La ministra Alegría, Topuria y los buitres
«Tripas revueltas, rosario de preguntas sin responder y a veces un rayo de luz que abunda en la confusión»
De repente los pajaritos disparan a las escopetas. Carlo Ancelotti, ejemplo de cautela y comedimiento, declara que el Madrid no irá al Mundial de Clubes de la FIFA (2025); desde el Bernabéu le corrigen con un comunicado que no admite réplica: «Vamos». Entre lluvias torrenciales, la crecida de Laporta: «Somos el club con más Champions del mundo, 48». Al minuto, el zasca: mentira, el CSKA de Moscú tiene 86. En el Parlamento de Navarra, el PSOE, hogar de acogida de Bernis y Koldos, alargada sombra de los ERE andaluces sin aceituneros altivos, y Bildu, hasta hace un rato cómplice e intermediario del terrorífico impuesto revolucionario, aprueban una moción que señala a la Corona como una «institución corrupta». El mundo al revés y aviso de Félix de Azúa: «Cada vez está más cerca la imagen oronda, satisfecha, caníbal, de Maduro». Menos mal que rueda el balón de la Eurocopa.
Entre dimes, diretes y una demagogia torrencial, «la tontería, al igual que el hidrógeno, abunda en la Naturaleza y tiende a expandirse» (Pedro García Cuartango). Tripas revueltas, rosario de preguntas sin responder y de cuando en cuando un rayo de luz que abunda en la confusión. Verbigracia: Pilar Alegría, ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, ¿es la conversadora amena, cercana y sencilla, que apoya al periodismo deportivo, o la portavoz del Gobierno que arrastra una pesada carga de ruedas de molino y señala a periodistas? Reconfortar o distorsionar, esa es la cuestión. ¿La política es un servicio público o un fangal? Convence Alegría, en su faceta de invitada ilustre a la Gala del Deporte, con su conocimiento del sector y soltura en el discurso sin papel, mientras la natación y el atletismo aprovisionan de medallas el silo de la esperanza a tan pocos días del comienzo de los Juegos de París. Los escándalos, en la acera de Las Rozas. En el patio de butacas del Teatro Circo de Albacete, el exseleccionador Vicente del Bosque que se adhiere, como la máxima autoridad gubernamental, al homenaje a Iniesta, hijo predilecto. Poco importa que la Federación del fútbol continúe en combustión y sin enfriamiento previsible antes de septiembre.
Pilar Alegría contribuyó con su presencia a que la fiesta de los periodistas deportivos remontara después del desprecio del mediático Ilia Topuria, que prefirió el primer chapuzón en Ibiza al baño de masas en Albacete, y de la baja inesperada de Andrés Iniesta, estrella de la función. Frente al asombro de quienes de verdad se preocupan por la imagen del peleador, perplejos por las excusas pueriles de sus representantes, la conexión en directo con Iniesta, «secuestrado» en EAU, mejoró en todos los aspectos el sombrío panorama de vísperas, cuando 48 horas antes del acontecimiento le prohibieron viajar a España. Iniesta, cariacontecido, estaba allí, cual holograma en pantalla gigante, abrumado por el cariño de sus paisanos y los vídeomensajes de una decena de campeones del mundo, sus compañeros. Se excusó por la espantada, que bien merece una explicación, aunque al esgrimirla resulta más inverosímil su incomparecencia corpórea.
«Andrés no juega en el Emirates por dinero. Está allí porque el fútbol es su pasión, lo que le divierte», advierte su entorno, enfadado por mi artículo de la semana anterior sobre su cliente en THE OBJECTIVE. Su salario anual, garantizan, ronda «los 700.000 euros», calderilla al lado de los 27,5 millones que diversas publicaciones le adjudican, cantidad que le permitiría hacer una pedorreta al amo; pero se abstuvo. Como tiene negocios en Japón, Dubái es su base de operaciones, al encontrarse a diez horas en avión del imperio del Sol Naciente y a siete horas de Barcelona. Vive con su familia en una urbanización «top», sus hijos están escolarizados en un magnífico colegio y disfruta de una envidiable tranquilidad: «Te puedes dejar abierta la puerta de casa, que nadie te entra a robar». Otro valor añadido a la seguridad ciudadana es la jurídica, probablemente el meollo del asunto.
Cuestión diferente es el Emirates, descendido a Segunda División el sábado 1. Está localizado en Ras Al Jaima, uno de los siete Emiratos Árabes Unidos. La figura del equipo es Paco Alcácer, con una ficha de cuatro millones de euros. Es el jugador que más cobra en un club con un estadio con capacidad para 6.000 espectadores que difícilmente reúne en un partido a medio millar. «Pero Andrés es feliz», nos aseguran, disfruta de su núcleo operativo, aunque soporte barrabasadas diversas del señorito, tales como que le corten el teléfono durante dos días… «Pero no es un esclavo porque hace lo que le gusta», ratifican. Tampoco piensa optar a empleado del mes después de la última faena. Le habían dicho que si el equipo bajaba antes del final del campeonato le permitirían asistir a su homenaje del 3 de junio en Albacete… Se consumó el descenso y le prohibieron viajar. No tienen palabra. Apenas había jugado unos minutos, arrastraba una lesión de rodilla, que empeoró, y el entrenador ya no le convocó para el último e intrascendente partido (miércoles 5), ¡atiza! Acaso como represalia por el descenso le castigaron. Quieto en casa, ni te muevas. Pudo plantarse; no lo hizo. Seguro que tiene razones tan poderosas como difíciles de entender para no desafiar a una autoridad cuyos rasgos distintivos son la arbitrariedad, el capricho y el despotismo. La cuestión es si merece la pena aguantar del sátrapa un comportamiento tan mezquino por la remota posibilidad de entrenar al equipo o de jugar un año más en Segunda, por cuatro perras y con 41 «tacos».
El Emirates no se merece a Iniesta; ni éste el trato vejatorio de un club menor que, de ser escopeta, dispararía como un buitre disfrazado de pajarito que ha colocado en la diana a todo un símbolo del fútbol español. Los motivos de Andrés para no salir pitando del «paraíso» son tan respetables como chocantes los de Pilar Alegría cuando cambia de registro.