El Padre Illa los mató a besos
La derecha enmudecida solo mueve las cejas hacia arriba como si bailase la rumba entera del desconcierto
Lo ha conseguido. No fueron unas elecciones corrientes. El drama catalán copa la política nacional desde tiempo inmemorial. Los de la mano dura, artículo 155, lluvia de hostias, detenciones, policías y militares, hoy silban con los puños apretados en los bolsos. El Padre Illa redujo a los malos con achuchones mullidos, perdones explícitos, besos en la cara, abrazos de oso, palmadas en la espalda y mucho amor a granel, sin tasa. Pedro Sánchez tenía razón: el clima de la reconciliación traería nuevas luces. El triunfo es ya histórico, letal, sobrenatural y hermoso: el pueblo catalán ajeno a golpistas, pacífico y en concordia.
La derecha enmudecida solo mueve las cejas hacia arriba, en sintonía con los hombros, como si bailase la rumba entera del desconcierto. La derecha española, y catalana, no puede decir nada porque fueron los que más subieron: quintuplicó sus escaños el PP de Feijóo, subió tres Junts, se mantuvo con 11 Vox y todos están en la corriente nacional. El independentismo feroz solo perdió sillas y sillones mullidos: CUP cinco menos, Comuns dos menos, ERC trece menos y solo sube Aliança, en régimen residual o testimonial (2). Los abrazos del Padre Illa son más eficaces que las pasadas balas de Rajoy. En las manos abiertas del Padre Illa caben todos. Suben los besos hasta las gafas de pasta que tiene de Gimferrer, los abrazos entusiastas crujen la sotana invisible sobre los vaqueros simpáticos, sonríen los dientes de plástico a lo Carlos Boyero, es abierta y ancha su risa donde todo buen feligrés encuentra amparo. Nuestro Padre Illa, contra el infierno y la droga ideológica, nos salvó. Nuestro Padre Illa lucha por nosotros. Desde Montilla (presidente de la Generalidad 2006-2010) no florecían los olivos.
«Aragonés dio una lección de decencia, una pura lección de vida, marchándose con dignidad»
El pueblo catalán está harto del procés. Volvemos a repetirlo porque es la temperatura exacta de la calle, y los que quieren segunda vuelta, volver a repetir las cartas, encontrarán el tartazo. El emperador de Waterloo pedirá el imposible al Papa: el sacrificio sobre el ara del Padre Illa. Es un imposible. O el Padre Illa o todo el apoyo en Madrid por los aires. Es un sueño. No le queda más que satisfacer su ego napoleónico, presentándose a la investidura, para después recoger los trastos e ir a tocar la guitarra lejos, muy lejos, por si llegan las esposas veloces y los barrotes altos y gordos, donde Junqueras se quedó bizco de tanto mirarlos muy cerca. Pere Aragonès dio ayer una lección de decencia, una pura lección de vida, marchándose con dignidad, tras el fiasco en el corazón hinchado y roto por la emoción. Puigdemont debe seguir su camino entre los cipreses, orillando la fosa del cementerio, donde hay más hueco político, y él lo sabe. Una segunda ronda los destrozaría. El independentismo solo tiene una boca válida y abierta, la de Junts, que puede peligrar si juegan a hacer pompas con el chicle. Los actores del procés deben irse para dejar espacio a otro tiempo político que no cuenta con ellos. Puigdemont solo puede rezar en voz baja.
Una salida al desaguisado es lo que ya suponemos: la coronación del Padre Illa, con la abstención de ERC, una vez apartado Aragonés de los juegos florales. Mucho poder hay todavía por repartir en Cataluña, y no es lo mismo una oposición con veinte que con ninguno. Las segundas vueltas forman parte activa de las figuras retóricas del lenguaje: los de arriba, más arriba; los de abajo, más abajo. El pueblo siempre se ratifica por vía radical. Los que querían media taza, dos; los que solo querían un sorbo, el barril entero. El Padre Illa cantará la misa ganada, entre aplausos y pocos silbos, porque la Reconquista fue completa, a lomos de su burro pequeño y pobre, con una hojita de laurel sobre la oreja, entre susurros y libretitas blancas, apenas sin subir el tono, ajeno a gritos y posiciones marciales. Debe gobernar siempre el más votado, esto es la democracia pura, aquí y en el hemiciclo grande de Madrid, aunque nunca sea así. Todos ellos, si quisieran, podrían hacer un pacto para que así fuera, pero no les da la gana. La política hace extraños compañeros de cama, es bien sabido, y entre las sábanas hay otras urnas abiertas como vasijas, chorreando miel, y votos duros, erectos como mástiles y puñales, que se lo pasan pipa.
ERC lo sabe: ahora son veinte, mañana no sabemos, si volvemos a colocar las papelas y sopla el céfiro. La tarta que ahora toca cortar (la primera la de los medios, las televisiones nativas, todo ese euramen y pesetamen) es una refinanciación que puede permitir y ordenar la correspondiente refundación. Aragonés se precipitó al hablar de oposición. La primera llamada del Padre Illa, me cuentan, fue a Junqueras y destilaba casticismo: «¿Qué hay de lo tuyo?». Un histórico dirigente ugetista, amigo mío, que recogió de manos de Pujol la bolsa para pagar la sede que les quitaban, histórico del PSUC, me lo decía la noche santa por mensaje de voz afónica debido a la ginebra Bombay: «La primera fábrica de independentistas fue el PSUC, a fines de los 90, y allí contábamos más nacionalistas que en Convergencia». Primero fueron nacionalistas, sí, luego independentistas, finalmente exiliados, y ahora humo y nada, gracias al Padre Illa y su evangelio. ERC firmará el acuerdo con bostezo, cuando toque levantar el dedo, mientras Illa pedirá la paz con la voz rota y el bolo duro. Sospechamos que se entenderá con todos. No es un tipo de broncas. Enhorabuena, Salvador Illa. El ganador eres tú. La paz sea contigo, Padre.