando se apoderaba del balón para tirar una falta. La racha del goleador ni es efímera ni domina la fórmula de la regularidad, va y viene, oscila. También Benzema fallaba ocasiones, pues claro. Y Mbappé, atollado contra el Borussia de Dortmund, no ha demostrado ni la calidad ni el rango que le adjudica la escarapela de número uno. Con el pastizal que ha levantado, no ha sido piedra filosofal del PSG, no lo ha encumbrado hasta donde Al-Khelaifi, tratado de ambición y soberbia, imaginaba. Menudo chasco.
La confluencia astral, la alineación de los planetas y todas las hipótesis imaginables coinciden en que Kylian Mbappé tiene el camino expedito para establecerse en el Bernabéu. El viernes anunció su marcha, “el final de una aventura de siete años”, pero no el destino. Sorprendería más que terminara en otro club que no fuera el Madrid que la fotografía de Ábalos, Koldo, Aldama y compañía en una playa de la República Dominicana frente al televisor disfrutando entre cocoteros de “La tentación vive arriba”. Por encima de las tentaciones del “clan”, emerge la silueta de Carlo Ancelotti, el entrenador que ofrece una solución para cada problema, obligado a facilitar una pista de aterrizaje a la perla francesa, no a Miss Delcy, sin que se produzca una colisión entre las muchas figuras que obedecen sus señales. Por la banda izquierda, donde anida Mbappé, Vinicius es tan desequilibrante que no se concibe mejor territorio para él. Ancelotti ha convertido a Bellingham en un todoterreno al estilo de Di Stéfano y encajar al nuevo artista en el dibujo no le va a resultar sencillo. A ver qué hace, además, con Rodrygo, Brahim, Endrick y Joselu, el último héroe de la familia blanca. Bendito dolor de cabeza, diría Simeone, cuyo equipo agota la segunda temporada con el ángel extraviado. Fuente de inspiración es “Carletto”, y ejemplo de superación, el Madrid, admirado por su resistencia y sus gestas. Fe, esperanza y calidad le definen. Virtudes que deberían bastar para rescatarlo de esa venenosa costumbre de criminalizar a los árbitros. Errar es humano y aunque Szymon Marciniak pitó la final del Mundial de Qatar no es un robot ni es divino. En el Bernabéu añadió sin justificación aparente un cuarto de hora al partido, hasta el umbral del infarto, y se precipitó al señalar un fuera de juego que para colmo acabó en gol prematuro en el minuto 14 de la inconcebible prolongación. Para mantener inmaculada esa grandeza que exhibe el Madrid, le convendría alejar a los jueces de la diana, que parece un político, así se acercaría más a premios tan prestigiosos como el Princesa de Asturias de los Deportes.