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Opinión

Alvise, que empiece la fiesta

«Este tipo de discurso populista y antisistema, ya sea a la derecha como a la izquierda, no es, naturalmente, nada nuevo: de hecho es tan viejo como la propia política, desde la república de los antiguos griegos…»

Alvise, que empiece la fiesta

Ilustración de Alvise | Alejandra Svriz

A diferencia de Ruiz-Mateos, cuya única razón, hace casi cuatro décadas, de presentarse a las europeas giraba en torno a su inmunidad, tras la salvaje expropiación de su empresa Rumasa por parte del enragé gobierno socialista de Felipe González, y a su consiguiente brega con la justicia, la actual irrupción del influencer follonero Alvise Pérez con 800.000 votos y tres eurodiputados (nada se sabe de sus dos comparsas) responde a un movimiento social de fondo que se alimenta del hartazgo y el rechazo al sistema y al wokismo por parte sobre todo de varones jóvenes. Es por ello que si hoy sus seguidores ardillas piden acabar con Sánchez, mañana pedirán muy probablemente la cabeza de Feijóo, o incluso la de Abascal, ese blandito

¡Hasta la del rey pide Alvise!, por haber firmado el decreto de la ley de amnistía, cuya aplicación tantos problemas acarreará en la vida política del país de los próximos meses, por cuanto son los jueces, en su conciencia, y sólo ellos, quienes habrán de implementarla… o no.  El conflicto entre los poderes del Estado está pues servido.

Ahora bien, si el tal Alvise ha logrado tantísimos votos, sin patrocinadores ni un partido detrás, en un abrir y cerrar de ojos, haciendo campaña en solitario sólo en las redes, y sin participar en ningún debate en los medios, no se debe tanto al nutrido grupo de seguidores que acumula en sus redes sociales (adictos a cuanto haga o proponga) como a que ha sabido responder al sentir de una parte del electorado, normalmente abstencionista, que cuestiona la política en sí misma, y para la que “todos los políticos son iguales”; entiéndase, que en lugar de abrazar la vocación de servicio público y favorecer el bien común, han hecho carrera en un partido como una vía fácil para ganarse la vida y poder “chupar del bote”

Este tipo de discurso populista y antisistema, ya sea a la derecha como a la izquierda, no es, naturalmente, nada nuevo: de hecho es tan viejo como la propia política, desde la república de los antiguos griegos

Sin embargo, lo realmente novedoso del fenómeno Alvise es que su éxito y eventual progresión discurrirán, muy probablemente, sólo por las redes sociales, en las que se maneja como pez en el agua. Salir de ese ecosistema lo expondría a las prácticas que él mismo denuncia.  Por vez primera la política nace y muere en la ciberesfera.

No es que este tipo de movimiento no pueda devenir en partido, a riesgo de acabar como Podemos, las mareas o confluencias, o bien el languideciente Sumar, es que el programa de Alvise no es de gobierno sino meramente de desgobierno. Si algún día alcanzase apoyos de verdad más importantes, su única función podría llegar a ser la de hacer caer gobiernos y coaliciones, pero  nunca la de ejercer el poder.

Para Vox (pero también para Feijóo) el movimiento de Alvise podría llegar a ser un problema si lograse drenar a parte de sus respectivos electorados: Alvise no es, desde luego, Ciudadanos, pues con él no sería factible forjar alianzas, por no decir coaliciones de gobierno a nivel municipal, autonómico o estatal. Los votos que van a Alvise serán por definición siempre hostiles a todo y a todos, votos perdidos a los que costará mucho atraer a las formaciones de la derecha constitucional.

Pero a la izquierda Alvise le está sirviendo, a su vez, para desacreditar a los dos partidos de la derecha resucitando —ahora que ha desaparecido tristemente Ciudadanos— un nuevo “trifachito”, con la idea de que cuanto más fragmentado sea el voto en ese lado del tablero, tanto más fácil será para el socialismo, y lo que vaya quedando a su izquierda, armar mayorías “de progreso” (naturalmente con los “hipers”:  HIPERnacionalistas HIPERventilados PERiféricos).

