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Viento Nuevo

Yolanda, el portazo y el palomo cojo

Todo muy divertido: Sumar era Yolanda, y ya no hay Yolanda ni Sumar

Yolanda, el portazo y el palomo cojo

Yolanda Diaz. | Ilustración de Alejandra Svriz

Doña Rogelia Trapiños (como explicó Federico, que la llamaban en su tierra, el nombre debido a la nariz y el apellido por su pasión por la moda) dijo basta. Me voy. Te dejo. Adiós a todo eso. Otro fiasco no puede maquillarse (ni con la nariz ni con la moda) y toca bajarse del tren en marcha. Sumar, en disolución, es lo que siempre fue: un conglomerado de partidos donde solo repartían listas y números: aquí yo, aquí tú, aquí mi amigo, aquí mi enemigo. El puchero de garbanzos acabó en indigestión y el vómito, desde la dimisión, todavía sigue con arcadas por el aire y vientos por el bul. No se va –quede claro- sino que la echan.

La magia vuelve a ser el truco al aire frío de la mañana y la verdad absorta. Iban a multiplicar a Podemos, cuando realmente solo quisieron comérselo con patatas a las finas hierbas y tintorro negro. Iban a organizar todo el mapa a la izquierda del PSOE, y desorganizaron la casa hasta tirar los muebles por la ventana y venderla de puro saldo. Iban a mandar a todos a la mierda, especialmente a los fachas y los ultras, y los únicos que se fueron a la mierda y por el sumidero son ellos mismos. Yolanda Díaz tira de la cadena, pero debería pedir perdón, disculparse, por tanta arrogancia en vano, sin el menor respaldo electoral ni ciudadano. El gargajo que escupió hacia arriba, grande como una tortilla francesa, le cayó en la tocha y casi no ve.

El portazo no puede dar más risa al respetable. Se va, pero sigue. Deja el partido, pero sigue de Vicepresidenta, con mucha mayúscula y pocos gritos. El Gobierno ya es un palomo cojo: de un lado no funciona, le falta un ala, le falta una pata, la flamante Vicepresidenta no tiene partido, tras mil y una asambleas y congresos, tras un mitin tras otro, tras una cucharada sopera de garbanzos negros tras otra, volvemos a la nada, al apeadero sonámbulo del tren de la bruja, en el andén con sus zapatitos de tacón y su bolsito de domingo, sí. No ganó ni en su pueblo, Galicia, para mofa de todos, y el quejido de ahora suena a esquela: «Siento que no he hecho las cosas bien. La ciudadanía lo ha percibido». A la mierda, sí. Ahí. 

Ernest Urtasun masajea la pomada con sus dedos largos, recoge las lágrimas en el perol de las calabazas, y Lara Hernández, responsable de Organización, reparte abrazos y besos a granel. No se va Díaz, sino que los votos la echan, las urnas la echan, no hay nadie al otro lado de sus soflamas y venas hinchadas, nadie. Moncloa dice que es una cuestión interna de un partido, Sumar, y que ellos no tienen nada que decir, podrían añadir algo interesante, el partido no existe, son como esos cien mil u ochenta mil afiliados fantasmas de CCOO con los que Díaz iba a levantar otro diálogo social y fiestón de luces locas con muchos sueldos para todos y todas las ventajas fiscales del mundo. La gente (los problemas de la gente que ella repetía sin descanso) era solo un monólogo frente al espejo. Podemos, Sumar y todos los trocitos pequeñitos entre ellos son ya migajas. El número que mejor repartieron fue el cero patatero. Los románticos llaman a esto la etapa Postsumar donde los liderazgos verticales se acaban para dejar paso a los horizontales. Todo muy divertido: Sumar era Yolanda, y ya no hay Yolanda ni Sumar. Lo mejor es llamarse Restar y empezar a dividir.

Culpan, entre sonrojos y caras largas, al arraigo territorial y a la falta de diálogo entre los socios pequeños, del general descalabro. El caso es que cuando ella gritaba a la mierda, todos aplaudían con las orejas. El caso es que cuando ella quiso zamparse a Podemos nadie dijo lo contrario. El caso es que ahora Irene Montero, con sus dos eurodiputados conseguidos por las esquinas del aire y del olvido, dice ahora que nada tiene que hablar con Yolanda Díaz ni con las refundaciones de la izquierda caniche. La izquierda pura –me decía un viejo teórico- lleva en su seno mismo la aniquilación por culpa de las asambleas horizontales: todas acaban en broncas, luchas de egos, asesinatos por la espalda y duelos feroces a florete. Los egos, en horizontal, engordan, y en vertical adelgazan, al haber uno solo en la tribuna y todos los demás actuar como buenos troles. Lo vimos con Pablo Iglesias, y lo vemos ahora con Díaz, los partidos personalistas caen y desaparecen. Ella iba contra los partidos centenarios, y con el sistema del karaoke, la vieja técnica del burro y la zanahoria, acabó en nada. 

El gran problema de la masa airada a la izquierda del PSOE, es que ninguno de ellos quiso pactar con el PSOE, asunto indispensable para que su cabeza visible fuera Vicepresidenta. Intentar matar a Podemos, para comerse sus votos, fue muy burdo, muy elemental, muy pobre. La división política, que ya es interpersonal, divide todavía más. Fue el propio PSOE quien orló a Díaz, dándole carta de naturaleza, cuando nunca hubo tanta gente detrás como contaban, pero es que no podían presentar a una Vicepresidenta ful. Ahora, en el fondo, se alegran de su marcha: los humos se le han bajado y será dócil como socia callada. No es que no tuvieran arraigo territorial, como repiten ahora todos los loros, sino que tampoco tuvo lo principal: base social propia. Su portazo descabeza al partido, es ya el entierro tras el funeral, construir otro líder no tendrá sentido y nadie quiere resucitar al muerto bien enterrado. Pontifican ahora las luminarias: «Tendríamos que haber herido a Podemos, pero no matarlo». Un chiste. Otra broma macabra. Esta señora lo único que tendría que haber hecho fue hablar más bajo, no insultar a nadie, y empezar a presumir con los votos en la mano, ganados con su propio talento.

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