THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Toni Comín hace el amor y el ridículo 

«Dice que llega ya otra revolución industrial y él va a estar ahí, dándolo todo, con caso y mono y lo que haga falta»

Toni Comín hace el amor y el ridículo 

El presidente del Consell de la República, Carles Puigdemont, y el vicepresidente del Consell de la República y eurodiputado de Junts, Toni Comín. | Glòria Sánchez, Europa Press

Es bueno quedarse con la raspa en la boca, y el último mordisco de vino blanco, tras un pescado fresco y todavía vivo del mar Cantábrico. El resacón de las europeas es Toni Comín, con su blanqueador de dientes y cipote, pidiendo la investidura para Puigdemont por parte del PSOE, y estrenando su corona de los chinos, cabeza de lista ful de Junts, vindicándose amigo de los agricultores y las pymes. Todo de risa, mucha risa floja y cansada, mucha risa barata. Toni Comín: barba de segunda mano, sonrisa de otro y ojos garzos, entre la americana de Zara y la bobada. 

Aquí el amigo, fiel a Waterloo, vendedor de humo, pide para sí mismo la internalización de la causa catalana, con una embajada en la bragueta, y mucho ministerio ful de la causa climática, con espacio para humos de doce centímetros, y dogmas ya muy masticados, tan sobados como la prosa de Alberto Olmos, de una ingenuidad de recién llegado a vieja casa de putas reventonas: «La Constitución no es incompatible con el referéndum». Yo me parto el culo, amigos, lo siento, tremendo, de tan palmarios y simplones.

Dice Toni Comín, sin salir del baratillo, que nos lo jugamos todos en la batalla entre China y Estados Unidos, y él va a estar allí. Dice Toni Comín que llega ya otra revolución industrial y él va a estar ahí, dándolo todo, con caso y mono y lo que haga falta. Dice Toni Comín que llega ya una nueva unión fiscal, y hay o habrá barra libre de eurobonos, y él va a estar ahí en la agencia europea contra el fraude, y él va a conseguir que en Europa quien contamine pague, y él va a seguir en la descarbonización de la economía europea, y él le va a quitar a Cataluña el peso geopolítico de los Estados Unidos, y todos los presupuestos militares van a pasar por Toni Comín, la nueva luminaria.

Para mear y no echar gota, que diría el clásico. Dice Toni Comín que España se salta el Estado de derecho, y él va a estar ahí con la vara de las cabras y las ovejas, como Miguel Hernández, para cuidar el rebaño. Toni Comín, héroe de la Ilíada, que va a tirar de la oreja y el escroto al Gobierno, para que todo dios hable catalán antes y después de hacer el amor. Defensor del exilio, y de Junts en segunda vuelta, con un mantra que ahora solo puede llevar al eructo y al pedo: «Quien puso la papeleta de Puigdemont, la tiene que blindar el 9-J». Toni Comín asegura que él, barba postiza y juventud sin mujeres, va a sacar a la calle a los 700.000 independentistas que se quedaron en casa pajeándose. Comín hará que Puigdemont sea el Presi, el del exilio y el champán frío, el de los huevos a salvo y los barrotes lejos, el de la traición a todos y la cuenta de ahorros sin un solo roto. 

Toni Comín quiere homenajear, sin público, porque no le escucha ni su abuela, a los mártires exiliados de 1939, colgado de un brazo de Luis Puig, otro indocumentado, y del otro, sí, de Puigdemont, como víctimas enteras de los herederos del franquismo. Estamos en una verbena a las afueras, un rollo muy analfabeto, quién traga esta bola, quién bebe este caldo, quién paga esta ronda. Dice Comín: «Si somos detenidos, el problema es más para España que para nosotros». Los delincuentes acojonan a los jueces, la fiesta son brindis fuera de la ley, a todos se nos cae el bigote con los titulares de Toni Comín: «El Estado pide perdón con la amnistía. Puigdemont ha preparado la jugada y los diputados han marcado el gol». Toni Comín: vocero en la plaza, bandera de nada, cuando le borre Puigdemont por ineficaz no nos quedará ni la risa con postizos.

Viene el tipo, el notas, para contarnos al personal que no pasa nada, salga lo que salga en las urnas, la salida es la investidura a hombros y por la puerta grande de Puigdemont. Primero decidir, luego pensar. Toni Comín: una autodeterminación de risa, de los teleñecos, de guiñol y gayola, los rebuznos invitan a seguir con los ojos apretados por la risa y la meada que nos sale por el agujerito: «El referéndum no depende de si unos partidos están a favor o en contra, depende del derecho internacional». Toni Comín, que no ha leído a Moliere, pero el francés, de verdad, puede abrirle el cemento en las orejas como lechugas: «A las personas no les importa ser malas; pero nunca quieren hacer el ridículo». Este ridículo a Comín y a comino, seguro, llegará al millón o tres millones de gente en casa, con tal de no ver a este tío más.

«El tema es quién liderará la revolución industrial del siglo XXI y seremos nosotros», dice Comín, exiliado y con miedo frío por si le enchiroran, en el amor mismo y ful por el Puigdemont que le desprecia y el sexo a sí mismo sólo con la mano derecha (adelante y atrás). Me dice un camarero que sirvió a Ussía y Del Pozo: «Las personas no son ridículas por lo que son, sino por lo que quieren aparentar ser». Toni Comín tiene reservado entre los fantoches del Café Varela, esos columnistas que van de modernos y tachan contra sus medios anteriores, donde dice Rosa Belmonte que no va ni borracha. Toni Comín, sí, estoy seguro, hubiera triunfado si hubiese hecho el amor al mismo tiempo que el ridículo, todo con Puigdemont de compañero. Pero queda el ridículo antes. Este inmenso y blanco y enorme vacío todo de ridículo. ¿Dónde vas con tus pajas y tus pasos cortos? ¿Dónde? Es feliz Comín, bravo, yo también estoy por la felicidad. Un estado ajeno a la cúspide del aplauso y el tobogán del desprecio: algo raro y blando entre paréntesis duros. Dijo Manuel Vicent: «Es muy difícil ser feliz sin hacer el ridículo».         

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