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Viento nuevo

Chiqui arruga el morro: pasaremos hambre

«A María Jesús Montero se lo dicen técnicos con la voz suave en la oreja abierta: subirá la cesta de la compra»

Chiqui arruga el morro: pasaremos hambre

María Jesús Montero, ministra de Hacienda, celebra la aprobación de la Ley de Amnistía para Cataluña en el Congreso de los Diputados en Madrid | Alberto Gardin, Europa Press

María Jesús Montero cierra y aprieta los ojos. María Jesús Montero cierra y aprieta los puños. La vida es lo que sucede mientras tú piensas otra cosa. El presente, frío y al natural como el mejor fiambre, rompe cualquier hechizo. A María Jesús Montero, Chiqui, se lo dicen técnicos con la voz suave del ruiseñor en la oreja abierta como una lechuga: subirán los alimentos, subirá la cesta de la compra, subirá el pan y la leche, subirá el pescado y los yogures fetén. Lo cuentan ya todos los periódicos gubernamentales, con su prosa mazorral y desinflada, huérfanos de esplendor. 

Chiqui Montero quiere otra tierra bajo los pies pero no es posible. El día 30 de junio sucederá el punto final sobre el IVA alimenticio, y la caída del IPC provocará su inmediata e inminente subida, mientras el empalme de palabras titila en los sueños, porque el entusiasmo no subirá ni con poleas. El pueblo obrero vuelve a ser el blanco de todos los dardos, con su cara de bobo en la diana del destino, sin poder escapar a las tenazas que podan la mesa con mantelito a cuadros. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Vendrá la muerte, a zancadas, con guantes de jardinero hasta el codo. Subirán el pan, la leche, los quesos y la fruta.

Mínimo, por producto y por barba, un cinco por ciento. Los aceites y las pastas, diez por ciento. Chiqui Montero, vicepresidenta del Gobierno, ministra de Hacienda, arruga el morro. Sus palabras no gustan a sus técnicos pero cantan, bravas y desbravadas, por las radios de los patios de monipodio, donde suben con calor estacional: «Si la perspectiva que hay por delante no termina de abaratar el precio de la compra, tomaremos las medidas correspondientes para que sea una cesta de la compra accesible para todos los ciudadanos». 

Tomaremos tomates, sí, Chiqui, pero pocos, y no medidas, y agua del grifo para que no hagan bola. Carlos Oroza sobrevivió durante años con un tomate y media cebolla diarios, mientras devoraba sus bocadillos de aire en el Gijón, y pegaba sus sables discretos, sin desperdiciar noches ardientes con marquesas, en hoteles caros que pagaban ellas, y cuando sucedían en la calle manifas muy violentas de Comisiones Obreras, él saltaba como una liebre del lecho y cerraba las cortinas al grito estético de: «Nada, cielo, no te preocupes. ¡Son cosas de pobres que pasan ahí abajo!». Este sable al pueblo llano, estos sudores hondos donde más duele, restan votos, sí, porque el monedero piensa por sí mismo, lo dijo Milei entre sonrisas cínicas el otro día: no hay por qué ayudar a los hambrientos, ellos ya saben lo que tienen que hacer, claro. Los precios mareantes piden cabezas por el suelo como melones y sandías. Decía Leopoldo María Panero: «Aznar juega al baloncesto con cabezas humanas».

La inflación parece una señora embarazada que nunca llega al parto, repleta de antojos, y cuyas demoras rebanan vidas, futuros, tiempos para otros. El Ejecutivo, año 2022, hizo sus papelitos, escribió sus misivas, y redujo la carga fiscal sobre alimentos básicos para las rentas más bajas, que pudieron respirar sin aparato. La medida en números quita el hipo: 1.300 millones costó a las arcas públicas. Tras la beca, o la quita, volvemos a lo anterior, cuando el ejercicio cierra con un incremento medio del 8.4% de los precios: el mayor pico en treinta años. La tasa subyacente llega al 5,2%. ¿Y qué es, buen amigo, la tasa subyacente? Aquella que no incluye alimentos básicos ni energía, los llamados elementos volátiles. Los placeres y los días, que diría Umbral. El repunte de los alimentos (no de los precios) llega al doble dígito: 15.7 %. Comeremos aire y nada. 

La medida fue quitar el IVA hasta que bajara la inflación, y eso es justo lo que subirá el 30 de junio. El índice de precios al consumidor (IPC) vigila de cerca a la inflación, pero no sirve de nada, ella no le hace caso y no le importa que la sigan. Decía un dandy completo del arroyo, seductor de medio pelo, ojeador de rubias y morenas por la calle: «Adoro la persecución y rechazo la conquista». Ellos se siguen y persiguen: IVA e IPC, pero cada uno va por su lado, y cualquier intento de presión  de uno sobre otro es ful, tal y como en Dublín siempre huele a humo de turba y a lluvia, aunque rociemos de la mañana a la noche con Chanel. Montero arruga el morro, cierra los ojos, aprieta los puños y no sabe cómo salir de aquí. 

Los alimentos van su bola, decíamos, pero hay algunos productos muy guasones, que se saltan todas las barreras y es imposible frenarlos: el aceite de oliva, nuestro oro verde, sí, experimentó un incremento interanual del 54.6 % en el último mes del año. Acabaremos, como soñó Chiquito de la Calzada, friendo los huevos con saliva. En la última rebaja del IVA, al contrario de lo hecho las veces anteriores, el Gobierno no mantuvo cláusulas de escape y ello, como en las mejores dietas, puede tener efecto rebote. Los precios se irán moderando –dicen algunos banqueros- pero el pico que viene hará sangrar a unos pocos. Bruselas, además, no quiere ayudas a los alimentos, fuera estímulos fiscales, fuera ayudas generalizadas. Las reglas presupuestarias europeas (ya sin pandemia que valga) vuelven a estar en vigor. El ajuste español será de 6.000 millones. Es todo la hostia, sí, Chiqui. La cesta de la compra tendrá forma de guillotina y el hambre, como la muerte, volverá a ser un hábito colectivo, que diría Nicanor Parra. Suben las bebidas no alcohólicas (4.7 %) por lo que empezaremos a desayunar tintorro y cerveza de la rubia hasta la hora de la siesta del asceta sin probar bocado.  

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