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Opinión

Iniesta en aguas del río Sánchez

«Andrés, cuando el arroz se ha pasado y el trato que recibes te humilla, rompe y rasga»

Iniesta en aguas del río Sánchez

El futbolista Andrés Iniesta. | Agencias

«El fútbol es la única religión que no tiene ateos» (Eduardo Galeano), tan cierto como que esta pasión son partidos y momentos inolvidables. Final del Mundial de Sudáfrica, 11 de julio de 2010, gol de Iniesta en el minuto 116. En el Soccer City de Johannesburgo, España derrota a Países Bajos en la prórroga (1-0) y se proclama por primera vez en su historia campeona del Mundo. Épica y lírica reflejadas en las crónicas, como la estrella bordada en la camiseta. Y de la misma secuencia, dos lecturas: tragedia naranja y algarabía española. Alcanzado el éxtasis y universalizada la memoria de Jarque, la coz de Nigel de Jong a Xabi Alonso (minuto 29) en el pecho, «roja de manual», duerme en el baúl de las anécdotas. La victoria puede con todo, el cerebro gambetea lo racional, se deja llevar por la euforia y desemboca en la dimensión romántica donde el amor, presidencial o plebeyo, cae en el vicio epistolar. «¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… Eres tú». Entradilla de Bécquer para aventuras grandes y pequeñas, para declaraciones balompédicas o políticas; algunas que, inevitablemente, se tuercen al manosear el lirismo, al materializarlo en la cuenta corriente o al fundirlo en una burda campaña electoral. 

A falta de argumentos convincentes, el género epistolar se abre paso entre la muchedumbre, separada por las aguas del río Sánchez entre colegas de ocasión y enemigos. No hay término medio, o conmigo o contra mí. La carta sirve también de desahogo a la frustración y al desengaño, como en el caso de Andrés Iniesta, subyugado por el petrodólar, como uno de tantos y cada día son más. Conservamos su imagen de héroe, símbolo de la España campeona que ahora no engancha, la del futbolista exclusivo y esencial que marcó un gol más importante que el de Marcelino a la URSS. «Iniesta de mi vida», gritó José Antonio Camacho con el corazón en la boca… Catorce años después, al «míster» le hubiese gustado repetir la escena en Albacete (lunes, 3 de junio), abrazando al protagonista, como lo hubiese hecho Vicente del Bosque, junto a Camacho, y contribuir al homenaje que rindieron al mito periodistas deportivos y paisanos. Han pasado 14 años, Iniesta ya no juega en el Barça ni en el Vissel Kobe; consumió un lustro en Japón y en 2023 aterrizó en Dubái, en una liga menor. Por 27,5 millones de euros la temporada, se enroló en el Emirates, paradigma de la riqueza, la opulencia y esa forma de ser que selecciona entre señores y lacayos. El contrato de su vida en los metros finales de una carrera plagada de éxitos. Podría pasar por «caballero aventurero», «que es una cosa que en un abrir y cerrar de ojos se ve apaleado y emperador: hoy es la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos que darle a su escudero», según Sancho Panza.

Iniesta no vive en esos extremos, sólo agota la etapa profesional y aún cree que podría prolongarla un año más, de ahí su incomparecencia donde se le esperaba, donde dijo que estaría; ausente por una mala gestión o por no dejar de repartir réditos con los agentes (comerciales). En Albacete le han levantado una estatua, junto al Carlos Belmonte, una escultura de Javier Molina que reproduce fielmente, e inmortaliza, el instante en que con su chut los españoles tocamos el cielo. Besaba la red el balón y el resto se acomodaba en la gloria.

En esa carta al admirado Iniesta le recomendaría que estuviera atento a las compañías, porque cuando él destierre el calzón, la zamarra y los borceguíes a la oscuridad de la taquilla algunos dejarán de chupar del bote. No hay necesidad de satisfacer al banco, suponemos, ni de rebajarse para pedir al Abdullah Al-Batran de turno, inmediatamente después del descenso matemático del equipo, que te dé un permiso de 48 horas para recibir el tributo de tus paisanos. Apenas jugaste unos minutos en el partido crucial y en el último, el miércoles 5, el entrenador ni te alineó. Para más recochineo, el Emirates volvió a perder. Andrés, piénsalo, supuestamente al presidente del club no le preparasteis para la noticia. No estaba prevenido y no permitió que la estrella del equipo se fuera de «fiesta» en mitad del velatorio. Tu contrato contempla la posibilidad de continuar una temporada más. La pregunta es: ¿vas a jugar en Segunda, en una liga de barrio, con 41 años? Preserva tu legado, tu condición todavía inmaculada de ídolo. Mira tu amigo Santi Cazorla, que cumplirá los cuarenta en diciembre, jugó tres temporadas en Qatar y ha vuelto al Real Oviedo para ayudarlo con el ascenso. «No te arrastres, aunque sientas el impulso de volar» (Helen Keller), ni siquiera por unos millones si no los necesitas. Cuídate, pues, de los asesores interesados y de los jeques esclavistas. 

Andrés, cuando el arroz se ha pasado y el trato que recibes te humilla, rompe y rasga. El jeque te fichó para ganar títulos y el equipo ha bajado. Asúmelo, no sólo tienes que ser Iniesta, debes parecerlo. Como aquello de la honradez y la mujer del presidente, ¿o era la del César? En España viene a ser lo mismo.

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