Yo te amo por encima del muro
«Se llaman a sí mismos extremistas, o es la etiqueta que les ponen en las universidades globalistas, pero son neonazis»
El palacio de la Moncloa es ya una estafeta de correos, donde las cartas a los abusones del recreo huelen un poco a lápiz y otro a tabaco, donde España no es una democracia sino el mayor emoticono, y donde las demandas judiciales del tipo que sean se solucionan con dibujos averiados y mucha plastilina. Al otro lado de la sala de pizarras blancas y tizas negras, más allá de los jardines regados con lagrimones como melones, sucede el muro, pero el muro avanza, el muro no se detiene y, con el muro delante y la pared detrás, nadie podrá respirar sano ni a sus horas potables.
Las derechas europeas son carnívoras, los partidos ultras conquistan y se ocultan tras otros muchos grupos parlamentarios, sin división ni línea clara, hambrientos de poder y jóvenes musculosos, frente a políticos infantiles cada vez más acojonados. La familia ultra, decíamos, consta de dos grupos más algún satélite, caso del señor Orbán, húngaro complejo de sí mismo y sujeto a régimen de vientos, que tal y como nos explica la náutica, propician el naufragio y evitan la correcta navegación placentera con el viento en las velas tiesas.
El romance de Von der Leyen con Meloni, según todas las orejas con forma de lechuga, está roto: Ursula la quería, al no ser prorrusa ni antieuropea, pero los suyos le dijeron que ni de coña. Meloni pertenece al primer grupo: Conservadores y Reformistas Europeos, que a su vez engloba a los Hermanos Italianos (Meloni), Demócratas suecos (Jimmie Åkesson), Vox (Abascal), Partido de los Finlandeses (Riikka Purra), Partido Cívico Democrático de la República Checa (P. Fiala), Partido Ley y Justicia de Polonia (Jarosław Kaczyński), Nueva Alianza Flamenca de Bélgica (Bart De Wever) y Reconquista francesa (Éric Zemmour). Todos, o casi, ultras peligrosos.
La segunda familia son más guapos, hablan más bajo, dejan a un lado el tono mitinero y faltón, escuchan con los ojos, pisan alfombra roja, igual tienen más pasta, son sibilinos y saben comer con cuchillo y tenedor sobre los mejores manteles de hilo fino: Agrupación Nacional de Francia (Le Pen), Partido de la Libertad de Austria (Herbert Kickl), Partido por la Libertad de los Países Bajos (Geert Wilders), Liga por Salvini en Italia (Salvini) e Interés Flamenco en Bélgica (Tom Van Grieken). Ni carne ni pescado, ni cerveza ni vino, ni aire ni piedra, son un par de notas y no inscritos, minoritarios y sedentarios, ni feos ni guapos, a veces cerebro y otras corazón, a veces cuerdos y otras majaretas, a veces solares y otras lunares, a veces diurnos y otros nocturnos: la Fidesz-Unión Cívica Húngara (Orbán) y Alternativa para Alemania (Alice Weidel). Los viñedos de Falcon Crest europeos son de dos familias, con un par de famosos indocumentados en el centro, que manejarán todo el cotarro el próximo domingo.
No hay definiciones de libro en el grueso anterior, sino tan solo apuntes al natural: con caballete, calle y silla de tijera. Según los pinceles del momento, porque esto cambia con amenaza de lluvia, el primer grupo sería ultraconservador y euroescéptico, ve en el euro la moneda a la deriva con la que solo pueden jugar al monopoly quienes se cansan de escribir cartas a los vecinos y juegan con las tizas hasta las tantas, borrachos de su propia inventiva.
No aceptan el club, pese a todas las vaselinas y pegamentos, y ven mucha barra libre, mucho privilegio para los que vienen de fuera y ninguno para el nativo, que cada vez es más pintamonas también por sombra e influjo de sus propios mandatarios, quienes no pueden estar un minuto tranquilos ni cabales dentro y fuera del aula. Aguantarán en el club, pero si pueden lo romperán: demasiada poesía y poca realidad entre quienes no escuchan a los que están con el agua al cuello, el eterno sur en eterno fracaso y un norte que cada vez es menos norte, arruinado y ful. Respecto al segundo grupo, no hay dudas, es el extremismo derechista, que sí se comporta mejor, es más educado pero mucho más peligroso, mucho más radicales en los papeles y amordazados en lo público, con peores sueños y planes pensados.
Muchos de todos ellos son neonazis. Se llaman a sí mismos extremistas, o es la etiqueta que les ponen en las universidades globalistas, pero son neonazis: su geografía empezaría en Alemania y puede hacerse una llamada ruta del Este. Cualquier ciudadano extranjero sufre las llamadas no go areas, que son algo así como no poder gestionar una vida común. Hay injerencias, puede haber azumbre de hostias frescas en la noche cerrada o con las claritas del alba, se vive alerta, se viven como animales acorralados, se vive con más de tres ojos abiertos, un ultraderechismo que perfuma a Austria y Países Bajos sin aire fresco.
El peor extremismo, la bomba radical, el cuchillo con sed de sangre, el carnívoro cuchillo, el hambre de muerte lleva las siglas que todos ellos comparten o toleran: AfD. Su encanto electoral ha conquistado posiciones extremas y alimentado la crispación para conseguir votos al por mayor. La AfD, militantes y simpatizantes, sufre sobornos desde Moscú y engaña a la Von der Leyen sin sacar la bolita de la primera cáscara de nuez entre las otras dos. Aquí, mientras tanto, seguimos perdiendo el tiempo con cartitas y oposiciones moderadas, democráticas, que nada tienen que ver con esa caterva que viene al galope al otro lado del muro. Gloria Fuertes lo escribió en sus Glorierías a su amante albañil: «Yo te amo por encima del muro». Por debajo —es la realidad— igual te mato.