El sentimiento antisistema acabará recorriendo todo el espectro político y Alvise puede acabar recabando votos en las bolsas ultrazquierdistas

Pero se equivocan: el sentimiento antisistema acabará recorriendo inevitablemente todo el espectro político, y un personaje como Alvise, por muy españolista o españolazo que parezca a primera vista, puede acabar recabando votos en las bolsas también de activistas anarquistas o ultrazquierdistas, deseosos sobre todo de crear el caos social. Con Alvise comparten ya de momento su antimonarquismo.

Una vez más se pone de manifiesto que solo volviendo a la centralidad y a los pactos de Estado con el Partido Popular, el Partido Socialista podrá evitar seguir en la actual deriva sanchista, que socavan los cimientos del régimen del 78, dejando un país polarizado, donde la gobernabilidad depende de los nacionalistas periféricos o del miedo cerval al nacionalismo retrógrado y fascistoide del PP y de Vox. 

Y todo ello en un contexto europeo en el que la derecha más radical y nacionalista está escalando posiciones y ocupando puestos de poder en muchos socios. Los pactos entre el centro izquierda y el centro derecha han forjado la Europa actual. Acabar con ellos sería acabar con los 70 mejores años de prosperidad en Europa. 

Alvise es algo más que un epifenómeno, no verlo sería no entender la desafección por la política de una gran parte de la juventud. Una juventud perdida.

Coda 0) Desapareció Ciudadanos. El experimento político sin duda más original e inteligente de la democracia, que pudo y debió llegar al poder central. Sólo unas torpezas incomprensibles por parte de algunos de sus dirigentes y, sobre todo, el no haber querido ni sabido escuchar a aquellos que formaron su inicial alma mater explican el fracaso actual. Por ello, sólo estos últimos podrían resucitarlo. Especialmente su último eximio telonero.

Coda 1) Fiscales contra fiscales. El actual pulso entre el fiscal general del estado (al borde de la imputación en el caso del novio de Ayuso)  y el cuarteto de fiscales del Supremo, en torno a la aplicación de la ley de Amnistía, no presagia nada bueno: la institución perderá autonomía e independencia. Pedir apartarse y que sean otros los fiscales los que deban ejecutar las instrucciones de García Ortiz salvará la honrilla de esos cuatro, pero ahondará en el descrédito del ministerio público. Las democracias a veces sólo pueden defenderse en los tribunales. Última trinchera. La amnistía pondrá a prueba al régimen del 78 y al poder judicial, si es que era esto de lo que se trataba.

Coda 2) Investidura ilegal. La constitución de la mesa del Parlament se ha realizado sobre la base de una ilegalidad; los dos votos delegados de Puig y Puigdemont no debieron nunca computarse, pues así lo exigía una sentencia del muy catalán TSJC, a un recurso presentado en su día  por los socialistas. Pero como los tiempos han (vaya si han) cambiado, sólo el PP y Vox protestaron durante el Pleno y han tomado medidas legales en contra de la decisión de la mesa. Los socialistas catalanes callan, dejando que otros hagan el trabajo sucio: total, tampoco saben si lo mejor para ellos pueda ser la repetición electoral. Lástima que el recurso del PP ante el TC no haya ido por la vía de unas medidas cautelares, pues por rápido que dictamine el tribunal, la mesa seguirá tomando decisiones en su actual huida hacia delante. Deshacer la madeja no será cosa fácil.

Coda 3) El psicodrama francés. Al disolver la Asamblea al poco de conocerse los malísimos resultados en las europeas para su movimiento, Emmanuel Macron ha demostrado una vez más cuán tenue es, en su caso, la frontera entre la audacia y la irresponsabilidad. Con el partido de Le Pen a la cabeza de todos los sondeos, y un nuevo Frente Popular de todas las izquierdas que va a por todas,  la posibilidad de que los candidatos macronistas consigan un número suficiente de escaños que permita al presidente evitar la cohabitación con un primer ministro de la extrema derecha o de la izquierda frentista es francamente algo poco realista. A su vez, los conservadores gaullistas han implosionado en un escisión de facto que los condena sea a la irrelevancia sea a ser la muleta de Le Pen y su delfín Jordan Bardella. Emmanuel Macron corre el riesgo de dejar un legado de fractura y polarización nunca visto en la historia de la Vª República.  Mala noticia para Europa también.

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